16

67 8 2
                                    


Durante los años, saltarme las clases se me hacía cada vez más fácil. Cada vez era más sencillo ignorar el sentimiento de culpa y de miedo en el pecho, y era capaz de sonreír con sinceridad a la conserje, que observaba el papel que le había tendido con las gafas bajadas. Aunque esa vez sabía que tarde o temprano iban a pillarme, me picaba la nuca y tuve dificultades para guardar de nuevo el papel en la cartera de mi mochila.

Caminaba sobre el pavimento con las manos en puños y dejando que las pequeñas gotas de agua me refrescaran la cara y calmaran mis nervios, que se intensificaban con cada paso que daba, cada minuto que pasaba, cada vez que el autobús que me llevaba al centro se acercaba más y más a mi destino.

Sabía que posiblemente la calle estuviese segura al ser horario escolar, aunque se me olvidó por completo cuando pude verle esperándome apoyado contra una pared y con mirada indiferente. Alzó la mirada por instinto, y cuando me distinguió de entre la multitud, le vi soltando una carcajada.

—Yo intentando que no se me vea demasiado, ¿y tú vienes con un abrigo amarillo?

Bajé la mirada aterrada y repasé con la mirada mi cuerpo. Sonreí.

—No es amarillo, retrasado. Es color mostaza.

—Te estoy vacilando.

Estaba un poco aliviada de verle así de feliz. Llevaba todo el trayecto imaginándomelo con la mirada sombría al verme después de todo lo que había pasado. No me había abrazado ni me había dado un beso en la mejilla como hacía siempre, tampoco me miraba a los ojos directamente. Pero me había sonreído, y estaba ahí para hablar conmigo y escucharme; mi mente por primera vez arropó entre sus brazos el único pensamiento positivo que lograba crear.

A pesar de que sabía que no había nadie persiguiéndonos por la calle ni al acecho de nuestros movimientos, me sentí más segura una vez estuvimos sentados en la mesa del café. Cuando me fui a levantar de nuevo para pedir, se acercó un camarero y puso dos tazas en la mesa. Alcé una ceja.

—Cierto —dije en un murmuro, volviéndome a colocar en la silla disimulando lo incómoda que me había puesto en dos segundos.

Volvió a reír, ahora bajo con la mirada sobre la mesa, algo incómodo también.

Si era violento para mí, no podía imaginarme cómo sería para él.

—Se me olvida que eres Harry Styles ahora —dije, agarrando la taza expectante por qué me habían preparado.

Era un simple té negro inglés, pero de nuevo, no era yo la que les interesaba. Posiblemente a él le hubiesen preparado el mejor té que tenían. Tuve curiosidad por preguntárselo, pero él seguía sin subir la mirada de sus dedos, por lo que me quedé callada.

—Harry, estoy bien —dije, prácticamente leyéndole la mente.

Subió la mirada y me la dirigió.

—¿Estás segura?

—Sí —dije sonriente—. Estoy perfectamente. Llevaba mucho sin salir a correr, fue todo demasiado.

Salir con Dan en la espalda sabiendo que él se iba a enterar mediante los fotógrafos que me perseguían a todos los lados, con mi sonrisa en los labios, esa que no me había supuesto ningún esfuerzo en falsificar. El peor ataque de ansiedad que había tenido nunca la noche anterior, después de literalmente desplomarme por la tensión. Y aquella mañana me había vuelto a despertar con vómitos, y temía que aquello se convirtiera en algo rutinario. Claro que no le conté nada de eso. Tragué saliva y sentí las palabras caer con fuerza en mi estómago.

Same Mistakes |h.s| Wattys 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora