La Mano en la piedra

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La Mano en la piedra

Estaba allí, siempre había estado allí. Nadie en el pueblo se había percatado demasiado de su presencia. De dónde venia, para qué servía, nunca tuvo demasiada importancia. Simplemente estaba allí, desde siempre.

La arqueóloga había llegado esa mañana. Había oído hablar de ella y le pareció natural realizar aquel viaje: podía llegar a ser un verdadero descubrimiento, quizá hasta le dieran un premio. Por otro lado, podía tratarse de una quimera, un cuento de hadas, historias de pueblo.

No sabía sí era cierto o no, después de todo no era más que un rumor, conjeturas, un comentario. Pero aún así se convenció de que valdría la pena.

Una vez en el pueblo, no le fue difícil llegar, todos sabían de ella, a pesar de que nadie le había prestado nunca demasiada atención.

Cuando la vio, su primera impresión fue de que realmente parecía como si estuviera y no estuviera allí: intemporal, como una imagen proyectada. Imaginó que sería a causa de la luz.

La contempló durante un rato, reverenciándola, ya que parecía guardar en su interior miles de historias no contadas; una pieza muy vieja. Despacio, empezó a observarla, cada detalle, su ubicación, su aspecto, acercándose poco a poco, lentamente, sin llegar a tocarla.

Se trataba de una mano de hombre, aunque algo grande, debía de medir cerca de30 cm. Era de basalto o algún otro tipo de roca volcánica. La mano estaba casi abierta, con la palma hacia arriba. Se encontraba sobre la piedra; una piedra, al parecer, de igual origen que la mano. Ambas pertenecían a una serie de formas (estatuas, animales, árboles y arbustos) tallados sobre mármol, pero a diferencia de la mano, todos estaban realizados más o menos al tamaño del natural. La piedra y su mano hacían deslucir el conjunto, pero a su vez le daban un poco de armonía y equilibrio.

La obra era parte de una fuente ubicada en el centro de la plaza del pueblo, y se encontraba, al igual que el resto de la plaza, sucia y descuidada. Entonces observó también que el pueblo, o lo que al menos ella podía ver desde allí, también se hallaba sucio y descuidado. Mientras miraba las calles y las casas, observó sin querer a la gente. Todos caminaban distraídos, como dormidos. Por un momento se sintió llevada dentro de un sueño.

Cuando volvió en sí, continuó con su lenta investigación, tomo algunas fotos y hasta hizo un dibujo de la mano, la piedra y las figuras que la rodeaban.

Luego creyó necesario tomar unas muestras.

—Tendré que pedirle permiso al intendente del pueblo. Con suerte hasta me dejen llevarla al museo —se dijo.

Un transeúnte le indicó la dirección. Al aproximarse al edificio, lo reconoció de inmediato, ya que leyó el enorme cartel que decía: “Municipio de...“, por alguna razón no terminó de leer aquel nombre.

De todos modos ingresó en su interior, y se dirigió hacia el mostrador más cercano, en el cual se leía la palabra “INFORMES”, en letras mayúsculas.

Detrás del mostrador había una mujer joven, como de unos 30 ó 35 años de edad. Enseguida le comentó el motivo de su presencia en aquel lugar y le pidió a la mujer de que manera debería proceder para poder llevarse la mano consigo, ya que deseaba realizar tareas de investigación. Le contó también acerca del museo. La mujer se sintió sorprendida, pero aún así le dijo que no entendía lo que estaba diciendo pero que le haría pasar con el intendente del pueblo.

Esperó cerca de quince minutos, y le hicieron pasar a una sala. En la puerta había un cartel en letras doradas: “Intendente”. En ese lugar le esperaba un hombre como de 45 ó 50 años de edad, invitándola cordialmente a tomar asiento y preguntándole el por qué de su visita. Enseguida advirtió lo amables que habían sido con ella en el pueblo hasta ese momento.

El Rendar (once cuentos cortos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora