Capítulo 5

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Capítulo 5: La primera conversación

Después de ese pequeño gran accidente, no me quedó otra que volver con Abel con el rabo entre las piernas. No sólo no había conseguido la carpeta, si no que estuve a un centímetro de distancia de acabar poco menos que muerta. De no haber sido por ese enigmático preso al que ya le debía dos veces mi vida, el preso 111 me habría descubierto en medio de un robo escondida debajo de su cama.

La parte buena, es que ya sabía dónde no estaba la carpeta. La parte mala es que tampoco sabía dónde estaba. Y, por si fuera poco, todavía me quedaba enfrentarme a Abel. Ya llevaba demasiado tiempo poniendo excusas sin sentido, y Abel merecía saber la verdad más que ningún otro. Después de todo, es de su familia de quien estábamos hablando, y por muy ruin, despreciable y mentirosa que sea tu familia, no puedes cambiar el ADN que hay en tus células.

De camino a la enfermería no paré de darle vueltas y vueltas a la cabeza, y justo cuando creía que había encontrado la manera más cuidadosa de decírselo, llegué a la puerta tras la que se encontraba él. Tan pronto como traspasé el umbral y me encontré con el cuerpo herido de Abel, se me olvidó todo lo que había estado pensando. Se veía tan frágil, tan desprotegido acostado encima de esa camilla. Durante el más efímero de los instantes, se me borró de la cabeza el recuerdo de que él formaba parte de uno de los cuerpos de la ley más duramente entrenados para la pelea, y pasó a ser la imagen de un niño pequeño recién adoptado. Mi mente se llenó de imágenes de lo que debió ser para ese niño entrar en una familia rica, cuyo hijo había muerto de forma misteriosa pocos meses antes, y de la cual sus padres todavía no se habían recuperado. Me imaginé como habría sido para él ser un sustituto del hijo que habían perdido, y como habría intentado encajar con su idea de una familia perfecta.

Probablemente por eso se había hecho guardia, para que sus padres estuviesen orgullosos de que se convirtiera en una de las personas que mantenían a raya a todas esas personas que habían destrozado vidas y familias enteras con sus crímenes, una de las cuales él formaba parte ahora.

Respiré profundamente, y me preparé mentalmente para explicárselo todo.

-Escucha, Abel. Sé que durante todo este tiempo he estado esquivando el tema de lo que había dentro de la carpeta. Y no te hagas el sorprendido, no me creo ni por un segundo que te estuvieses tragando todas mis excusas.

-Por fin. No creía que pudiera soportar ni una más de esas tonterías. En serio, necesitas aprender a mentir. Por tu bien.

Debo admitir que eso me ofendió un poco, pero no se lo tomé en cuenta. Después de todo, estaba a punto de decirle algo todavía peor.

-Si, bueno, ahora no estamos hablando de mis dotes para la interpretación.

-Está bien, pero ese tema lo vamos a dejar pendiente. De verdad que lo necesitas.

-¡No digas tonterías! ¡Estoy intentando explicarte esto con tacto!

-Pues no te preocupes por tener tacto. Suéltalo y ya.

Su aspecto despreocupado me ponía nerviosa. Se suponía que tenía que estar tranquilo recuperándose, y odiaba tener que ser yo la que interrumpiera su tranquilidad.

-Tú no lo entiendes. No es tan fácil.

-Estoy seguro de que tampoco es tan complicado.

-Estás empezando a sacarme de mis casillas.

-Deja de ser tan dramática. Dilo y ya.

-¡Estoy intentando decirte que el hombre que te apuñaló es tu hermano, imbécil!

Silencio. De repente el buen humor que desprendía Abel se esfumó, como si huyera de lo que estaba por venir.

-¿Qué?

-Lo que has oído. Lo vi en tu expediente.

-Eso no es posible. Yo no tengo hermanos biológicos.

-No que tú supieras. Después de todo, eres adoptado ¿no? Cualquier cosa es posible.

-Necesito que me enseñes ese expediente.

-Creo que no va a ser posible.

-¿Por qué? - Abel estaba empezando a impacientarse. No quería ver que rumbo tomaría la conversación cuando se lo contase.

-La carpeta no la tengo yo.

-¿Qué? Entonces, ¿quién cojones la tiene?
-Pues tu hermano.

Abel palideció.

-Vete- su voz, apenas un susurro, fue difícil de escuchar incluso en el total silencio en el que estábamos sumidos.

-¿Qué?

-He dicho que te vayas.

-¿Por qué?

-¿Por qué? Has descubierto algo de mi familia que se supone que ni siquiera yo debería saber, y no solo me lo has ocultado, sino que además has sido lo suficientemente estúpida para dejar que te lo quitaran. Como eso salga a la luz, esta puñalada no va a ser nada comparado con lo que se me va a venir encima.

No parecía muy precavido ponerse a discutir con él en ese estado, por lo que decidí salir de ahí rápidamente, y en completo silencio.

Por el camino, me encontré al responsable de que todavía contara con la capacidad de respirar.

No pensaba pararme a charlar con él, pero por lo visto él tenía otros planes.

-Hey. ¿Podemos hablar un momento?- no parecía una pregunta, aunque la agradecí que al menos lo fingiera. Me daba una falsa sensación de seguridad, una ilusión de que era mi decisión si me quedaba hablando con él o no. Pero no lo era, por supuesto.

-Supongo que por poder, podemos.

-Con eso me vale. Iré directo al grano: sé dónde se encuentra la carpeta.

-Eso a mí no me incumbe.

-Ah, ¿no? Pues parecías muy comprometida con la causa cuando estabas escondida debajo de la cama de una persona a la cual le habría encantado matarte. Yo no soy psicólogo, pero creo que nadie está lo suficientemente mal de la cabeza para hacer eso por gusto, y si no me equivoco estabas buscando dicha carpeta.

-Eso ya no entra dentro de mis prioridades. Ese maldito expediente no me ha traído más que problemas. Abel ya lo sabe todo, esto solo le afecta a él. Lo justo es dejar que él decida.

-Estoy de acuerdo contigo hasta cierto punto. Sin embargo, esa carpeta está en manos de una persona muy peligrosa por tu culpa. Lo "justo", como tú lo llamas, sería hacer que volviera a donde estaba, ¿no crees?

Al ver que vacilaba, añadió:

--Quizás, eso podría hacer que te perdonara. Y, si yo fuera tú, intentaría que el único contacto que tengo aquí dentro no tuviera razones para venderme a la primera oportunidad. Aunque claro, eso es solo lo que yo haría.

Eso fue lo único que consiguió que no desechar inmediatamente la idea. Si había una posibilidad, por remota que fuera, de hacer que Abel me perdonara, debía considerarla. Además, la única razón por la que seguía con vida era porque así lo había querido él. Si hubiese querido hacerme daño, solo habría tenido que dejar que los demás hicieran el trabajo sucio. Parecía una buena razón para confiar en él, por lo menos hasta que todo este lío se resolviera.

-Está bien.

-Eso creía. Vamos. Cuanto antes empecemos, mejor.

-Espera. Creo que por lo menos deberías decirme tu nombre. ¿O prefieres que siga pensando en ti como preso 116?- el fantasma de una sonrisa se asomó por la esquina de su boca.

-Con que piensas en mí a menudo, ¿eh? Bueno, por si te interesa, me llamo Ian.

Y con esa frase final, me arrastró por el pasillo que llevaba hacia la sala de mandos.

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Detrás de su sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora