XIII. La mejor estafa

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Dedicación a: @KrenGutierr.

Recomendación del día: Sweet Peril, de la misma autora.

Lean la nota al final de este capítulo, les tengo una sorpresa ;-).

Los sucesos inesperados pueden ocurrir en cuestión de segundos, eso fue exactamente lo que me tomó salir de la cola del almuerzo y echar un vistazo detrás de mi hombro para comprobar que mi nueva amiga me estaba siguiendo, y al siguiente instante había volcado mi bandeja de comida sobre alguien. Reconocí a la desafortunada de mi clase de matemáticas, esa que siempre estaba acompañada por otras tres chicas y actuaba como si el mundo estuviese a sus pies. Fue todo lo que alcancé a hacer, reconocerla, antes de que ella comenzara a ultrajarme.

—¡Maldición, mira lo que has hecho! —dijo mirando su blusa con estupefacción—. ¿Acaso no ves por donde caminas? Ponte unos jodidos lentes y deja de ser un peligro para la sociedad.

Fruncí el ceño.

Mis intenciones de disculparme se habían esfumado. En cambio me mantuve callada y fulminándola con la mirada.

—¿No vas a disculparte? —preguntó indignada, mientras su grupo de amigas clavaban sus miradas sobre mí.

En un principio no fui consiente de que en la cafetería reinó el silencio, ni de que todos nos prestaban atención, y me sentí aliviada después, porque de lo contrario me hubiese puesto nerviosa y quién sabe qué tontería habría salido de mi boca.

—Esta chica sí que es histérica —dije tranquilamente, volteando a un lado en dirección a Nicole.

—Tú lo has dicho —respondió ella con una sonrisa.

Desde el comienzo Nicole y yo tuvimos esa extraña sincronía. Solo con una mirada, bastó para que ella entendiera que era momento de darnos la vuelta y largarnos.

Mientras nos alejábamos, escuché un gruñido entre el otra vez audible bullicio de la cafetería. Sabía que ella estaba enojada, y poco después comprendí que darle la espalda había sido una señal de guerra. Honestamente, no me arrepentía de haberlo hecho, incluso si dejarme humillar y disculparme me hubiesen evitado los siguientes años de discusiones estúpidas, atentados de pelotas de volleyball contra mi cuerpo y los falsos rumores sobre el tamaño de mis orejas y mi vida romántica. Todo lo que puedo decir es que, Amy Abadear no descansaría hasta hacerme la vida imposible el resto de la secundaria.

Subí hasta la cima de las gradas del campo de futbol americano de la escuela, y una sonrisa malintencionada se dibujó en mi rostro cuando divisé la espalda de la persona que estaba buscando. Descendí silenciosamente hacia donde se encontraba, deteniéndome en una fila en medio de las gradas justo detrás de él, quien pareció no notarlo. Cuando lo dejé para ir a comprar un par de bebidas lucía pensativo, creía improbable que todavía siguiera sopesando la intrascendente historia que le había contado.

Con mis dedos comenzándose a entumecer por las frías latas que sostenía, puse el extremo de mi Coca-Cola Zero sobre la nuca de Young. Este reaccionó dando un respingo, cubriéndose el cuello con una mano y dándose la vuelta para mirarme.

—Eso no fue gracioso —dijo con el ceño fruncido, pero una sonrisa se extendió por sus labios.

—Para mí sí lo fue —me encogí de hombres.

Me senté a su lado y le tendí su bebida, una tradicional Coca-Cola.

—¿Cuánto te debo? —preguntó inclinándose un poco, listo para sacar su billetera del bolsillo trasero de su pantalón.

Conduciéndome a la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora