Capítulo 10

103 13 69
                                    

  Sentí una dura mirada en mí, alguien insistente que no apartaba sus ojos de mí. Me desperecé en el momento en que Eddy me tiraba agua fría en el rostro. Chillé de la sorpresa y el frío, enojándome muy temprano para mi gusto.

Me saqué las mantas de mi cuerpo, enojada por la actitud de mi padre.

—¿Qué es eso, Katherine? —Eddy señaló la marca que atravesaba mi clavícula, brillante bajo la luz matutina.

La había desinfectado por miedo, aunque estaba más que segura que no me sucedería nada. Ardía con simplemente el roce del aire, ¿cómo sería entonces con la ropa?

—¿Qué cosa? —me hice la desentendida, tirando mi cabello hacia delante. Me puse de pie, enfrentando su mirada celeste con la mía, una guerra que no le dejaría ganar: no hoy.

Estaba ya de mal humor: anoche la aparición y el recuerdo de Jason sobre mi cuerpo, ahora el sorpresivo recibimiento de mi padre al despertar y su interrogatorio por las mañanas. Tenía ganas de faltar nuevamente a la escuela, idea que tan mala no me parecía.

—La marca en tu clavícula, Katherine —siseó papá, furioso—. Dime ya quién te lo hizo.

No despegué mis ojos de los suyos, enfadada con él. ¿Creía que tenía el derecho de saber todo de mi vida, cuando yo no podía saber nada de él?

—No tengo por qué responder a eso, Eddyson.

Papá me tomó por los hombros, ganando por hoy la batalla de miradas. Era mucho más baja que él, exageradamente más baja que todos, excepto René.

—¿Fue Boyer? —lo miré enseguida, cometiendo el error así de darle La respuesta sin quererlo—. Maldito hijo de per...

—¡Eddyson! —exclamé, exasperada—. Deja por hoy, ya molestaste demasiado.

Quité sus manos de mi cuerpo, yendo directo a buscar lo que hoy usaría para la escuela: lo mismo que ayer.

—Soy tu padre, Katherine Evanson. Merezco respeto.

Lo miré sobre el hombro, alzando una ceja.

—Qué bien, vienes a pedir respeto justo ahora —me mofé, volviendo a mirar hacia delante—. Lástima que te acordaste demasiado tarde.

Estaba conteniendo todo lo que sentía, lo intentaba por sobre todo. No le daría la satisfacción de ver mis lágrimas, lo que me dolía ser comparada con mi mejor amiga y olvidada por mi propio padre. No dejaría ver todo el daño que me hizo en diez años, el dolor que implantó en mi corazón, como el odio hacia él.

—Basta ya, Katherine. Tienes diecisiete años, compórtate al menos como Ginger.

Prometí no explotar, pero lo hice. ¿Tenía el descaro de compararme con mi mejor amiga sabiendo lo mal padre que fue?

—¡Basta tú, Eddy! Basta de compararme con los demás, ¡soy tu hija, joder! —las lágrimas atormentaron mis ojos, luchando por no caer. No las dejé salir, no tendría ese gusto: no me vería sufrir más de lo que le dejaba ver—. Me cansé, realmente me cansé. ¿Crees que la tía de Ginger la compara conmigo? ¡Claro que no!

Mi padre sonrió de costado, sacándome de quicio.

—Dudo que jamás la comparen contigo, Katherine. Ginger es mejor, en todos los aspectos.

Abrí la boca, relamiendo mis labios. Las lágrimas cayeron por mis mejillas, dañándome la piel. El corazón me dejó de latir por un momento, recordándome que estaba viva y debía hacer su trabajo.

Mi mandíbula tembló, dejándome saber que pronto me largaría a llorar con fuerza.

—Bien, dile a Ginger que sea tu hija.

Tomé mi ropa y mochila, dejando a Eddy solo en mi habitación. No le daría la satisfacción de verme llorar, jamás lo hice y eso seguiría siendo así.

