SEPTIEMBRE - 7

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Olivia Montes del Real. Esa era yo. Una niña de la alta sociedad española. Me creía preciosa, rica... Extremadamente perfecta. Mamá me lo decía, mi cuidadora también me lo decía.

Tenía la piel morena, el pelo casi negro y los ojos claros, entre un color verde-grisáceo, como papá. Mi hermano Mateo era bastante diferente a mí, tenía los ojos oscuros, de un color marrón chocolate, y su piel era más clara que la mía. Su pelo era ondulado, a diferencia del mío, que era liso.

No nos parecíamos en nada, ni siquiera en el carácter. Él era un niño muy tranquilo, muy independiente, muy centrado en sus cosas, autodidacta... Yo, en cambio, necesitaba de mi madre y de mi niñera para hacer todo. Había nacido en una familia muy adinerada, y me había acomodado a ser la típica niña rica que nunca hacía nada.

Por aquella época, tenía siete años, casi ocho. Hacía dos años que mamá y papá se habían divorciado. Mamá decía que papá era un desastre, que había estado a punto de llevarnos a la ruina, que ya no le soportaba más y que por eso había decidido cortar la relación. Papá decía otra cosa completamente diferente, quería a mamá, pero cuando a papá le habían bajado el sueldo, ella lo había dejado. Mamá no estaba dispuesta a bajar su nivel de vida, ni un poquito solo, y según papá, ahora que se había divorciado, se dedicaba a buscar a un hombre más rico, aunque no la quisiera.

Ella solo quería dinero. Y punto. Quería seguir siendo de la clase alta, y no quería bajar ni un solo escalón en la pirámide social. no estaba dispuesta a bajar de categoría cuando a papá le habían bajado el suelo. Pero papá tuvo que escoger: o le bajaban el sueldo, o le echaban del trabajo.

Y al poco tiempo de divorciarse de papá, mamá había encontrado a Antonio, un señor, bastante más mayor que ella, que además tenía 5 hijos situados entre los 23 y los 14 años (más mayores que mi hermano y que yo), viudo y con muchos bienes: una finca en el campo, varios pisos en la ciudad, una mansión en la periferia, varios coches y una casa en la playa.

Mamá no dejaba de sonreír. No le amaba, pero tenía dinero, y eso era lo que de verdad ella tenía en cuenta:

—¡Con Antonio te ha tocado la lotería! —decía Elena, mi niñera, la de mi hermano, y también la señora que había cuidado a mamá de pequeña.

—Lo sé. Yo tengo claro lo que busco. José Luis puede seguir viviendo en la miseria, pero yo no, y los niños tampoco. Y obviamente, por mucho que me case con Antonio en un futuro, va a seguir pasando dinero a los niños.

—¿Y el juicio? —preguntó Elena.

—¿Qué juicio?

—Supongo que si te casas, tal vez haya un juicio. Si estás con una persona tan rica, tal vez tu ex marido quiera pagarle menos dinero a los niños.

—No... Antonio conoce a los mejores abogados del país. Eso no va a pasar, estoy segura.

—Entonces avisa a los niños de que no le digan nada a su padre de que tienes una nueva relación.

—Díselo tú. Yo ahora me tengo que ir, tengo una partida de pádel en una hora. Y llama al taxi, por favor.

—Sí, señora.

Mamá sonrió. A veces incluso era mala con Elena, la señora que la había criado. Mamá era mala hasta con sus propios hijos. No me prestaba atención, y a Mateo mucho menos, era mucho más independiente que yo, y no necesitaba que nadie estuviera atrás de él todo el tiempo.

Los meses pasaron. Mamá seguía con Antonio Marcos, cada día estaba menos tiempo en casa. Y todo siguió igual, hasta la noche del 2 de septiembre.

Esa noche, la vida de mi hermano y la mía cambiaron para siempre.

Eran las 9 y media. Acabábamos de terminar de cenar, y estábamos viendo la televisión antes de irnos a dormir. Entonces, alguien tocó al timbre. Mamá la mandó a Elena que abriera.

Era la policía.

Era la policía y se llevaban a mamá. Por malversación de fondos. Y la culpa no había sido solo de Antonio, sino que papá también había robado dinero. Habían estafado al banco, y a unos señores que debían ser malos.

Mamá despidió a Elena por una carta que la envío desde la cárcel. Nos quedamos solos, completamente solos. Hasta que la mujer de Servicios Sociales llegó a casa, nos dijo que hiciéramos la maleta y nos llevó a un orfanato.

Yo, la niña de la alta sociedad española, en un orfanato. Sin mis juguetes, sin mi ropa tan bonita, sin mi mamá, sin mi papá, sin Elena... Y aunque siempre hubiera tenido una relación más bien mala con mi hermano, al perder absolutamente todo, me aferré a él. Como si fuera la última persona que quedara en el mundo.

Chiquititas: Los RosalesWhere stories live. Discover now