CAPÍTULO 1: Recién llegada.

179K 8K 1.5K
                                    

Mi nombre es Inés Fazzari.

Es el nombre que, plasmado en una placa metálica, cuelga de una vieja maleta rosa. La misma maleta que en su día cargó con mi ropa durante mi primer viaje de Zürich a Milán cuando tenía dieciocho años recién cumplidos.

El mismo nombre que hoy en día se encuentra sutilmente camuflado en el lado interno de una alianza de matrimonio que lleva uno de los hombres más singulares que he conocido en toda mi vida.

Todo comienza, como he dicho antes, en Milán.

En la residencia de estudiantes de la Universidad Vita – Salute San Raffaele.

A mis dieciocho años, me revolvía bajo un edredón de Hello Kitty a las siete de la mañana con el sádico “pipipipí” del despertador sonando como música ambiental.

La que entonces era mi compañera de habitación, la rubia, impactante e imponente Ángela me chilló:

– ¡Como no apagues eso Fazzari…! ¡Cómo no lo calles juro que te lo acabarás comiendo!

Como se puede ver, no se trataba de una mujer muy cariñosa.

La había conocido el día anterior.

Ella iba a comenzar cuarto de medicina y yo primero de fisioterapia.

Su carácter me pareció agrio y seco, tirando a taciturno. También era extremadamente guapa, destacaban en especial sus ojos felinos color azul cristal.

Eso sí, tan bella como gruñona y ruda. Una aficionada a los videojuegos – los tenía todos cuidadosamente ordenados alfabéticamente en su estantería, y también una X–Box colocada bajo la televisión–.

Me levanté, aturdida por el golpe, deslumbrada por el sol y atacada de los nervios por mi primer día de clase. Caminé hacia el cuarto de baño – por desgracia, también compartido –, dispuesta a ducharme, aprovechando que Ángela aún se estaba desperezando y no podía adelantarse.

Me miré al espejo. Mi cabello pelirrojo oscuro, casi granate, era liso y largo, pero se encontraba alborotado y encrespado, parecía como si un grupo de manifestantes se hubiese dedicado durante toda la noche a reivindicar sus derechos a mascarilla hidratante encima de mi cuero cabelludo.

Mis ojos verdes también habían sufrido los estragos del madrugón. Estaban hinchados y llenos de legañas tan verdes o más que mis iris. Los lavé con agua fría.

Después me metí en la ducha con la intención de terminar de despejarme y de convertir mi maraña pelirroja en una melena decente.

Cuando hube terminado, me puse unas braguitas a juego con un sujetador de encaje rosa, ambas prendas de Intimissimi.

Pobre de mí cuando abrí la puerta para salir a vestirme, y yo que había creído que Ángela aún estaría durmiendo.

– ¡Mierda! – exclamé.

Mi compañera y un chico alto de pelo negro alborotado se encontraban encima de la cama de ésta frente a un ordenador portátil.

Él me sonreía de manera perversa (y lasciva me atrevería a decir, pero bueno, yo estaba en ropa interior…Demasiado que no se había lanzado a morder mi cuello, cual señor Cullen).

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora