4. arruinada

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Emma Jean Frasier llegó a Joyful a última hora de la tarde del viernes sin estar muy segura de si se alegraba de que el viaje hubiera terminado o si lamentaba no poder continuar conduciendo hasta Florida, hasta West Palm o las Keys.

Pero no iba a seguir. Joyful era su destino y a Joyful había llegado.

Por lo menos, nadie pareció advertir su presencia. Nadie asomó la cabeza para empezar a susurrar.

Estaba bastante segura de que no había visto a nadie con el alquitrán y las plumas preparados. Aunque, por supuesto, aquellas prácticas ya estaban olvidadas. O, al menos, eso esperaba.

(Castigo el cual consistía en bañar a la persona de alquitrán (sustancia que se ponía a calentar para que quedara pegajosa) y posteriormente se le lanzaban plumas para que estas se pegaran al cuerpo junto al alquitrán, la persona llena de alquitrán y plumas era subida a una carreta y era exhibida por todo el pueblo con la finalidad de humillarlo).

Se miró en el espejo retrovisor y sofocó un gemido. Dieciséis horas conduciendo con la capota baja, bajo un sol resplandeciente habían tenido un efecto indeseable en un tinte de pelo de más trescientos dólares.

—Pero para ti ya se han acabado esos tintes, pequeña —le dijo a su reflejo.

Y también los almuerzos en los mejores restaurantes de Nueva York. Y las carísimas clases de cocinas que, inevitablemente, terminaban con un sonoro fracaso por culpa de la notoria incapacidad de Emma para manejarse en una cocina.

Se habían acabado también los viajes al norte en otoño y las catas de vino en los mejores clubs, o el patrocinio de exposiciones para jóvenes artistas.

Tampoco volvería a saber nada de las fiestas en su precioso apartamento de Manhattan. Todo aquello se había terminado para siempre con una sola hora de reunión con su abogado.

—Estoy completamente arruinada —musitó, incapaz de oír su propia voz.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero prefirió culpar de ellas al viento. Por supuesto, no lloraba por el dinero que le habían robado. Y tampoco por todo el trabajo perdido.

Emma había recibido una invitación para regresar a Joyful dos semanas atrás, el mismo día en el que le habían dado la terrible noticia. Y le había parecido como poco curioso que la invitaran a regresar a Joyful para asistir a una reunión de antiguos alumnos el mismo día que se había enterado de que lo único que le quedaba en propiedad era la casa de su abuela.

No sabía si habría regresado a Joyful si su situación hubiera sido otra. Y no por las ridículas razones de adolescente que la habían mantenido alejada del pueblo durante años, sino, sencillamente, porque ya no tenía en aquel pueblo nada que pudiera considerar un hogar.

La abuela Emmajean había muerto y, por lo tanto, lo que a ella le había quedado era sólo una casa, no un hogar.

La muerte de su abuela había sido un duro golpe para Emma del que todavía se estaba recuperando. Hasta entonces, había sido incapaz de enfrentarse a los recuerdos que encerraba aquella casa que su abuela le había dejado en herencia.

Sus padres se habían ocupado de todo el papeleo legal relativo al testamento de Emmajean y habían dejado la casa al cuidado del único agente de la propiedad del pueblo. Desde entonces, Emma había procurado no pensar mucho en ella.

—Pero ahora no me quedará más remedio que hacerlo —musitó mientras iba reencontrándose con sus recuerdos.

Al ver el antiguo aserradero de las afueras del pueblo, aminoró ligeramente la velocidad. Justo al oeste de allí, cerca de la autopista de Atlanta, estaba el terreno que le había dejado su abuela, un terreno con un bosquecillo de nogales de Macadamia que ya era suyo.

Se le encogió el corazón en el pecho.

Sabía que pronto llegaría al Chat-n-Chew, un combinado de gasolinera y restaurante al que Emma y sus amigos del instituto iban a comprar cerveza.

Decidió parar, necesitaba gasolina y una bebida fría, además de enfrentarse a los recuerdos que llegaban de todas direcciones. Algunos de ellos conseguían arrancarle una sonrisa, pero la mayoría iban cargados con la sombra de la tristeza porque los asociaba con Emmajean.

Se le empañó la vista. Las lágrimas que se acumulaban en sus ojos comenzaron a resbalar por sus mejillas.

Estaba en casa, en Joyful. Pero la única persona que podía convertir aquel lugar en un hogar no estaba allí.

Parpadeó rápidamente.

El cansancio del viaje le estaba poniendo sentimental. Cuadró los hombros, se pasó la mano por los rizos que enmarcaba su rostro y tomó aire.

El aire era caliente, espeso, e iba cargado con todos los olores que siempre había asociado al Sur: el olor de la tierra, los pinos y la fruta de los huertos. Y las lágrimas se secaron inmediatamente.

Antes de llegar al Chat-n-Chew, recordó del pequeño parque al que se accedía por un camino de grava que pasaba por detrás de una casa solariega.

Conteniendo la respiración, miró hacia allí. Pero sólo pudo ver una maraña de árboles y el tejado de una casa que asomaba por encima de ellos.

Pero sabía lo que se escondía tras aquel bosque. El parque. El cenador. El ritmo de su respiración se hizo más rápido al recordar y un nuevo rostro se filtró entre las imágenes del pasado.

—Donghae —dijo, aunque le resultaba extraño pronunciar aquel nombre.

No había vuelto a pensar en Donghae desde hacía años. Bueno, por lo menos, desde hacía semanas. Porque la verdad era que su sonrisa radiante y las chispas de sus ojos nunca habían estado demasiado alejadas de sus pensamientos.

Lee Donghae había sido su salvador y su ruina en una misma noche. Le había dado a Emma su primera clase sobre lo que era la pasión cruda y ardiente.

Una clase que jamás había olvidado, y que nunca había sido capaz de repetir.

Y después le había enseñado lo que era la traición.

—El muy canalla.

¿Estaría todavía allí?

No, él odiaba aquel pueblo. Siempre estaba diciendo que quería marcharse para siempre de allí. Y Emma esperaba que lo hubiera conseguido.

she got me crazy - donghaeWhere stories live. Discover now