El recién llegado

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Nota: No te desanimes si pensabas que narraría una chica. Ya pronto. Sigue leyendo, juro que valdrá la pena :)

(Por: Kyle) 

Si alguien me hubiera dicho que ese sábado mi vida daría el primer paso (de toda una maratón) a cambiar jodidamente para siempre, no me lo hubiera creído.

Primero, porque siempre han llegado nuevos estudiantes a Diringher. Es decir, ¿quién no quiere que sus hijos estudien en una de Academias más prestigiosas de todo Igereth? Y añade a eso la comodidad de estar ubicada en el país de los hechiceros. Sí, esa isla que queda en el océano atlántico, a medio camino entre Estados Unidos e Inglaterra. Si crees que solo hay mar entre esas dos, entonces digamos que estamos haciendo bien las cosas.

La Academia Diringher queda en el lado oeste de Igereth. Estamos muy cerca de un bosque gigantesco, rodeados de prados por todos lados y la ciudad más cercana está a cinco horas de viaje. Totalmente horrible, lo sé, pero nos las arreglamos bien. Somos una de las cinco Academias que están en la isla. Las demás andan ocultas en el mundo humano, lo que debe ser malditamente fastidioso.

Todo es normal. Hijos de magos tratando de cumplir su misión en la vida e ir por ahí combatiendo demonios y otras criaturas de la noche marcados por la Cofradía. Es decir, aquellos que han cometido alguna infracción imperdonable.

Normalmente dejamos que la gente vaya a su aire aunque nunca faltan locos que aseguran que la Cofradía sería feliz extinguiendo a los submundos. Pero si alguno se atreve a ir dándoselas de listo con los humanos comunes y exponiendo todo por lo que luchamos (nuestra forma de vida y anonimato, por ejemplo) tiene que ser detenido. Esto incluye vampiros descarrilados, hombres lobo salvajes, alguna que otra hada (porque todas prefieren quedarse en sus bosques en Indonesia), monstruos poco amigables y, sobre todo, demonios convocados por algún hechicero de magia negra.

Porque claro, no es que por luchar contra "los malos", los magos estemos exentos de tener tipejos desagradables entre nuestras filas. Y no me agradan: son los que nos cargan el trabajo de eliminar sus errores y es increíble la cantidad de demonios que puede soltar uno solo de ellos. Pero no puedo quejarme. Sin demonios y submundos locos, la vida en Diringher no sería más que una sarta de clases que nos aburrirían al extremo de que probablemente terminaríamos matándonos entre nosotros solo para tener algo que hacer.

En fin, ¿dónde iba? Ah, sí, la nueva gente en la Academia. Llegaron el día antes de empezar las clases en el tren de la ciudad más cercana y fueron trasladados por camiones hasta el patio de Diringher. El resto de nosotros estábamos desde hace tres días y yo me encontraba por ahí cuando arribaron. Pronto, varios pasaron a ver nuestras nuevas adquisiciones.

No nos interesaban los de primero, pues ya tendrían tiempo para conocerse entre ellos. Los nuevos estudiantes de cursos mayores nos llamaban la atención, porque de esos sí que no veíamos a menudo. Usualmente un estudiante entra a una Academia y se queda hasta que termine su octavo año de educación. Un traslado solo ocurría por tres razones: un escándalo familiar, una ofensa muy grave en el colegio o alguna cosa relacionada con la Cofradía.

A decir verdad, tenía un interés especial porque me habían notificado que uno de los nuevos sería mi compañero de cuarto. Stefano, el anterior chico, acababa de terminar su octavo año y lo envidiaba terriblemente. Aún estaba en séptimo y me encantaba la idea de irme pronto de Diringher a recorrer el mundo como miembro rutinario de la Cofradía, perseguir demonios y, con suerte, atrapar a algún mago oscuro.

Tercero, sexto y octavo no tuvieron ningún recién llegado. Para segundo curso sólo llegaron dos chicas menudas que parecían aburridas pero que al instante tuvieron voluntarios dispuestos a ayudarlas con la instalación. Cuarto tenía un chico y dos chicas: un tipo alto y delgado que miraba a todos con expresión flemática, una chica regordeta de gafas y, finalmente, otra muchacha larga y estilizada, bastante bonita pero que se veía cohibida con las atenciones de sus nuevos admiradores.

