Capítulo VII

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Capítulo VII

     Anarella se sentía ahora entre la espada y la pared. Sentía que una parte de ella hacía lo correcto. No quería ver a su tío más preocupado, ni a su primo atado a un duelo que se veía venir por aquel odio que ambos se tenían. Ella solo podía arreglar todo, aunque su propia vida se desvaneciera en aquella decisión.




— Éste es el documento, léalo...—dije al entregárselo en sus manos.




      La observó detenidamente leer aquel documento, mientras mantenía aquello en su mano, tratando al mismo tiempo, de mantener la compostura.





— Estoy de acuerdo...— dijo firmemente—. ¿Me da algo para firmarlo?

— ¿Ya lo leyó? ¿No necesita más tiempo para pensarlo?— expresó con malicia.

— No tengo nada más que pensar... Se lo aseguro. — expresó con firmeza.

— Pensé que lo meditaría...

— No tengo nada que meditar... —expresó en casi un susurro, conteniendo todo aquello que albergaba secretamente bajo su ser.





     Le facilitó una pluma y el tintero para que lo firmara. Allí ella aceptaba todas sus condiciones, incluso aquella de que si no se casaba con él, su primo moriría en aquel duelo, sin consideraciones de su parte. Haciéndole incluso saber de ante mano, que su propia vida se volvería como una tormenta, o como un cielo gris.





— ¿Estás consciente de lo que me pides?— le expresó la mañana siguiente, mi amigo Lord Bernand Whitby—. ¿Sabes la locura que me estás pidiendo?

— Claro que lo sé... es más, estás invitado a mi boda.—agregó con un poco de ironía—. Serás el padrino.

— ¡Estás loco!... Tuviste suerte de que nadie te viera cuando la dejaste en la entrada de su hogar a alta de la noche. ¡Pudieron creer que manchaste su reputación!

— ¿Yo?... ¿Y acaso fue idea mía el llegar al hogar de un hombre a alta hora de la noche como lo hizo ella?... ¡Yo no le envié ninguna invitación!

— ¡Pero la empujaste a que lo hiciera sin necesidad de una invitación! ¡Ponte en su lugar! ¿Cuál otra alternativa tenía?

— ¿En el lugar de la prima de mi enemigo?... Ninguna otra. —mencionó con antipatía y fastidio.

— ¡Es absurdo hablar contigo! —expresó aún más molesto con Duncan. Respiró profundamente y volvió a mirarlo fijamente—.¿Qué pretendes buscar con todo esto?

— Nada...Sólo lo justo.

— ¿Nada?... En todo el tiempo que te conozco, jamás había visto tanta generosidad de tu parte hacia uno de tus enemigos... Sé sincero contigo mismo. ¿Sólo lo justo? ¿Para quién? ¿Para ella? ¿O para ti?— le expresó para provocarlo—. ¿O me has hecho venir de tan lejos para decirme lo contrario?

— ¿Ser sincero conmigo mismo?...Mmm...— le expresó con altivez e indiferencia—. Por que no. Atarla a una vida infeliz a mi lado, mientras destruyo su futuro feliz, suena buena respuesta. Así lo decidió ella al pedirme que no lleve a cabo el duelo en que reté a su primo. Al fin y al cabo, este matrimonio solo es por conveniencia, no por su belleza...— sonrió con malicia.

— Eres muy cruel, Duncan. Espero que la vida no te haga pagar esto con lágrimas. Ni que tu corazón te traicione a ti mismo...



     Aquella mañana, Anarella amaneció con fiebre. Su abuela no había observado que había salido y llegado a muy altas horas de la noche.




— Estoy bien abuela... No es nada grave.— expresaba débilmente.

— Está hirviendo en fiebre. Eso si es grave... Tal vez sea producto del cambio del clima ocurrido ayer. Anoche llovió mucho...





     Anarella guardó silencio.



     En las cuatros paredes de su habitación aquel día se refugio. Sentía a un corazón herido, sintiendo que el mundo se le caía en sus pies. A diferencia de muchas jóvenes de su edad. Se iba a casar con alguien que jamás la amaría. Ni la haría feliz como lo había sido su madre.





     En su día a día, la ilusión y el amor no tocarían a su puerta, aun cuando ella se propusiera a amar a aquel hombre.




     A la mañana siguiente Anarella se detuvo junto en el umbral. Miró sus tierras y se recordó que aquel había sido el precio de regresar a aquel lugar. No odiaba haber tomado aquella decisión de cumplir con la promesa a su abuelo. Lo único que odiaba, era que Patrick hubiese ido a aquel lugar y que ahora ella tuviese que sacrificarse para que él no muriera en un absurdo duelo.



— ¿Por qué te has puesto de pie? — le reclamó su abuela, haciéndola girar.

— ¡Abuela! ¡Me ha asustado!

— Deberías seguir en cama... No es bueno que estés en pie.

— Ya me siento mejor...

—No me engañes... Ve a acostarte y no me hagas enojar ni preocupar aún más...

— Está bien...



     Anarella respiró hondo y se recordó que era mejor obedecerle, antes de decirle aquella cruel noticia. Ella se casaría con alguien que no amaba ni la amaría jamás.

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Hola de nuevo, se que he tenido abandonado esta novela, hoy haré un maratón... Espero que les guste. Saludos...

Corazón de Témpano (Editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora