SEPTIEMBRE - 13

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A Nieves la habían aceptado. Volvió a casa, sumamente feliz, y llamó para decir que dejaba su antiguo trabajo. Al jefe de la empresa no le gustó que dejara su puesto de un día para otro, pero tampoco la dijo nada. Ella estaba feliz, puesto que empezaría como celadora y cocinera del Hogar al día siguiente y exactamente la pagarían lo mismo que en su anterior trabajo.

También había conocido a los internos: Victoria Suárez, Gael García, Tomás Lambea, Marco Rosales, Lola Ávila y Bruno Expósito. Y en su primer día de trabajo, habría dos niños más: Pablo Sarratore y Lidia López Candelas.

Mientras que de los más chiquititos, había tenido una buena imagen, no había tenido esa misma buena imagen con los más mayores. Nada más ser contratada, se había encontrado al chico más mayor del orfanato peleándose con el hijo de uno de los directores: Jaime.

Pero bueno, esperaba poder cambiar el carácter de aquellos niños poco a poco.

Nieves se limpió el maquillaje de la cara, se puso el pijama, metió una pizza en el horno, y después de que esta se hubiera cocinado, se dispuso a cenar. Después se iría la cama, mañana empezaba su nuevo trabajo y tenía que irse pronto a dormir. Es más, tanto Agustín como Roberto, le habían propuesto irse a dormir al Hogar, pero ella había decidido pensárselo un poco mejor.

Pero justo en el momento en el que Nieves se iba a ir a dormir, sonó el timbre de la puerta de su casa.

Nieves se asustó: no esperaba ninguna visita a esas horas, y tampoco había ruidos en su casa como para que algún vecino hubiera llamado a la policía.

Nieves trató de no hacer ruido y fue a observar por la mirilla: miró arriba, después abajo y entonces la vio: era Jelissa, la hija de su amiga Sandra.

Nieves se asustó: ¿por que esa niña estaba ahí? Rápidamente abrió la puerta, antes de que Jelissa pudiera empezar a gritar o a patear la puerta de su casa.

La pequeña abrazo fuerte a Nieves tras verla detrás de la puerta.

— Está loca. Me ha pegado... —Jelly se puso a llorar y Nieves la levantó.

—¿Cómo qué te ha pegado? 

¿Acaso Sandra se había vuelto loca? ¿Cómo iba a pegar a una niña que ni siquiera era su hija? 

—Sí, lo ha hecho.

Nieves cerró la puerta de su casa.

—¿Cómo sabes que vivo aquí?

—Lo miré en la libreta de direcciones. Eres más buena que Sandra, me quiero quedar contigo... —suplicaba la pequeña entre sus brazos.

—No puedes quedarte aquí conmigo, no estoy autorizada.

—Me da igual...

—Jelissa, tengo que llamar a Sandra para decirla que estás aquí conmigo, y que estás bien. Va a preocuparse.

—Llámala, pero yo me quiero quedar aquí contigo —volvió a suplicarle la niña.

—De acuerdo, puedes quedarte aquí, pero solo por esta noche, mañana te llevaré de nuevo a casa de Sandra, ¿si?

Jelissa negó con la cabeza:

—No me lleves con ella, me va a matar a golpes.

—Mi amor, conozco a Sandra y sería incapaz de hacerte eso. Eres su hija, va a adoptarte en un futuro, ¿cómo va a hacer eso?

—Es capaz...

Nieves suspiró. La puso un mensaje por WhatsApp y apagó el teléfono. Estaba demasiado cansada y no quería discutir con nadie hasta el día siguiente.

—¿Podemos jugar un ratito? —la preguntó la niña cuando acabó de tranquilizarla.

Y nieves, con esa carita, no pudo decirla que no. Así que se pusieron a jugar al escondite.

Sí, a jugar al escondite, a las 10 de la noche.

Primero la tocó contar a Jelissa. Después a Nieves. Nieves escuchó que Jelissa salía corriendo despedida y abría el armario de su cuarto. "¡Qué traviesa es!" pensó. Después, Nieves contó hasta 20 y me se dio la vuelta para ir a buscarla. En primer lugar, Nieves fue al baño, para que Jelly no se diera cuenta de que su mayor favorita sabía en verdad dónde estaba:

—¡Uy, Jelly aquí no está! —exclamó Nieves riéndose.

Después, fue a su habitación, y directamente, abrió el armario. Y allí estaba Jelissa, sosteniendo algo entre sus pequeñas manos:

—¿Y estos zapatitos Nieves? —la preguntó enseñándole los zapatitos azules que Nieves, desde hacia muchos años, tenía escondidos en el armario. Se quería morir.

Estaba completamente paralizada, en shock. Había descubierto los zapatitos, y ahora, ¿qué iba a decirla? No podía decirle a Jelly que su bebé había nacido muerto. Sí, Nieves se había quedada embarazada con 16 años. En realidad ese bebé era buscado, realmente no fue un error, fue algo deseado por tanto por ella como por su novio. Tuve un embarazo completamente normal, con sus padres y los padres de su novio apoyándoles a los dos, y deseando ser abuelos. Nieves tenía ya todo comprado, pero esos zapatitos fueron lo primero que le compró a su hijito, que iba a ser un niño y se iba a llamar Nino.

Y pasó el curso embarazada, estudiando igual que el resto de sus compañeras y no suspendiendo ninguna sola asignatura. Y bueno, llegó el día del parto, ese día tan deseado por ella y por su novio. Nino San Sebastián Uterque nació por cesárea, porque era el único requisito que sus padres habían impuesto. La habían dejado seguir adelante con el embarazo, pero el niño nacería por cesárea por mayor seguridad.

Pero cuando Nieves despertó, se encontró a todos llorando, y el médico la entregó a su bebé muerto. Nino estaba muerto, en sus brazos.

No pudo parar de llorar, y ni siquiera fue al entierro de su propio hijo. A las dos semanas cortó con su novio, se acabó la relación. Él la decía que todo había sido por su culpa, cuando había tenido un embarazo de lo más normal y fácil. Ambos habían sido felices, iban a criar juntos a Nino. Pero él creía que ella había hecho algo mal y por eso había perdido a su hijo. Desde entonces, no se volvieron ni a ver ni a hablarse. Desde pequeña la habían encantado los niños, y desde aquel día mucho más. Siempre pretendía ser como su mamá, como la mamá que no podía haber sido con su hijo.

Con su Nino.

—¿Por qué tienes aquí estos zapatitos tan lindos? —la preguntó Jelissa, despertándole de sus propios pensamientos.

—¿Qué mi amor?

—Los zapatitos.

—Son para el bebé recién nacido de una amiga —mintió.

—¡Ah! Son muy lindos —la sonrió Jelly—. ¿Seguimos jugando Nievita?

Y haciendo un gran esfuerzo, Nieves pudo continuar jugando, pese a que su corazón, se había destrozado aún más al ver los zapatitos de su niño.

Chiquititas: Los RosalesWhere stories live. Discover now