La Tormenta

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La Tormenta

Adentro, El Hombre se encontraba nuevamente junto a la ventana, al abrigo de las pocas llamas que todavía quedaban en el hogar que ya no alimentaba; escuchando atentamente el incesante soplido; buscando en los sonidos que llegaban a su morada; esperando.

A lo lejos, nuevamente el murmullo del viento traía consigo los vestigios de aquellos aullidos que le atormentaban, y que poco a poco, lentamente, consumían su alma.

Afuera,La Criatura, olfateaba, buscaba, acercándose siempre más y más. Sin temor, sin miedo, sólo instinto.

—Maldita tormenta —pensó—. Sí no hubiéramos encallado hace seis meses. No sé cómo puede durar tanto este viento.

El Hombre, mascullaba, temía, pensaba; quizá su fin estaba cerca. Sus amigos, compañeros, no habían podido sobrevivir.

—Es astuta, muy astuta. Primero eliminó a los más débiles; Scott, se había fracturado la pierna y no podía caminar. Luego David: fue su miopía. Y así el resto. Ahora me quiere a mí. Acabó con las reservas y después me alejó de la base. Estoy empezando a sentir la fatiga a causa del hambre, aunque todavía tengo suficiente líquido. Debo guardar fuerzas hasta el último momento.

La mente del Hombre trabajaba constantemente, calculando, resolviendo el problema. Mientras, afuera,La Criaturase acercaba cada vez más y más.

Ahora, el Hombre, podía escuchar sus latidos; olerla, como ella lo olía a él; poco a poco fue capaz de ver dentro de ella: su mente, sus pensamientos.

—¡No, no lo lograrás! Voy a terminar contigo de una vez, nunca vas a tenerme. Nunca.

Entonces,La Criaturaderribó con sus uñas la puerta de madera, la que se quebró indefensa ante su fuerza, brutal, desmedida.

Sin compasión, atizó su enorme mano sobre El Hombre, y éste retrocedió; sangrando, pero aún con vida.

La Criatura, desconcertada, avanzó por segunda vez y desplegó sus afiladas garras sobre El Hombre.

El disparo retumbó en medio del bosque, en medio de la tormenta.La Criaturacayó, derribada cuan larga era sobre el piso de madera, sin hacer demasiado ruido. Estaba muerta.

Se acercó. Y temeroso aún, comenzó a auscultarla.

Debía de medir no menos de dos metros y medio de altura, su pelaje era más bien oscuro, como de lobo, y los dientes, jamás habría concebido la idea de esos dientes; largos y extremadamente afilados; al igual que aquellas uñas. No podía ver bien su color (el fuego comenzaba a apagarse), marrón o quizá algo negro, no lo sabía con certeza. Eso sí, el temor volvió a su cuerpo al acercarse a su rostro y contemplarlo fijamente. Esos ojos, rojos como el fuego que se debilitaba, dejaban ver aún una mezcla de maldad e ira incalculable, inmensa. Jamás olvidaría ese rostro. Espantoso, como la tormenta que soplaba afuera, adentro, en todas partes.

Y de pronto recordó, la puerta estaba rota, la puerta.

Las otras Criaturas se alzaron silenciosamente a su espalda y se disputaron el cuerpo sin vida, como chacales o hienas, desmembrándolo, poco a poco, hasta que sólo quedó un charco de sangre y huesos bañados de rojo, como el fuego que se extinguía.

Cuando acabó el festín, las Criaturas giraron al unísono sus cabezas y penetraron en los ojos del Hombre, pero éste ya había cargado el arma y la descargó una y otra vez sobre ellas.

Los disparos retumbaron nuevamente en medio del bosque, pero la tormenta ya se había ido, quién sabe cuando.

El viento cesó, el silencio inundó el cuarto y el Hombre partió hacia fuera; no se detendría hasta alcanzar la nave que le había llevado a ese lugar de desolación y crueldad insospechada. La nave estaba reparada hacia meses, pero no podían partir hasta que el viento, la tormenta, acabara.

No se detuvo, no sabía lo que el fin de la tormenta depositaría en el camino, la senda que le regresaría nuevamente a su casa, su familia, la seguridad de los suyos.

Avanzo, y avanzó, corriendo, hacia la libertad, la nave.

A lo lejos, alcanzó a vislumbrar la cúpula transparente. Habían pasado horas, minutos, segundos, no podía establecerlo exactamente. Ningún peligro se había presentado en su carrera.

Faltaban metros, centímetros, milímetros; entonces, lo sintió sobre su cabeza, sus ojos y sus manos descubiertas: el frío. Los copos de nieve empezaban a caer nuevamente, otra vez la tormenta; y antes de que alcanzara a abrir la puerta, el viento se cernió con furia sobre él, impidiendo que escapara, que huyera. Y con la nieve, el viento y la tormenta: otra Criatura.

Cargó su arma y esperó. El fin, del Hombre oLa Criatura, estaban cerca.

© Federico G. Rudolph, 2000

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El Rendar (once cuentos cortos)Where stories live. Discover now