Capítulo 9

14 3 0
                                    

Capítulo 9: Trato

Estaba enfadada con Abel. Más que eso. Estaba furiosa. Si lo hubiera tenido delante, habría sido él el que habría tenido miedo. Bueno, a lo mejor eso habría sido difícil teniendo en cuenta que todos los días se enfrentaba a asesinos experimentados que me sacaban alrededor de veinte centímetros y unos cuantos kilos de músculo. Aun así, estaba tan molesta que me las habría apañado para dejarle un ojo morado. No sé cómo, pero lo habría hecho.

Lo único bueno que había salido de todo esto eran las distracciones. O más bien, la falta de éstas. Al parecer Ian no era el único que había notado los efectos negativos que había sufrido mi trabajo por culpa de los misterios que envolvían el pasado de Abel y Logan. Sólo hace falta decir que si bien había salido sin un rasguño de mi encuentro con Abel (sobre todo porque dicho encuentro nunca llegó a existir), no fue tan fácil escapar ilesa de la charla que tuve con mi jefe cuando se dio cuenta de que ni siquiera había ojeado la lista de nombres a cuyos dueños tenía que examinar.

Después de veinte minutos de excusas baratas que ni yo me creía, me dejó salir de su despacho con la advertencia de un despido inminente si no empezaba a trabajar en serio.

Por mucho que me disgustara admitirlo, Ian tenía toda la razón del mundo e incluso un poco más. No había hecho nada que pudiera admitir sin pasar a ser parte de la prisión desde el otro lado de las rejas, e incluso lo que había hecho carecía de relevancia. Nada iba a cambiar después de eso. La gente que había muerto no iba a revivir, ni Abel dejaría de compartir sangre con la persona que lo apuñaló. Lo único que podría evitar sería la muerte de Owen, y sinceramente, tampoco me apetecía. Había hecho muchas cosas estúpidas en los últimos días, pero arriesgar mi vida por la de un secuestrador y asesino definitivamente era mi límite. Lo único que me molestaría sería que Logan consiguiera matar a Ian. Después de todo, era lo más parecido a un aliado que tenía. Quizás era mucho decir, pero a pesar de todas las oportunidades que tuvo, no aprovechó ninguna para matarme. Más bien al revés.

Seguía siendo un criminal y un asesino, pero yo sólo había visto su lado amable, un hecho que me hacía más difícil el hecho de intentar tenerle miedo.

Lo cual era malo, ya que me enredaba el instinto de supervivencia. Ya no sabía si odiarle por las cosas que había hecho, temerle por las que era capaz de hacer o agradecerle las que había hecho por mí.

Todo eso y unas cuantas tonterías más estuvieron rondando por ni mente mientras regresaba a la zona donde los trabajadores de la prisión dormíamos. Llegué a la habitación que hacía el trabajo de mi dormitorio y empecé a revolver mis cosas buscando esa dichosa lista. Después de desordenar mi habitación más de lo que ya estaba normalmente, la encontré. Estaba arrugada y le había caído un poco de tinta de un bolígrafo que se me había explotado un par de días atrás, pero se podía leer sin problemas.

La cogí triunfante y cuando me dispuse a leer el primer nombre, se me cayó el alma hasta el subsuelo.

Ian Evans

Apenas había conseguido librarme de él un par de horas, y ya tenía que volver a verlo. Claro, verlo no era el problema. El problema era cuando empezaba a hablar. Si pudiera ponerle una venda en la boca para que se estuviera callado, o por lo menos ponerle un filtro para que no recurriera al sarcasmo cada vez que tuviera que abrir la boca para decir cualquier cosa, sin importar lo serio que fuera.

Suspiré y me puse en marcha. Cuanto antes empezara, antes terminaría.

Llegué a la celda cuyo número había escrito al lado de su nombre y lo encontré tumbado en la cama boca arriba mirando al techo.

- ¿No se te hace un poco aburrido el techo después de mirarlo tanto rato?

- ¿Cómo sabes que llevo un rato mirándolo? En lo que a ti respecta, podría haber empezado justo antes de que llegaras.

Detrás de su sonrisaWhere stories live. Discover now