Capitulo XXVI: Death Cab For Blondie

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 ¡Qué gran día se mostraba frente a los ojos de un joven de cabellos blondos! ¡El día en que aquella que seguía amando le correspondería una vez más!

—Así que... ¿Nos damos una oportunidad? —Will preguntó, incrédulo, ante las respuestas positivas de Sarah.

—¿Tú que piensas? —ella contestó besando en breve su mejilla y abrazando al muchacho.

Gran estampa, digna de un ensueño: una pareja joven en medio del parque con las hojas de los árboles paseando por un suave ventarrón otoñal.

Y es que, si era una imagen de ensueño, era porque justamente se trataba de eso.

—No otra vez —Will se dijo la notar la luz de la mañana entrar en su habitación, percatándose al fin que aquellas escenas eran escenas de un sueño y nada más.

Todo rompimiento tiene dos etapas que marcan el final de la relación: el fin "oficial" que es el que se anuncia de modo directo, lejos de ambigüedades, y el fin "real": aquel final donde la emoción sentida por aquella persona se extingue y se puede de una vez por todas, retomar la vida que tenías antes de conocerlo o conocerla.

Sarah tuvo una relación, y para ella, ponerle fin, tanto oficial como real fue sencillo hasta cierto punto, y digo "hasta cierto punto" porque no existe tal cosa como un rompimiento fácil: se llora y se lamenta lo perdido: las ilusiones de poder tener un futuro con otra persona, aquellas ocasiones en las que juguetearon pensando en posibles nombres para un hipotético primer hijo, donde se va a querer vivir, a donde se pueden ir a vacacionar, a casar incluso.

Pero aunque a toda persona con un corazón y sangre caliente le duele, hay diferencias entre aquellos que tienen la fuerza para superar la melancolía y los sueños rotos, y aquellos que no.

En la mente de Will, el nombre de aquella chica de piel morena y larga cabellera negra y ondulada cuya sonrisa podía traer la luz de un sol de verano a la medianoche hacía sus rondas como un fantasma vagando en una casa abandonada; la había tratado de ignorar, tanto en mente como en emoción, pero tras volverse el centro de atención y adulación de todo joven en Hopewell High por su lucha contra un completo demente en la dirección (substituyendo al demente anterior), tratar de enfocarse en otro tema era una tarea herculeana.

En ocasiones, Will se percataba que, de modo inconsciente (o quizá, no tanto como a él le gustaría admitir) escribía en los bordes de sus cuadernos el nombre de esa mujer. Si su mente le permitía el tiempo, hasta hacía bocetos de su rostro, de sus ojos, de su figura, de sus labios...claro, él no era un artista, así que sólo mostraban un nivel digno de un jardín de niños. No, la de verdaderas habilidades artísticas era ella: podía pintar, podía esculpir, podía dibujar, podía...crear forma y color, podía todo aquello qué él no.

Cada vez que caminaban por los pasillos, trataba por un lado, de ignorarla: de no verla ni ser notado. Sin embargo, al mismo tiempo una fuerza le impedía alejar de todo sus ojos: quería ver si ella lo veía y lo buscaba.

Nunca fue así.

Y en días de especial debilidad (los cuales se volvían cada vez más frecuentes), él tomaba bolígrafo o lápiz, y un papel, y escribía sus anhelos de regresar con ella. Cartas de un amor que deseaba con todas sus fuerzas que volviera a florecer.

—"...Y es por eso que...si me permitieras una nueva oportunidad, desearía..." —Will leyó mentalmente las entrecortadas frases que escribió.

Eran terribles.

Puso el lápiz a un lado, y guardó la carta en una caja debajo de su cama, junto a todas las demás: ninguna era buena en sentido alguno, pero quizá algún experto en letras podría armar un argumento decente y con coherencia juntando lo menos peor de todas ellas.

El Club de Hopewell: Segundo CursoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora