VI. Camino al hospital

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—¿Por qué no me lo contaste ayer? —preguntó Nicole, cuando le conté sobre lo que sucedió en la enfermería.

—Lo olvidé, lo siento —me excusé terriblemente.

Estuve en la enfermería hasta la hora de ir a casa, por lo que era casi improbable que lo hubiese olvidado cuando me encontré con Nicole al pie de la salida unos minutos después. La verdadera razón por la cual no se lo dije antes, fue porque necesitaba tiempo para sopesar lo que había sucedido. Hubo algo que me hizo retractarme de soltar mi veneno cuando estuve frente a Young. Incluso después de que él se mofara de mí, no pude volver a enojarme tanto como antes.

—Así que lo olvidaste —dijo con incrédulo tono de voz, mientras asentía una y otra vez con la cabeza—. Y, mi cabezota amiga, ¿qué te hizo creerle a Danny que él no había corrido el rumor?

Di un largo sorbo a mi jugo de naranja, el cual se volvió ruidoso cuando terminé de beber el líquido. Apreté la caja de cartón, y lo arrojé al primer bote de basura que se cruzó en mi camino.  

—Yo también quisiera saberlo —murmuré para mí misma. Luego repuse en voz alta—. Tal vez su enfermo rostro. No parecía tener ganas de mentir… —Guardé silencio por un instante, y analicé lo que acababa de decir—. Sí, ¡eso fue! —Agregué con una sonrisa.

Esa era la respuesta a mi más reciente divague.

Cuando me sentía enferma, yo tampoco quería hacer muchas cosas. Eso me parecía más lógico, que creer que Young  estaba comenzando a agradarme.

Nicole entrecerró los ojos, y me miró seriamente por un momento.

—Eres la persona más extraña que he conocido —declaró. Y cuando pensé que había olvidado pronunciar cierta famosa frase—. Sólo por si acaso, ¡te lo dije! —Ella lo hizo.

Rodé los ojos.

Mientras caminábamos por el casi vacío pasillo, observé al profesor de francés doblar en la siguiente esquina. Ahora se dirigía hacía nosotras. Sentí a Nicole tensarse a mi lado, y lo que ocurrió a continuación, fue casi inevitable. Ella hizo amago de darse la vuelta, y huir de su dolor de cabeza —el profesor quien dictaba la asignatura que más odiaba—, pero éste fue más rápido, pese a su avanzada edad y cortas piernas, y estuvo frente a nosotras en poco tiempo.

—Señorita Lowell, si tiene tiempo para vagabundear por los pasillos…

—Tenemos media hora libre antes de la clase de francés —le cortó antes de que él terminara su falsa acusación.

—Bien —respondió con el mismo tono de voz despectivo—. Así que no le importará acompañarme un segundo. Tenemos que hablar sobre sus notas en mi clase.

Nicole hizo una mueca, pero no dijo nada. En cambio, me dedicó una mirada significativa, antes de regresar por el camino donde vinimos, junto al bajito profesor Watson.

Continué avanzando sola sin ningún rumbo en específico, como veníamos haciendo mi amiga y yo. Pronto me encontré en otro pasillo, y logré divisar a una porrista casi al fondo de este, junto a mi casillero. Su espalda estaba apoyada contra él, mientras estaba cruzada de brazos, sobresaliendo sus pompones bajo estos. Cuando se percató de que la estaba observando, volteó en mi dirección y se enderezó, al ritmo que una gran sonrisa se adhería a sus labios.

Yo también sonreí, y me encaminé hacía donde se encontraba.

Antes de poder decir “hola”, ya estaba siendo apretujada entre sus brazos.  

—¡Jessy! —exclamó muy cerca de mi oído.

Ni en un millón de años me hubiese imaginado estar en una situación parecida. Siendo abrazada por una porrista —la especie en la sima de la pirámide de los sin neuronas, mejor conocidos como los populares—, y menos siendo llamada “Jessy” por esta. Pero Allannah era la excepción. De hecho, nos conocíamos desde antes que ella se convirtiera en uno de “ellos”. Sin embargo, sólo en apariencia, porque seguía siendo igual de sincera y agradable que antes.

Conduciéndome a la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora