Calabozos y dragones

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El sol brillaba en Grimm, Ainhoa se levantó de madrugada como todos los días para terminar toneladas de encargos que tenía, ser la única costurera a metros a la redonda tenía sus ventajas y desventajas, bueno a decir verdad, tenía más desventajas pues con la paga a penas le alcanzaba para comer y conseguir más tela para seguir con el negocio.

Su pequeña casita se estaba cayendo a pedazos y ella veía con tristeza como el esfuerzo de su madre y de su tía se derrumbaba. Muy a su pesar pensaba que dentro de pocos meses tendría que salir de ahí, ya no era seguro vivir en esas condiciones. Un día un trozo del techo cayó sin avisar provocándole un susto tremendo, lo bueno era que solo había sido eso, pero temía por su vida y la de sus clientes.

Una paloma mensajera voló por su ventana y le entregó una carta, tenía el remitente del palacio real, Marta requería urgentemente sus servicios, así que no la hizo esperar.

Al entrar, unos guardias la guiaron a la habitación donde se suscitaba el problema, el cuarto del príncipe heredero.

— ¿Qué pasa? — preguntó la chica

— ¡Que Marta me trata como si fuera un niño de cinco años! — se quejó el joven

— ¡No quiere tomar su antídoto! Él se comporta como tal— le contó la mujer

— Yo no sé porque me llamas a mi Marta, si es evidente que no me hará caso— dijo Ainhoa

— ¡Exacto!, no le haré caso— estuvo de acuerdo el príncipe

— Tal vez si le explicaras lo bien que le hace tomar su medicación, funcione— le dijo

— No, me temo que él es muy grande para hacerse cargo de sí mismo y él sabe perfectamente lo que pasará si no se toma el antídoto, así que allá él y el futuro de Grimm— dijo la chica lista

Hugo había estado meditando toda la noche, ¿Qué caso tenia tomar ese asqueroso antídoto si no iba a erradicar su enfermedad? Solo alentar el proceso de endurecimiento era peor, no tenía caso seguir sufriendo, todos estarían mejor sin él y el futuro de Grimm podía quedarse en manos de Artiaga, el prometido de su hermana, sabría cuidar bien de todos.

Iba a responder a eso con un comentario irónico cuando uno de los guardias llegó a la habitación interrumpiendo el momento.

— Disculpe majestad, pero su padre me dijo que viniera por ustedes, van a ejecutar a un hechicero negro ahora— le dijo

— ¿Es muy necesario ir? — preguntó Marta

— Ustedes se quedan aquí, yo iré y vuelvo en un rato, creo que era el de la celda doce— le dijo Hugo

— ¡Madre mía, pobrecillo! — contestó la mujer

Los hombres salieron y se dirigieron a la ejecución, había mucha gente del pueblo observando, Hugo no entendía el motivo de tanto alboroto, si él fuera un plebeyo no iría a ese tipo de espectáculos en la vida, le parecían repugnantes.

En la habitación, Ainhoa estaba pensando en su tía Ester, debía sacarla de ahí pronto si no quería que terminara como el hombre de la celda doce, pero no tenía idea de donde podrían estar los calabozos.

— ¿Puedo ir a dar una vuelta por el castillo mientras? — le pidió Ainhoa y la amable mujer le dio permiso

La joven costurera se sentía como de excursión, de pequeña un día la señorita que les enseñó a leer y escribir los llevó a dar un recorrido por el palacio, pero ya no se acordaba de mucho, así que solo siguió a unos guardias sigilosamente.

Azul ReyWhere stories live. Discover now