Capítulo 20

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Había pasado una semana desde que hablé con mi mamá, en donde todas las noches me acostaba al lado de Ian y sonreía a la nada misma, sabiendo que ella me vería en cualquier lugar que estuviese.

Durante la mañana hasta el mediodía iba a la escuela a ensayar para el gran día que se venía mañana. Durante las tardes ensayaba con Ian como el personaje que interpretaba Jason, pero las cosas se desvirtuaban todos los días y terminábamos en una sesión de besos que hubiese querido evitar a toda costa.

La realidad es que Ian me atraía más de lo que imaginaba, por lo que no podía negarme a sus caricias. Aunque tuve que ponerle freno cuando me sabía de memoria sus labios, el camino que iban a trazar sus manos sobre mi cuerpo y cómo se acomodaba para proporcionarme comodidad, pero no sabía ninguna oración completa de la obra.

Por las noches nos dedicábamos a estudiar sobre nuestra raza, me enseñaba a defenderme con lo poco que poseía y buscábamos alguna pista que Shannon nos podría haber dejado; sin embargo, era lo mismo que hacer nada.

Estaba lavando mis dientes cuando Ian se asomó por el marco, dedicándome una sonrisa radiante de dientes blancos.

—Vamos, perezosa. Mañana es el gran día: sobrevives a este y estarás libre hasta dentro de tres meses.

Dejé el cepillo de dientes y me sostuve del lavabo, mirando a través del espejo los celestes ojos del guardián. Parecía contento, sorprendentemente alegre por algo.

—No veo el tiempo de terminar las clases —me quejé, sintiendo los fuertes brazos de Ian rodearme. Miré sobre mi hombro, chocando con la cara de él apoyada en mí—. Has amanecido cariñoso, ¿eh?

Ian sonrió tímidamente, mirándome a través del espejo. Hice lo mismo, mostrándole una sonrisa. Una verdadera sonrisa.

—Vamos, llegaremos tarde. —apremié, dándome la vuelta entre sus brazos.

Me soltó a regañadientes, caminando por delante de mí. Gruñía por lo bajo, mientras tomaba las llaves del auto y entraba a él primero. Reí internamente, poniendo alarma a la casa y cerrando.

Subí a su lado, colocándome el cinturón de seguridad. Él emprendió camino a mi escuela, prendiendo la música y tarareándola.

—Entonces... —corté el silencio, mirándolo de reojo. Él hizo lo mismo, mostrándome una pequeña sonrisa—, ¿naciste en Brrany? —asintió, sosteniendo con mayor fuerza el volante—. Y, ¿no te entristece haber dejado amigos allí?

Su quijada se marcó con mayor fuerza, sus nudillos se volvieron blancos.

—Solo lamento haberme separado de mis padres, Kate. —me miró durante unos pocos segundos, volviendo su vista a la carretera—. No todos tuvimos la suerte de crecer con amigos, cariño.

Ahora fui yo quien lo miró mal, alzando ambas cejas.

—No todos tuvimos la suerte de crecer con ambos padres o al menos uno, cariño —imité, con una sonrisa socarrona. Se quedó callado, con los labios en una fina línea—. Tampoco es que tuviese tantos amigos, Ian. Solo la tengo a Ginger.

Retorcí los dedos sobre la tela de la mochila, furiosa con el comportamiento y trato de mi padre. Eddy siempre se dedicó a desmerecer mi amor, a apartarme y hacerme sentir como si no fuese su hija. Se encaprichó con dejarme de lado y centrar todas sus energías en su trabajo.

—Lo que quiero decir, Kate, es que tienes suerte de tener al menos una amiga —sentenció, parando en la entrada de la escuela—. Ahora, cariño, baja del auto y disfruta tu último día. Mañana arrasas.

Me tomó por el mentón, acercándome a sus labios. Sonreí, acercándome igual: al llegar tan cerca, corrí mi cabeza, dejando que sus labios se apoyen en mi mejilla. Me separé y sonreí con inocencia, saludándolo con la mano.

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