Capítulo II

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 Capítulo II

      Anarella había salido aquella mañana a cabalgar, sin permitirse escuchar la súplica de su abuela, de que lo dejara para otro momento. Ahora, de pronto, al ver que se había perdido, sin saber si seguía en su tierra o no, sintió que el pánico bajaba por su espalda y se instalaba, como una pesada losa, en el estómago.


    El cielo estaba tan gris, amenazando con llover, por lo que apenas podía distinguir el contorno del bosque que se extendía a ambos lados de aquel camino.



    A lo lejos escuchó un crujido de hojas secas. Su corazón empezó a latirle con más fuerza. ¿Acaso alguien la estaba siguiendo?, pensó, mientras el frío rozaba su rostro, que se encontraba oculto con una capa.


    Un sonido aún más fuerte inquieto a su caballo. Lo hizo rechinar.



— Cleopatra, cálmate...— expresó asustada—. Por favor, cálmate... ¡Ahhh!...



    Un animal se había cruzado en su camino, haciéndole perder el control de su yegua. Y ciertamente, alguien la había estado observando, y todo porque ella había tenido la osadía de cruzar sus tierras. Y ahora al escucharla gritar, se veía en la obligación de ir hacia ella, antes de que pusiera su vida en peligro, siendo él consciente que adelante había un camino que llevaba hacia un acantilado.



    Podía escuchar el sonido de su corazón. El sobresalto que había en su interior, mientras ella respiraba llena de angustia.



     ¿De esa manera moriría? ¿Se caería de su caballo y se partiría su cuello?



— ¡Detente! ¡Detente Cleopatra!... ¡Detente por amor a Dios!


     Sin embargo, no podía encontrar más que una plegaría dentro de su interior, mientras sus lágrimas empezaban a bañar su rostro.



    Intentaba controlar aquella repentina oleada de sentimiento que embargaba su mente. No quería pensar en la muerte. No cuando su abuela solo la tenía a ella.



    Pronto al levantar la mirada hacia su derecha, observó al fin que alguien corría en su ayuda. Era un hombre joven, de cabellera negra ondulada y fornido. O eso era lo que había creído ver, mientras ignoraba todo aquello que se le avecinaría no tan solo en su propia vida, si aquel hombre la salvaba.



    Duncan se encontraba aún lejos de ella, cuando su yegua atravesó aquel peligroso camino hacia el acantilado. Su vida ciertamente se encontraba en peligro.



    La escuchó gritar, una vez más, al mismo tiempo en que él veía como ella sentía que la vida se despedía de aquella joven mujer.

Corazón de Témpano (Editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora