¡Métela ya, Matteo!

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-       A la de tres – miré a todos, uno por uno: primero a Marianna, luego a Ángela y después a Paolo. – Una, dos y ¡Tres!

Una gran alfombra quedó suspendida en el aire para, acto seguido, ser atada a los barrotes de la valla.

De pronto, la atención de gran parte del estadio se desvió hacia nosotros. Durante unos instantes, el partido pasó a estar en un segundo plano.

Nuestra grada salía en las pantallas que había distribuidas alrededor del campo de fútbol. Algunos murmuraban, otros aplaudían y la mayoría, alucinaba. ¿Será la primera vez que ocurre algo similar en un partido de fútbol? Posiblemente. Sobre todo, si se trata de Hello Kitty.

-       ¡Vaya, Fran! ¿Has visto eso? – dijo uno de los comentaristas.

-       ¿Cuánto dinero crees que le habrán pagado a Venanzi? – reía el otro.

-       Una cantidad muy sucia… - respondió el primero.

-       Si la firma Hello Kitty quería llamar la atención, lo ha conseguido.

Sí y además, completamente gratis.

Por cortesía de Inés Fazzari, una gran alfombra rosa ondeaba colgada de la valla que protegía las gradas, cual pancarta. Además, Inés se había molestado en “tunearla” de forma que se leyera lo siguiente:

                  << Matteo, Hello Kitty te apoya. >>

La alfombra era lo suficientemente extensa como para distinguirla a cincuenta metros de distancia.

 Matteo estaba en el banquillo, esperando a que su entrenador le diera permiso para salir a lucirse un poco. Su lesión ya era historia, pero aún así, no había que forzar la pierna. La rehabilitación servía para consolidar los resultados del tratamiento.

Tenía la mirada baja, estaba en su mundo. Parecía no haberse dado cuenta del tumulto que había crecido entre la multitud.

Alguien le arreó un codazo en el hombro. Su entrenador, ¿quién si no?

-       Dime que no estoy viendo lo que estoy viendo.

Matteo le miró extrañado. ¿De qué narices habla este hombre?

-       Pues dime qué es lo que estás viendo y te diré que no lo estás viendo. O directamente te digo que no lo estás viendo y acabamos antes – el futbolista estaba algo enfurruñado, quería salir a jugar, aunque, en el fondo, sabía que no era buena idea esforzarse de más.

-       Tú mismo, pero esto tiene que ver más contigo que conmigo.

Aquella frase funcionó como una especie de resorte que le obligó a levantar la cabeza del suelo.

Sin palabras. Aún asimilaba lo que estaba observando. ¿Pero qué narices…? Abrió la boca para decir algo, pero no salió nada. De repente, se puso a aplaudir. No al público, a Inés.

Ni un ápice de cabreo, de rabia, de resignación o de vergüenza. La admiraba porque a él jamás se le hubiera ocurrido semejante idea.

Al fin y al cabo, por eso le gustaba la pelirroja. Porque para ella, las alfombras no estaban para cubrir el suelo, ni para pasarles la aspiradora, no. Estaban para pintarrajearlas con edding y colgarlas en un estadio de fútbol. “¡Anda, pero si ha traído un amigo!”. Detrás de la alfombra se veía a Inés, a otra chica (tal vez Marianna) y al inconfundible Paolo, tratando de pasar desapercibido. No había que tener muchas luces para comprender que doña “no sé lo que quiero” quería exasperarle sólo con la mera presencia de Paolo. De acuerdo, le ponía nervioso. Paolo, cuanto más lejos de ella, mejor. Bueno, todo problema tiene solución y aquel moscón cojonero no iba a ser la excepción que confirmase la regla.

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora