Capitulo 7

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Mientras seguía a Steve por la larga calle, Nathan respiró el aire frío y húmedo que se alzaba desde el fondo de un callejón. Con la misma mano que agarraba las pequeñas piedras sostenía aún la bolsita de cuero, lo cual le obligaba a soportar el sudor que el material le producía en la palma. A medida que se acercaban, la trémula luz de las farolas iluminaba más que paredes y tiendas; también iluminaba las figuras de los ángeles que había en el centro.

            Mientras él se situaba al lado de Steve, éste se detuvo de golpe. Contemplaba con una mezcla de odio y temor a las criaturas erguidas y desafiantes que tenían enfrente.

Nathan se detuvo junto a él.

            El Cazador frunció el entrecejo al examinar con mayor atención a los ángeles: tenían las cabezas caídas sobre el pecho y los ojos cerrados. No parecían prestarles mucha atención, algo bastante inusual, ya que pese a la situación en la que se encontraban no parecían preparados para luchar. ¿Una trampa?

            —Ey, Steve...

            Steve no lo escuchó. Antes de que pudiera terminar de hablar, en la mano extendida de su amigo comenzó a condensarse una gran cantidad de energía.

            —¡Te invoco! ¡Arazar!

            Un ave de color plateado surgió de la nada, materializándose con la energía que Steve había condensado en su mano.  Las dimensiones del Arazar eran aún más impresionantes que las de la última vez que lo vio. Con un movimiento ágil y un chillido ensordecedor alzó el vuelo, sobrevolando la zona mientras la iluminaba con la luz plateada que lo envolvía.

            Nathan observó fascinado al animal pero sabía que aquello no era suficiente para derrotar a todos aquellos ángeles y, por mucho que a Steve le pudiera doler reconocer, había gastado una gran cantidad de energía y fuerza física para poder atraer a esa dimensión a un Arazar de aquel tamaño.  Con un suspiro abrió la mano que contenía las pequeñas piedras rojas y las contempló con cariño.

            —Es mi turno —susurró.

            En el momento en que Nathan iba a prepararse para acudir en la ayuda de Steve, notó como las figuras de los ángeles seguían inmóviles, sin importarles el gran Arazar que tenían sobre ellos. Cerró nuevamente la mano, ocultando las piedras e intentó concentrar su atención en las sombras ocultas que les rodeaban.

            —Ataca —susurró la voz de Steve.

Con la mano que aún seguía extendida hizo un gesto de avance y el Arazar, con un chillido de satisfacción, se abalanzó contra los ángeles.

            Sin embargo, antes de que el ave llegara hasta ellos, los ángeles se apartaron y desaparecieron hábilmente, como marionetas guiadas por una mano invisible. El Arazar se detuvo a mitad de camino y observó a Steve esperando una nueva orden. Steve, por supuesto, no sabía en qué dirección enviarlo.

            —No lo hagas —dijo Nathan.

            La sensación de alarma, de estar siendo observado había desaparecido completamente. La oscuridad que les había rodeado parecía ser menos acentuada y Nathan oía distante el ruido áspero, como si estuviera alejándose muy rápidamente. Sabía que debía sentirse aliviado, incluso contento, pero una nueva sensación, que ya había experimentado aquella noche, crecía en su interior muy alarmante.

            Steve lo miró con dureza antes de hacer desaparecer la invocación.

            —Podía haberlos atrapado —dijo fríamente.

Cazadores de ángelesWhere stories live. Discover now