6. lindas piernas

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-Mamá, mi camiseta -volvió a gritar la niña.

En aquella ocasión lo hizo en un tono suficientemente agudo como para irritar a todo el mundo, excepto a su madre, que ni siquiera parecía oírla. Estaba demasiado ocupada observando la acción que se estaba desarrollando frente a ella.

Incluso Donghae estaba observando a pesar de sí mismo, más interesado en la reacción de sus convecinos que en ninguna otra cosa. Por lo menos hasta que vio a la rubia que estaba sentada tras el volante.

Oyó un silbido. Y tardó varios segundos en darse cuenta de que aquel silbido salía de su propia boca.

Todavía no podía ver las facciones, sólo veía una masa de rizos enmarcando un rostro oculto por unas gafas de sol. Mientras él, bueno, mientras todo el mundo miraba, la mujer se inclinó hacia el asiento de pasajeros, desapareciendo de su vista. Después, se irguió con un pañuelo en la mano. Se pasó la mano por el pelo y se puso el pañuelo en la cabeza, a modo de cinta.

La expectación creció en el interior del supermercado cuando la rubia se inclinó hacia el espejo retrovisor para pintarse los labios. Donghae podía distinguir desde allí que era un lápiz de labios rosa, a juego con el pañuelo. Y el coche estaba aparcado tan cerca del supermercado que pudo verla apretar los labios mientras revisaba su maquillaje.

La ola de calor que descendió desde su cerebro hasta su vientre le dejó estupefacto. Donghae conocía a muchas mujeres atractivas. Había docenas de mujeres a las que podría llamar en aquel momento si necesitara compañía femenina... Y, sin embargo, bueno, no era capaz de apartar la mirada de la recién llegada.

En alguna parte, cerca de él, oyó: -¡Tendrás que lavarla, mamá! Es mi camiseta favorita.

Reconoció la desesperación cada vez mayor de la niña, pero no era capaz de mirar a nadie, excepto a la recién llegada.

Llevaba una blusa blanca con volantes que dejaba sus hombros al descubierto. Al ver aquella extensión de piel desnuda, Donghae tragó saliva.

Aquella mujer tenía que ser del norte. A ninguna mujer de la zona se le ocurriría exponerse de aquella manera al sol de la tarde, y menos todavía conduciendo un descapotable.

Además, por supuesto, ninguna mujer de Joyful se teñiría el pelo de rubio, ni llevaría unas gafas de sol modernas. Cuando la mujer salió del coche, Donghae estuvo a punto de repetir el gruñido de admiración de Tom.

-Tiene buenas piernas -dijo el anciano.

La rubia se detuvo al lado del descapotable y un resplandor dorado le indicó a Donghae que llevaba una tobillera. Tomó aire. Tenía debilidad por las tobilleras desde que diez años atrás había visto a la novia de su hermano con una.

Las piernas de la mujer lucían un efecto acentuado no sólo por las sandalias de tacón, sino también por la falda que llevaba.

Bastaría un golpe de viento para que pudieran verle absolutamente todo.

-Es una pena que no haya viento -se lamentó Tom con un audible suspiro.

Donghae, que estaba pensando lo mismo, no dijo una sola palabra.

Cuando la rubia se inclinó hacia el interior del coche para tomar el bolso, Donghae, al igual que todos los allí reunidos, contuvo la respiración. Pero, al parecer, la rubia no era una completa exhibicionista, puesto que se sujetó la falda con la mano, evitando mostrar al mundo si el que parecía su color favorito, el rosa, se extendía también a su ropa interior.

En cuanto tomó el bolso, se volvió y comenzó a caminar por la acera. Donghae advirtió que se tambaleaba ligeramente sobre los tacones y, por un instante, temió que se cayera.

Pero al parecer nadie había advertido aquel momento de inestabilidad. Sin embargo, él supo que no se había equivocado cuando la vio mirar disimuladamente hacia los lados, como si quisiera comprobar si alguien se había dado cuenta de que estaba a punto de caerse. Por alguna razón, asomó a sus labios una sonrisa al advertir aquella fisura en su armadura rosa.

-No se queden ahí embobados -dijo una de las cajeras cuando la rubia llegó a la entrada.

Y, casi inmediatamente, doce pares de manos buscaron algo que hacer.

Saliendo de la estupefacción creada por la llegada de aquella estrella del porno, o lo que quisiera que fuera, Donghae se acercó a la caja con la lata de tomate en la mano. Tragó saliva y observó que Tom agarraba algo nervioso y palidecía al darse cuenta de que era una caja de tampones.

El hombre dejó caer la caja al suelo y la empujó con una patada bajo la estantería más cercana, donde seguramente permanecería hasta la siguiente Navidad.

Y Tom acababa de pasar por delante de Claire, que ni siquiera le había saludado, cuando oyó gritar a la joven madre: -¡Eve! ¿Qué has hecho? Ahora tendré que meterla en la lavadora -la mujer levantó a la niña en brazos para dirigirse hacia el cuarto de baño.

Donghae ni siquiera tuvo tiempo de preguntarle qué había pasado antes de que la mujer del descapotable entrara en el supermercado y estuviera casi a punto de tropezar con él.

she got me crazy - donghaeWhere stories live. Discover now