7. ¿Te conozco?

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—Oh, lo siento —dijo con una voz que le sorprendió.

Él se había imaginado una voz dulce y susurrante. Sin embargo, la de aquella mujer era una voz controlada y quizá con un ligero acento británico.

—No se preocupe, no me ha hecho nada —respondió Donghae, encogiéndose de hombros.

Por alguna razón, la mujer pareció sobresaltarse y se alejó de él. Aunque todavía no se había quitado aquellas ridículas gafas, Donghae la miró con atención, intentando adivinar por qué parecía tan sorprendida. No podía verle los ojos, pero se fijó en aquella nariz ligeramente pecosa. Aparte del lápiz de labios, su rostro estaba libre de maquillaje y tenía algunas pecas en los pómulos.

No tenía precisamente el aspecto de una estrella del porno. Aunque la verdad era que tampoco había visto nunca a una estrella del porno. O, por lo menos, nunca la había visto tan de cerca. De modo que, a lo mejor, no era tan raro que tuviera pecas.

—Tú... tú —dijo ella.

Donghae la miró con curiosidad. ¿Una estrella del porno pecosa que, además, tartamudeaba?

La rubia volvió a balancearse ligeramente sobre los tacones y Donghae alargó el brazo instintivamente para sujetarla. Pretendía agarrarla del brazo, pero al final, posó la mano en su hombro. La tela de la blusa se deslizó inmediatamente bajo su mano, de modo que terminó acariciando su piel desnuda.

En aquella ocasión, fue él el que retrocedió o, mejor dicho, el que pensó que debería hacerlo. Su cerebro reaccionó, envió el mensaje, pero él no pudo menos que preguntarse si, de alguna manera, su mano habría perdido la conexión con su cerebro, porque sus dedos continuaban allí, sobre ella, deslizándose sobre la suave piel de su nuca.

Al oír un estallido de risas, Donghae se dio cuenta de que todos los ojos estaban fijos en ellos. Su mano por fin se acordó de quién mandaba allí y obedeció la orden.

Donghae retrocedió un paso, vio la débil huella rosada que había dejado su mano sobre la piel de la mujer y después la recorrió de pies a cabeza con la mirada.

Él no había visto a muchas estrellas del porno a lo largo de su vida, la verdad fuera dicha, nunca lo había necesitado. Pero había algo de lo que se acordaba perfectamente: las mujeres que protagonizaban esas películas parecían ser amigas íntimas de algún cirujano plástico. Y aquél no era el caso. Ya que en lo primero en lo que se fijó fue en que, bueno, estaba bien dotada, pero no como solían ser aquellas actrices que aparecen en esa clase de vídeos, todas llenas de silicona y de aspecto un tanto vulgar.

Porque aquella mujer tenía unas bonitas curvas, pero desde luego, no estaba dotada de silicona como se esperaba de una estrella del porno. Así que, definitivamente, no era aquélla la criatura a la que habían fotografiado en la valla publicitaria.

Pero las piernas. Oh, Dios, aquellas piernas y aquella cadena de oro que adornaba su tobillo izquierdo le quitaban la respiración. Seguramente, aquella mujer podría poner a cualquier hombre bajo sus pies.

—¿Eres un fetichista de los pies?

A los labios de Donghae asomó una sonrisa de arrepentimiento mientras alzaba la mirada para encontrarse con la de aquella mujer que ocultaba los ojos tras las gafas. La sonrisa enigmática con la que ella respondió le indicó que le había descubierto mirándola.

—Algo así —como ella no hizo ningún intento de quitarse las gafas de sol, se inclinó hacia ella—. ¿Y tú? ¿Te gusta hacer lo mismo que a Jack Nicholson?

La mujer lo miró confundida.

—Me refiero a viajar de incógnito —le aclaró Donghae, señalando sus gafas de sol.

—¿De verdad funciona? —preguntó ella—. ¿Crees que consigo pasar desapercibida?

Donghae soltó una risa atragantada.

—Sí, como una hormiga en un azucarero.

—¿Estás insinuando que soy dulce o me estás comparando con un insecto?

—Estoy seguro de que eres muy dulce, querida. De hecho, dudo que en este pueblo se haya visto tanto dulce en un solo paquete en mucho tiempo —esperó su respuesta, disfrutando de aquel intercambio con una completa desconocida.

—¿Te gusta el algodón de azúcar?

—Me encanta —respondió él, dirigiéndole una mirada que no había utilizado mucho últimamente—. Se derrite en la lengua y tiene un sabor delicioso.

Ella tragó saliva. Una vez. Después, le sostuvo la mirada desde detrás de las gafas.

—Mentiroso. El algodón de azúcar te repugna, y tú lo sabes.

Había tanta convicción en su voz que Donghae se dio cuenta de que no estaba coqueteando. Y, en aquella ocasión, cuando la miró con los ojos entrecerrados, no fue con un gesto seductor, sino de concentración.

—¿Cómo lo sabes?

—De la misma manera que sé que te gustan las piernas largas. Por no hablar de las tobilleras.

Donghae estuvo a punto de soltar una exclamación. ¿Quién demonios era aquella mujer? Tenía la sensación de que debía conocerla. Había algo en su voz que le resultaba familiar.

—Lo has adivinado por casualidad —le dijo, intentando ponerle a prueba.

Ella negó con la cabeza.

—No.

Alzó la mano y le hizo un gesto con el dedo índice para que se acercara. Donghae se inclinó hacia ella todo lo que pudo. Casi sintió que todo el mundo en el supermercado se inclinaba hacia delante también, pero los ignoró.

—¿Cómo lo has sabido?

Sus labios estaban a sólo unos centímetros de su sien e intentaba concentrarse, intentando averiguar a qué se debía la extraña sensación de anticipación que despertaba en él aquella mujer.

Y entonces ella susurró: —Porque tú mismo me lo dijiste después de robarme mi tobillera favorita.

Y de pronto lo supo. Incluso antes de que ella retrocediera y se pusiera aquellas ridículas gafas de sol en lo alto de la cabeza revelando unos ojos del color de la miel, lo supo.

—Emma Jean.

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⏰ Last updated: Jan 02, 2020 ⏰

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she got me crazy - donghaeWhere stories live. Discover now