[...]

Dudaba de abrir o no el libro. Me daba miedo leerlo y no poder olvidarlo o revertirlo. Todo lo pasado sería lo que viviría: no podría cambiarlo jamás, por más que intentase evitarlo.

Abro la primera hoja, pasando con cuidado los dedos por las letras escritas en las amarillentas hojas.

Alcé la mirada, sintiendo los ojos celestes de un chico sobre mí: Ian. Estaba atento a mis manos, viendo lo que hacía con mis dedos sobre el libro. Mis mejillas se colorearon, sacándole una sonrisa al muchacho.

—¿Te entretiene leer un libro completamente blanco? —miré a lo que él veía: todo blanco. Arrugué el ceño, confundida—. Otra persona: humana, guardián o cazador, quien sea, no puede leer el libro. Nadie más que tú, Kate.

Ignoré sus palabras y me puse de pie, parando el bus que me llevaría a la escuela. Ian me siguió, con una sonrisa ladina y de ganador. Se quedó parado delante de mí, atento otra vez a lo que hacía.

Lo miré fijo, haciendo una fina línea con mis labios.

—¿Podrías dejar de mirarme, por favor? —me quejé levemente, guardando el libro en la mochila.

Ian desvió su mirada y no me miró hasta que me paré y bajé donde siempre. Ginger venía caminando en nuestra dirección, distraída en su móvil.

—Eh, Gin —saludé, sacándola de su nube. Sus ojos me miraron confundidos, luego alegres y por último emocionados.

—Eh, pelirroja —devolvió, posando su trepadora mirada al chico a mi lado—. ¿Y tú eres? —preguntó con prepotencia mi amiga, cruzándose de brazos.

El castaño rascó su nuca y extendió sus labios en una linda y tierna sonrisa, estirando su otra mano. La estrechó con mi amiga y ella, totalmente embobada, se lo quedó mirando.

—Ian Cooper, un gusto.

Caminamos los tres en silencio, en el momento en el que Ginger se juntó con René. La rubia siguió de largo y se instaló al lado de mi mejor amiga, dejándome con un mal sabor en la boca. ¿Me estaba evitando?

—Sal, Ian —la gruesa voz de Jason me despertó de mis pensamientos.

Llevaba el cabello revuelto, una chaqueta de cuero y una remera blanca. Pantalones ajustados y los ojos tristes. Un labio partido y una actitud casi deprimente. Ian no dijo nada, solo levantó sus cosas y se puso en un asiento detrás del mío, resoplando.

La maestra entra imponiendo silencio. Me pierdo a mitad de la clase, clavando mis ojos en las marcas rosadas en las manos de Jason, y las viejas cicatrices que se escondían debajo de sus nuevas lastimaduras.

—Por favor, pequitas, deja de mirarme —susurró, mirándome de reojo.

—No lo estaba haciendo —contradije, mirándolo fijamente.

El carraspeo de la profesora llamó la atención de toda la clase. Miré hacia delante y no volví a dirigir mi mirada hacia el cazador, quien estaba muy alegre de verme en aprietos.

—Ahora eres tú quien me mira. —murmuré, tirando mi cabello hacia atrás.

La profesora cortó su explicación.

—¿Hay algún problema, alumnos? —nos miró, dejando la tiza sobre su escritorio—. ¿Señor Boyer, señorita Evanson?

Negué, con las mejillas encendidas de vergüenza.

—Disculpe, profesora. Me perdí y le pedí una explicación a Kate.

—Sí, eso. —corroboré yo, haciendo estallar las carcajadas de todos los demás.

El grito de la docente calló a todos. Nos señaló con un dedo, sus ojos llameantes y una mueca de terror.

—Que no se vuelva a repetir.

Ambos asentimos, y con una única mirada, Jason se dio cuenta que le estaba agradeciendo por salvarme el trasero. 

Tú DecidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora