Aquí huele a amoniaco.

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Olía a café recién hecho en la cocina, a pan tostado, a mantequilla. Marianna estaba preparándose el desayuno, sola. Colocó los platos del lavavajillas a golpes, lavó las sartenes dando porrazos y derramó parte de la leche por la mesa. Mierda, Alex aún no había regresado.

Marianna tenía los nervios de punta y su pobre cocina estaba sufriendo las consecuencias. Ya resignada, se sentó a desayunar. Untó las tostadas quemadas con una generosa cantidad de mantequilla para disimular el sabor a chamuscado. Después, se puede decir que vació el tarro del azúcar en su taza de café. Ella solía matar la ansiedad comiendo, aunque de vez en cuando, reconocía que no era una buena costumbre.  Pero hoy se había dado permiso a sí misma para comer todo lo que quisiera. Si Alex no aparecía pronto, arrasaría la despensa entera.

Se puso algo de música chill out para relajarse, pero no funcionó. Ya estaba a punto de arremeter contra el equipo de música, cuando escuchó como se abría la puerta del ascensor. Marianna contuvo el aliento hasta que escuchó el sonido de una llave encajar en su cerradura. Acto seguido, la puerta se abrió dando paso a un demacrado y somnoliento Alex.

Marianna se acercó con temor a encontrarse un novio borracho y una novia cornuda, como ella, sin ir más lejos.

-       ¿Hay algo que deba saber, Alex? – lo dijo tranquila, con serenidad, como quien se prepara para lo inevitable.

Alex estaba apoyado en el marco de la puerta, no se había atrevido a entrar. Miraba hacia el suelo y trataba de contener las lágrimas. Se había portado como un cerdo. Ni siquiera había tenido la decencia de avisarla de que no volvería a dormir, aunque eso era lo de menos, claro. ¿Qué si hay algo que Marianna debería saber? Quizás, era mejor decir que había muchas cosas que Marianna no debería saber, por su propio bien.

Alex negó con la cabeza. No consiguió reunir el valor necesario para mirarla a la cara, no tenía derecho a ello. Entró a trompicones y fue a recoger su maleta. Guardó las pocas cosas que había sacado y cerró la cremallera. Después, susurró un inaudible “lo siento” en el oído de Marianna y se marchó, por donde había venido.

Ella aún contenía el aliento. Cuando Alex cerró la puerta tras de sí, Marianna permaneció quieta como una estatua, con una taza de leche en la mano derecha y un CD de Bob Sinclair en la mano izquierda. De repente, ya no tenía hambre.

  ***

Matteo se encontraba al volante de su Maseratti, enfrascado en un atasco. Podría jurar que llevaba al menos dos horas metido en el coche. La autopista estaba completamente colapsada, los conductores impacientes tocaban el claxon y el aire que se respiraba tenía más gasolina que oxígeno.

Matteo decidió tomárselo con filosofía, cabrearse no haría que desaparecieran todos los coches a su alrededor. Sí, filosofía. La pelirroja no tardó mucho en aparecer por su cabeza.

Estaba algo preocupado por la forma tan brusca que había tenido de despedirse de Inés. Pero tenía que hacerlo, era parte de su estrategia. El fin de semana en Zürich le había llevado a una conclusión irrefutable: a Inés no la ibas a conquistar besando por donde ella pisara. No, señor. Había que darla una cal y otra de arena. Por eso, metió las entradas para el partido en su bolso mientras ella se había ido a cotillear al baño.

Pero, ¿y si se equivocaba? ¿y si ella no aparecía en el partido? Bien, si Inés venía al partido quería decir que Matteo era un estratega de la talla del mismísimo Ulises; si Inés no venía, quería decir que el plan de Matteo había sido una gran cagada.

También podría llamarla por teléfono y disculparse. Mejor no. Eso arruinaría toda su conspiración.

“¿Y si la he cagado de verdad?” pensaba Matteo. “No, Matteo, no la has cagado. Era lo que tenías que hacer”, se decía a sí mismo. Sin embargo, no podía evitar tener sus dudas al respecto, porque, aunque era cierto que a Inés no te la ganabas haciendo carantoñas, tratar de llamar su atención haciéndote el insensible le parecía una conducta demasiado extrema.

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora