Los pergaminos

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Cuando subimos las escaleras por fin pude comprobar que nos encontrábamos en la vieja cabaña. Una de las esquinas estaba totalmente destrozada con el cuerpo de un hombre tendido sobre las tablas. Su cabeza, cortada, se encontraba en un charco de sangre. Aparté la vista. Todo el lugar rebosaba energía demoniaca, incluso sin tener en cuenta las velas y el pentagrama dibujado.

Irina se dirigió directamente a la puerta y James gritó.

—¡Cuidado! Cuando entré a sacarlos, Driggers había puesto un sello sobre la puerta.

—Y ahora lo has roto —maldijo Irina—. Sabe que estamos fuera.

—Sí, pero no sé qué pueda haber puesto en esa puerta. Además, hay hechizos de silenciamiento en cada centímetro.

—No lo sabremos si no probamos.

Antes de que Irina pudiera tocarla, como era claramente su objetivo, James lanzó una bola de fuego hacia la puerta. La cabaña entera se sacudió y un rayo salió disparado contra James. Hubiera dado en el blanco de no ser porque él ya se había movido.

—Bien, eso explica mucho —dijo Irina observando la puerta con el ceño fruncido—. ¿Qué será?

—Conozco este hechizo —dijo James—. Atacará a cualquiera de nosotros si intentamos salir y no creo que tenga errores. Driggers puede ser un desgraciado, pero aún es un mago oscuro y un profesor de Diringher.

Irina gruñó y miró alrededor.

—¿Podremos salir a través del sótano?

—No creo, debe conocer cada salida posible. Incluso si pudiéramos crear una nos llevaría mucho tiempo. Nos deben quedar como dos minutos.

Irina no perdió el tiempo.

—Tal vez podemos buscar algo aquí.

—¿Algo como qué? —dijo James, empezando a pasarse una mano por el cabello al darse cuenta de que lo que había hecho no nos llevaba a ningún lado. Aunque agradecía ya no tener las cadenas encima.

Irina lo fulminó con la mirada.

—¿Te has preguntado por qué Driggers nos quería a nosotros?

—¿Porque es un mago oscuro muy demente?

Al segundo siguiente, ella empezó a examinar el escritorio que Driggers tenía en un extremo. No me había llamado la atención al inicio, rodeado de papeles que lucían tan antiguos como el mismísimo Diringher.

—No. Él nos quería a nosotros. A ti y a mí. Ha dicho que Mel y Kyle no le importaban. ¿Por qué?

De repente, su duda tenía mucho sentido. Si Driggers quería experimentar con submundos podía haber elegido a cualquiera. Incluso si sólo quería a Irina por ser una híbrido. ¿Pero qué pintaba James en esto?

Todos nos dedicamos a ir sobre los pergaminos. Eran tan extraños como prohibidos. Los gráficos me decían claramente la calidad de hechizos contenidos sin importar que estuvieran escritos en un idioma que no entendía. Irina pasaba sobre todos con una rapidez escalofriante murmurando palabras sin sentido.  

—Esto es…

—¿Qué pasa? —dijo Emmeline de repente. Seguí su mirada hasta el pentagrama en medio de la cabaña. Había empezado a cobrar el brillo que Harewood nos había enseñado como reconocible para saber que una invocación ha dado inicio—. Driggers ni siquiera está aquí.

—Puedo oírlo fuera —dijo Irina—. Está activando el pentagrama mientras llega.

—¿Para qué?

—Creo que quiere conjurar su demonio y dejar que él elija contra quien va a irse.

—Pero podemos hacer algo—insistí—. Estamos aquí, debe haber una forma de detenerlo.

Irina se quedó en silencio, pensando.

—¿Cómo se detiene un ritual de invocación? —pregunté acercándome al pentagrama.

—No lo hagas —advirtió Irina— nunca has manejado uno de estos. Fuera.

—¿Y tú sí?

De repente, James pareció recordar algo y la dejó pasar. No entendía por qué verificando el dibujo.

—No está completo. Su portal se está dibujando —en ese instante, volvió la vista a la puerta de entrada—. Prepárense, Driggers está aquí. Y no está solo.

La marca del lobo (Igereth #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora