Capítulo 26

6 2 0
                                    

Capítulo 26: Fantasmas

Después de cuarenta minutos, llegaron. Cuarenta minutos dan para pensar mucho. Y, ya que no tenía ninguna otra cosa que hacer, eso fue lo que hice. Preguntas sin respuesta. Conjeturas. ¿Quién era el culpable de todo lo que había pasado? Parecía una pregunta fácil. La solución más obvia era pensar que el culpable fue la persona que lo mató. El desencadenante. Ya que, si no lo hubiera hecho, mis padres habrían llegado ese día a comer a la hora de siempre. Habríamos visto un rato la tele, habríamos hablado sobre nuestros días, si nos había pasado algo interesante, si habíamos conocido a alguien nuevo. Y todo habría seguido igual. Sería bastante lógico decir que la culpa fue de esa persona. Y eso fue lo que pensé durante los primeros quince minutos.

Si los chicos hubieran vuelto en ese momento, se habría quedado ahí. Pero como nadie llegó; nadie interrumpió mis pensamientos, seguí. ¿De verdad era su culpa? Claramente lo era, pero quizás no toda. Era su culpa que todo hubiera cambiado, pero no lo era lo que había pasado después.

Mi madre y yo éramos las culpables de todo lo que ocurrió a partir de ese momento. De no haber seguido adelante. De no habernos recuperado. Ni siquiera lo intentamos, simplemente dejamos que nos arrastrara. Escogimos el camino fácil. Dejamos que las circunstancias nos arrastraran en vez de intentar nadar a contracorriente.

Pero no había sido culpa mía. No del todo. Lo había intentado. Había intentado distraerla, hacer que se concentrara en las cosas que nos quedaban en vez de las que habíamos perdido. No había funcionado. Empezó a desvanecerse. Cada día la recordaba con menos nitidez. Parecía más un recuerdo que una persona normal. Como si su alma ya no estuviera dentro de su cuerpo. Como un cascarón vacío. Sin vida.

Ella había sido egoísta. Había perdido a su marido, pero no era la única que había perdido algo. Yo había perdido a mi padre, y aun así había sacado fuerzas de donde ya no quedaba nada para intentar ayudarla. Ni siquiera intentó luchar. Simplemente se dejó ir, y la perdí también a ella. Tardé un año más en terminar la carrera por culpa de ello, pero lo hice. Para que no me pasara como a ella. Me había centrado en estudiar para tener algo que me impidiera disponer de suficiente tiempo libre para pensar, para recordar. Para imaginar.

Luego, me enteré de que el detonante de todos mis males, estaba a tan solo unas cuantas calificaciones de mí. Encerrado en una prisión en la que solo podían entrar los mejores, y que, curiosamente, necesitaba candidatos para el puesto de psicólogo.

Cuando volvieron, yo ya había tomado una decisión. Una decisión que iba a influir mucho en ellos. Me resultó difícil tomarla. ¿Quién era yo para decidir algo sobre ellos? Pero, por otra parte, tenía lógica. ¿Acaso no habían hecho ellos lo mismo? ¿Acaso no habían matado a gente simplemente porque les había dado la gana de hacerlo? Lo que yo iba a hacerles no era nada malo. Simplemente, era el karma en su máxima expresión.

Los observé en silencio mientras ponían una caja de pizza sobre la mesa. Después, pusieron servilletas, vasos y una botella de agua; todo en completo silencio. Parecían niños pequeños recién regañados. Cabizbajos, como si les diera miedo que hacer ruido pudiera traerles más problemas. Cuando terminaron, se sentaron alrededor de la mesa y se quedaron quietos. A todo esto, yo seguía callada. Observando. Analizando.

-Empezad.

En silencio, cogieron cada uno un trozo y se dispusieron a comer. En silencio, por supuesto. Era increíble lo rápido que habían notado el cambio en la atmósfera de la habitación. Eran muchas cosas, pero tontos, no.

-¿Por qué tan callados?

Se miraron entre ellos con claros signos de interrogación tatuados en la mirada.

-¿Habéis visto algo interesante?

-No, la verdad es que no. Lo típico de las ciudades, supongo.

-Tú no sabes que es lo típico que hay en las ciudades. Las cosas han cambiado mucho desde la última vez que tú estuviste en una.

-Pues por eso he dicho que lo supongo.

-No os alteréis.

Cuando terminamos, decidí revelarles el cambio.

-¿Podemos hablar?

-Claro.

-No, tú no.

Ian, que se había quedado quieto en el aire a medio levantarse, me miró extrañado.

-¿Por?

-Porque quiero hablar con ellos.

-Está bien.

Se volvió a sentar, y yo les hice una seña a los hermanos para que me siguieran. Llegamos a la habitación más cercana, que era la que habíamos asignado como mía.

-¿Qué pasa?

-Hay cosas que no os he contado.

-¿Sobre qué?

-Sobre mí. Tendría que haberlas dicho en el coche cuando contamos las razones por las que habíamos llegado hasta aquí.

-Entonces, ¿lo que dijiste era mentira?

-No, no lo llamaría así.

-¿Y cómo lo llamarías?

-Distorsión de la verdad. Realidad con detalles omitidos. Historia a medias. Como prefieras, pero nada de lo que dije fue inventado. Es solo que me faltaron algunas cosas.

-¿Cosas importantes?

-En cualquier otro contexto, no. Teniendo en cuenta quiénes somos y porqué estamos aquí, sí.

Se miraron el uno al otro con preocupación y curiosidad. No sé como llegaron a un acuerdo sin decir palabra, pero lo hicieron.

-Cierra la puerta con llave.

Cuando me aseguré de que estábamos totalmente solos y sin nadie ajeno a la conversación escuchando, hablé.

Detrás de su sonrisaWhere stories live. Discover now