03. 1

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La cajera me dedicó una falsa sonrisa y me tendió las bolsas de plástico con un "pase un buen día". Ni siquiera me limité a devolvérsela. Agarré mi bolso y con dos bolsas colgando de mis manos, salí a la calle, donde la luz grisácea no me dio una bienvenida cálida. Al salir de debajo del porche del pequeño supermercado, unas pequeñas y unas finas gotas me cayeron en la cara, refrescándome más de lo que ya lo estaba. Metí las compras en la bolsa trasera de mi bicicleta. Antes de comenzar a pedalear, tuve que trazarme el camino hasta la casa de mi abuela con la mente, porque realmente, por muy pequeño que fuera el pueblo, era fácil perderse entre las calles pequeñas y enredadas entre sí.

Cuando parecía que mi mente se había aclarado más o menos dónde podría estar la calle, me subí a la bici con la lluvia cayendo con más fuerza sobre mi piel. Tal vez hiciera un frío poco agradable, pero la gran bola de fuego de la resaca en mi estómago hacía que las gotas de agua me reconfortaran. Ni siquiera había bebido tanto como para sentirme de esa manera.

Una sonrisa se me escapó sin querer cuando pensé en la noche anterior. ¿Cómo iba a saber que el chico de cuyo teléfono apareció mi bolsillo que parecía un arrogante con ojos bonitos podría acabar siendo amable?

Recordaba con las mejillas sonrojadas los pocos minutos en los que su amiga fue al baño, y nos dejó solos por un rato. Ambos estábamos apoyados en la barra, en una de las esquinas de la casa. Había poca luz y sus hoyuelos se marcaban todavía más por las sombras de la luz naranja. Justo cuando ella se había marchado, sin pensarlo y algo afectaba por el alcohol que había ingerido, se me ocurrió acercarme algo más a él y preguntarle:

—¿Qué es exactamente lo que tenéis ella y tú?

Se rió por lo bajo, mirando su vaso de plástico y acariciando el borde con un dedo.

—Somos amigos.

—¿Que se besan? —pregunté, sin importarme demasiado que fuera demasiado intrusiva, ignorando el hecho de que le acababa de conocer.

Él pareció pasarlo por alto, o directamente ni siquiera le importaba. Se rió de nuevo y me miró a los ojos.

—¿Celosa?

—Gilipollas.

Sí, ese era el tipo de confianza que habíamos cogido en tan sólo dos horas. Tal vez el alcohol nos había ayudado a ambos. Y a mí nadie me escuchó quejarme.

—Yina es amiga mía de toda la vida. Sólo es eso, aunque a veces, en fiestas y así, le da por besarme. Pero para mí solo es una amiga.

—O sea que lo haces para no aburrirte.

Quise ponerle entonación de pregunta pero no me salió. Él frunció el ceño y negó con la cabeza, algo molesto por mi comentario.

—No, no, para nada. Es... complicado.

Asentí y decidí no meterme más en su relación. Di el último trago a mi vaso. Mi vista se nubló por un segundo.

Harry me sujetó del brazo con delicadeza de pronto, y sin que yo me diera cuenta, acercó su cuerpo al mío despacio. Me recogió el pelo detrás de la oreja y pegó su perfil al mío antes de que yo pudiera siquiera moverme. De nuevo, pude sentir esa ráfaga de aire frío con el aroma entremezclado que desprendía su cuerpo. Perdí la respiración por unos segundos y traté de recomponerme.

—¿Puedo decirte un secreto? —dijo.

Mi piel se erizó cuando sentí su mano sujetar mi cadera. No sé qué sería, qué es lo que hacía para conseguir que fuera tan difícil para mí concentrarme en cualquier otra cosa que no fueran sus dedos contra la tela de mi camiseta. Pero lo hacía horriblemente bien. Asentí con la boca seca.

Same Mistakes |h.s| Wattys 2019Where stories live. Discover now