Capitulo 17

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Alyx abrió los ojos con la incertidumbre de no saber si seguía viva o no. Si aún vivía debía haber perdido el conocimiento en algún momento, cuando ya su cuerpo y su mente no aguantaron el dolor, aunque no se acordaba de cuando había llegado el alivio de la inconsciencia y, si por el contrario había muerto, no encontraba justo que el dolor de las heridas siguiera siendo tan intenso e insoportable.  

            Intentó mover los brazos y a pesar del dolor que le atenazó y le arrancó un sollozo comprobó que ya no la tenían atada. Tal vez, pensó con cierta ironía, ya no la consideraban capaz de moverse. Con un esfuerzo titánico, se incorporó, sintiendo el cuerpo dolorido y pegajoso. Tenía un brazo completamente inutilizado y sólo moverlo un poco parecía que la desgarraban y tenía que detenerse. Llorando, sintiendo como las lágrimas la quemaban las heridas del rostro y le destrozaban los labios rotos y agrietados, movió el brazo roto y lo metió bajo la manga del jersey y lo inmovilizó como pudo, improvisando un soporte. Después se movió hacia la orilla de la cama en la que se encontraba y sacando primero las piernas y apoyando los pies en el frío suelo, trató levantarse con esfuerzo, pero siendo imposible para las piernas soportar todo su peso, cedieron y cayó al suelo, arrancando de sus labios un grito de dolor que murió en su garganta.

            Durante unos instantes, unos minutos, tal vez, Alyx permaneció sentada en el suelo, llorando en silencio y agarrando con la mano sana la ropa pegajosa de la sangre que comenzaba a secarse. Al tacto notaba como la mayor parte de su ropa estaba raída y rota y, dadas las circunstancias, agradeció que lo único que estuviese roto fuera un brazo. Se llevó una mano a la cabeza y al notar una punzada de dolor la apartó rápidamente, arrepintiéndose de haberlo hecho. La oscuridad le impedía dar un análisis de su estado, pero casi lo prefería así. No se molestó en intentar volver a ponerse en pie dado que notaba los dedos entumecidos; con cuidado palpó la planta del pie y descubrió que tenía la piel levantada. Se estremeció. Le palpitaba todo el cuerpo y creía que la cabeza le iba a estallar. Comenzó a arrastrarse por el suelo, acercándose hacia la puerta y cuando llegó a ella se arrodilló, incorporándose con una mano y palpó a tientas a ver si encontraba algún soporte o pomo donde agarrarse y abrir. La puerta cedió ante la poca presión que podía ejercer con su cuerpo magullado. Ya no sólo era el dolor, era la pérdida de sangre que luchaba por volver a sumergirla en la inconsciencia.

            —¿A dónde crees que vas?

            Alyx abrió mucho los ojos. Le invadió el pánico e intentó huir arrastrándose por el suelo, moviendo las rodillas y la única mano que tenía libre. Aún así, sus movimientos eran torpes, lentos, y no tardó en sentir como una mano fuerte se enredaba entre sus cabellos apelmazados en la cabeza por la sangre y tiraba de ellos cruelmente, obligándola a levantarse a pesar de las heridas en la planta del pie. Soltó un chillido débil, agónico y deseó volver a dejarse llevar por la inconsciencia.

            —¡Qué suerte tenemos! —susurró el ángel, acercando sus labios fríos a su oreja.

            Alyx llegó a agradecer aquel contacto. Su piel fría aliviaba levemente la zona herida donde la rozó.

            El ángel la arrastró y la empujó contra la cama, tirándola sobre ella con un movimiento brusco y Alyx cayó sobre su brazo roto, incapaz de ahogar un alarido de dolor al sentir el impacto. Por unos segundos se mareó y llegó a perder el conocimiento.

            — Tus amiguitos han venido a buscarte.

            Le costó entender a qué se refería el ángel. Se paseaba lentamente por la habitación y levantaba con sus movimientos un viento cargado de podredumbre y carroña. Alyx hundió el rostro en las mantas ásperas que tenía bajo su cuerpo. ¿Sería posible que Steve y Nathan hubieran ido a buscarla? La posibilidad le daba una pequeña esperanza, pero temía aferrarse a ella y aún más, le aterraba que ellos corrieran la misma suerte que Amanda y ella misma. Pero..., no podía evitar sentirse egoísta y desear que vinieran a rescatarla.

Cazadores de ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora