El manual de los perdidos

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Hace cientos de años, cuando las tierras de Grimm eran habitadas por creaturas mágicas, existió un hechicero llamado Beau, era un ermitaño que vivía en la punta de la colina más alta, rascando el cielo con el techo de su casa. Ese hechicero no quería compartir sus amplios conocimientos mágicos con nadie, pues pensaba que si lo hacía, la magia se perdería.

Cuando el hombre se hizo mayor, pensó en la forma de depositar toda la magia que habitaba en él para preservarla en secreto por siglos, hasta que alguien fuera tan brillante para encontrarla. Desesperado, sabiendo que no le quedaba mucho tiempo, depositó todo el poder en lo que tenía en los objetos que estaban a su alcance; cinco extrañas piedras de colores; Una azul, una amarilla, una verde, una negra y una roja. Habiendo depositado en cada una, una fuerte cantidad de magia neutra, las arrojó al rio para que todo el poder que poseían no pudiera ser alcanzado por nadie.

Muchos años después, un aprendiz de magia oscura encontró las piedras mágicas y sintiéndose poderoso se convirtió en un ser que escupía fuego y quemaba pueblos enteros. Gracias a la astucia del rey Fernando I, el dragón fue derrocado y las piedras ocultas para que nadie nunca las pudiera reunir jamás.

— Muy bonito el cuento, pero ¿Qué tiene que ver esto con tu gran lío? — cuestionó Hugo

— No es ningún cuento, lo escribió mi madre, es una leyenda— le explicó ella

— Sí, pero las leyendas tienen una parte de mentira — contestó el astuto muchacho

— Correcto, en este caso la parte de mentira está al final, donde dice que las piedras fueron ocultas para que nadie nunca las pudiera reunir— le dijo ella y el joven la miró sorprendido

— Y ahora me vas a decir que....

— Que yo tengo la piedra amarilla, si — terminó la frase la joven y la mandíbula del chico se desencajó

— ¡No es verdad! — exclamó

— No sé por qué te sorprende si sabes tan bien como yo que la magia existe— le recordó la joven

— ¿Y por qué eso supone un lío? Si tú no eres una hechicera y no tienes todas las rocas esas— preguntó y ella rodó los ojos

— Alguien está tratando de asesinarme para conseguirla, un hechicero negro, supongo— le explicó

— ¿Y qué quieres que haga yo? — inquirió

— Que la ocultes aquí, en el castillo debe haber cientos de pasadizos secretos y esas cosas— le respondió

Por la tarde, los chicos comenzaron a buscar un escondite que fuera perfecto para la piedra amarilla, pero no tuvieron suerte.

— Para que veas que no había tantos cientos de escondites como pensabas— opinó el joven

— Que aburrido eras de pequeño, como se nota que no explorabas el castillo— se quejó ella

Hugo se quedó callado, la verdad era que a penas y lo dejaban salir de su habitación, pensaban que iba a desmayarse con solo trotar, pero después todos aprendieron que su corazón daría el fallo final algún día y que valía más que hiciera su vida normal, sin más limitaciones.

— Lo que se me hace raro es que el rey no haya tenido su hechicero personal, es muy común— pensó la chica en vos alta

— Sí que lo tenía, pero fue exiliado... Ahora que recuerdo, cuando era pequeño entré a una habitación donde había muchos libros de magia empolvados, supongo que ese era su especie de taller de encantamientos donde les enseñaba a mi padre y a mi tío como hacer hechizos— le contó el príncipe

Azul ReyWhere stories live. Discover now