Quinto tuvo solo una chica que miraba a todos con expresión ceñuda, rechazó a los que quisieron ayudarla y lanzó un hechizo sobre sus cosas que la siguieron escaleras arriba.

Y, finalmente, séptimo. Al principio no parecía nada fuera de lo común. Dos chicas que negaron y asintieron ante las preguntas del inspector Hammock cuando les preguntó si habían tenido algún problema en el camino y si sabían cómo llegar a la habitación asignada. Otro chico bajó del carro. Era bajo y llevaba el cabello ondulado un poco largo. Respondió brevemente a Hammock e hizo un movimiento perezoso con la mano para poner sus cosas en marcha. Estaba a punto de acercarme a él cuando vi a Leslie Morton abrir mucho los ojos y soltar una risita tonta. Algunas chicas lanzaron un gritito emocionado y encontré la razón al voltear para ver quién bajaba del camión.

No me malentiendan. Soy un tipo normal y me siento incómodo diciendo cosas como estas pero, había que admitírselo, él era lo suficientemente guapo para terminar como rey del baile de fin de curso. Probablemente sería el nuevo mejor amigo de Evan Wood, el más popular en nuestro grado. En ese caso, tal vez también fuera extremadamente desagradable, por lo que avancé en contra del tropel de chicas que se lanzaron hacia él. Alcancé al chico de cabello ondulado y lo detuve.

—¿James Sandler?—le pregunté.                                                                                                             

—No, soy Curtis Ward.

No sería justo decir que el alma se me cayó a los pies. Me limité a asentir y hacer una mueca. Me volví hacia el que debía ser James. Ahora sí que no quedaba nadie en el camión porque no creía que se estuviera alejando con un estudiante dentro (aunque ha habido casos, por supuesto). Sorteé a las chicas que le sonreían coquetamente y le solté sin muchos modales.

—¿James Sandler?

Otra ronda de grititos por poder saber su nombre.

—Sí —dijo él frunciendo el ceño— ¿nos conocemos?

—Kyle Anderson—me presenté—. Creo que compartiremos habitación.

Su sonrisa me sorprendió un poco hasta que supe que la tenía como tatuada en el rostro.

—Mucho gusto compañero —dijo extendiéndome la mano calurosamente—. Hombre, pero si yo no imaginaba este recibimiento. Solo te ha faltado traerme un cartelito como los tipos de los aeropuertos —chasqueó los dedos y todo su equipaje se alzó de suelo. Eran dos cajas de madera y tres baúles que lucían antiguos, con un emblema familiar grabado—. Vamos, te sigo.

Rodeamos al grupo de chicas pero estas nos siguieron como si fueran una escolta personal. No les di importancia porque las perdimos al doblar el pasillo camino a las habitaciones de los chicos. James se despidió de ellas con un saludo que les hizo soltar otro par de risitas. Parecía muy pagado de sí mismo.

—Ya veo que no me lo voy a pasar mal por aquí —comentó.

Llegamos a la habitación 722,  y saqué las llaves de mi bolsillo. Abrí la puerta mientras decía:

—Ya te han enviado la llave, está ahí, sobre la mesa.

James asintió y entró en el lugar seguido de su equipaje, contemplando todo con la curiosidad de cualquier recién llegado. No dijo nada ante la cama, o los armarios, ni ante su escritorio por ahora vacío, pero sí se fijó en la rajadura y la mancha en la pared que se veían sobre el mío.

—¿Eso es una suerte de advertencia? —dijo señalándola— ¿tratas de decir que no me meta contigo o podría terminar carbonizado?

Sacudí la cabeza, sintiendo que casi enrojecía.

—No, eso lo hizo Stefano, el tipo que estaba aquí antes. Estaba experimentando con alguna tontería y voló la mitad de mis cosas.

El recuerdo no era de los mejores. Imagina levantarte en mitad de la noche con una explosión que lanzara tu despertador sobre tu frente, incendiara la mitad de tu tarea, varios libros y tus apuntes de todo el año en Curación Avanzada IV. Lo admito, me alegré mucho al poder librarme de él.

—Oh, vaya.

Se sentó en la cama y se desperezó como si fuera un gato.

—Bien —añadió con una sonrisa— creo que esto podría funcionar. Aunque, por supuesto, si incendio algo, trataré de que sea más divertido que un escritorio.

La marca del lobo (Igereth #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora