1. bonito par

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—Donghae, tienes que ver esto. Han colgado un par de senos enormes encima de la salida veintitrés.

Lee Donghae, fiscal del condado, apenas alzó la mirada mientras continuaba echando gasolina en su todoterreno. Todavía era demasiado temprano para descifrar los balbuceos de Lester sobre sexo.

Si ese mismo comentario lo hubiera hecho cualquier otro, habría conseguido despertar su curiosidad. Pero estaba con Lester, propietario de las dos únicas gasolineras de Joyful, Georgia. Lester quizá no se acordaba de cómo le apodaban en el instituto, pero tanto Donghae como la mayoría de la población femenina del instituto, todavía le recordaban como Lester el libidinoso.

—Toma, Les —Donghae sacó un billete de veinte dólares del bolsillo y se lo tendió.

Pero Lester no le prestó atención. Continuaba mirando fijamente hacia el cielo. La curiosidad acabó picando a Donghae también. Siguiendo el rumbo de la mirada de su antiguo compañero de instituto, descubrió lo que había capturado su atención.

Lester tenía razón. Había una valla publicitaria con unos senos enormes en la salida de la autopista.

—Maldita sea —musitó Donghae sin poder creer lo que veían sus ojos. Y no pudo evitar añadir—: Bonito par.

Desde luego, los habitantes de aquel pueblo miserable iban a tener algo de lo que hablar cuando se despertaran. Sí señor, los habitantes de aquella cálida y almibarada población, tan falsamente dulce como un caramelo de limón, se asomarían a la ventana mientras engullían los cereales de la mañana y contemplarían aquel par de montañas nevadas que se alzaban sobre la autopista.

Porque desde allí, las dos borlas blancas que apenas cubrían el diámetro de los pezones parecían dos bolas de nieve. Lester continuaba en silencio, babeando en un callado homenaje a aquellas colinas que resplandecían bajo el sol de la mañana.

Al final, susurró: —¿Qué demonios se supone que es eso?

Donghae se encogió de hombros.

—¿Nunca has oído decir que el sexo vende? Puede ser un anuncio de cualquier cosa, desde pasta de dientes hasta Viagra.

—Qué va, de Viagra no puede ser —dijo Les con un gesto de desprecio—. Con un cartel como ése, ningún hombre necesita tomar Viagra.

Personalmente, Donghae nunca había necesitado excitarse contemplando catálogos de lencería femenina. No. Desde que tenía catorce años y había estado con Cherry Hilliard, una adolescente que se había comportado a la altura de lo que se comentaba sobre ella en los vestuarios de los chicos, sólo había disfrutado del sexo con mujeres de carne y hueso.

Era una lástima que Cherry hubiera descubierto la religión y hubiera terminado casándose con el reverendo Smith.

—Podemos intentar averiguar de quién es ese anuncio —dijo Lester mientras alargaba la mano hacia la puerta de pasajeros del todo terreno—. ¿Nos acercamos en tu coche?

—No puedo. Tengo una reunión en Bradenton. Además, tienes otro cliente —contestó Donghae al ver a Fred Willis, uno de los ayudantes del sheriff con el que Donghae también había ido al instituto.

Al parecer, Fred también se había fijado en aquellos senos enormes. De hecho, estuvo a punto de chocar con el guardabarros del coche de Donghae.

—¿Habéis visto eso? —gritó por la ventanilla en cuanto se detuvo.

—Desde luego —contestó Lester.

Rodeó el coche de Fred, abrió la puerta y se metió en su interior. Los dos salieron disparados, sin dirigirle a Donghae ni una segunda mirada.

No era de extrañar, puesto que Donghae no podía presumir de ser una de las personas favoritas de Fred. Particularmente porque encontraba una gran satisfacción en liberar a los pobres e incompetentes delincuentes que Fred y su jefe, el sheriff Brady, conseguían atrapar en aquella zona prácticamente libre de delitos.

Si se encontrara con un auténtico delito, con un auténtico delincuente, podría llevar a cabo su trabajo. Pero allí, en Joyful, para el esfuerzo que hacía por dejar encerrados a sus ocasionales ocupantes, podría haber dejado abiertas las puertas de los calabozos.

Por supuesto, en cualquier caso, su esfuerzo era mayor que el que hacía el sheriff Brady para asegurarse de que los pobres inocentes que habían tenido la mala suerte de nacer en el lado menos noble del pueblo salieran en libertad.

En Joyful, el sistema judicial estaba equilibrado. Si se era rico y triunfador y se cometía un delito, la policía se ocupaba de uno. Si se era pobre y desgraciado, lo hacía Lee Donghae.

Con el billete todavía en la mano, Donghae se acercó a la mugrienta oficina de Lester y allí lo dejó, cerca de la caja registradora. Tomó una botella de agua y la dejó encima del billete, para que no pudiera llevárselo el viento.

Miró después a su alrededor y esbozó una mueca de disgusto. Esperaba que a nadie se le ocurriera acercarse a la gasolinera y entrar en la oficina de Lester.

Los carteles que tenía pegados en la puerta podrían provocarle un infarto a Virginia Davenport, la presidenta de las Hijas de la Confederación.

Y, con un poco de suerte, el sheriff diría que había sido un homicidio y querría que Johnny llevara a Lester a juicio.

—Un par de senos sobre Joyful —musitó mientras volvía a mirar hacia la valla publicitaria y se metía en el todoterreno—. Desde luego, eso es algo que no pasa todos los días.

Mientras salía del pueblo, tuvo la sensación de que estaba a punto de ocurrir algo interesante. Y estaba deseando averiguar lo que era.



Esta es la primera historia por así decirlo, que publicarè en este año después de que eliminaran mi cuenta. Lo demás que llegue a publicar será lo que tenìa en la otra cuenta. 

she got me crazy - donghaeWhere stories live. Discover now