La Razón (Cuento filosófico)

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La Razón (Cuento filosófio)

En tiempos de Gull el Bárbaro existió un joven, virtuoso por naturaleza, despierto en sus ideas e imitado constantemente por sus pares, que luchó en innumerables batallas, donde no perdió más que un poco de sangre y lo que le valió la admiración de todos cuantos le conocían. Por ello, a poco fue ganando en confianza y a la vez aumentando enemigos, porque es bien sabido que aquellos que no son capaces de enhebrar una aguja toman envidia de los sastres y así le llenan de culpas y calumnias, tratando de esta forma de eclipsar sus habilidades e intentando le priven de su maestría en las artes que ejercen. Este terrible proceder obedece a que un sastre en una prisión ya no podrá tampoco enhebrar una aguja, y de esta forma ya no habrá por que envidiarle. Así proceden quienes en lugar de buscar su propia vocación y dedicarse a ella, impiden que otros ejerzan la suya por no poder ellos hacerla bien ni entenderla.

Ludvig el Osado, que así le llamaban al joven, viendo que ya no había reyes que enfrentar, ni contiendas que lidiar, pensó que seria bueno dedicarse a otra profesión.

Dejo entonces sus armas, buscó a su prometida y casándose, compró algunas tierras con los pocos escudos de paga que había juntado durante las épocas de hostilidades, dedicándose a la crianza de puercos, pues conocido es de todos que esta profesión deja al cabo de un cierto tiempo, buenos dividendos.

Así como había luchado, Ludvig el Porquero, crió los mejores puercos de la comarca, los que vendía en las tabernas todos los días, dejando los más tiernos y de mejor carne para las fiestas que se celebraban una vez al mes, y donde siempre se comía, bebía y bailaba. Para esta ocasión, Ludvig regalaba un puerco para los más pobres, ya que no solamente el fruto de su esfuerzo se lo permitía, sino que era de noble y generoso corazón.

De esta forma, aquellos que no le habían envidiado durante su vida como guerrero, ahora le envidiaban por ser de inferior condición que ellos y por criar mejores puercos. Poco a poco fue haciéndose de mala fama, a través de las mentiras que le prodigaban.

Estas calumnias llegaron irremediablemente a los oídos del magistrado de la aldea, el que decidió tomar cartas en el asunto.

A pesar de no creer realmente en los hechos que le presentaban por los cuales Ludvig el Hechicero robaba y convertía niños en cerdos, y que el sabor que le daba a la carne de estos se debía a sus hechizos y conjuros, entendió que no podía ponerse a favor del desgraciado muchacho. En consecuencia, Ludvig el Desterrado fue llevado ante el ministro, sentenciándolo a él y a su mujer a la hoguera, expropiando sus bienes por partes iguales a favor del estado y dela Iglesia, no sin antes confesaran sus embrujos y encantamientos, y que dijeran el nombre del demonio con el cual tenían tratos. Y por cierto, la mejor forma de sacarle todo esto era con los métodos recomendados porla Santa Inquisición: hierros calientes, estiramiento y otras sanas costumbres bendecidas e indicadas porla Iglesia.

De esta suerte, después de soportar los suplicios a los que fuera condenado y en procesión que iba hacia la llama, un gentilhombre se presentó ante la justicia reclamando para sí ciertos favores que le debía el acusado, y que aquel no podía ser echado al fuego sin que se le pagase lo debido.

Pero, como el oro llama al oro, el magistrado que por conocedor de las leyes se lo tenía, le citó aparte y dispuso, que el caballero, debía abonar, a los fondos de la alcaldía, una cuantiosa suma de dineros por salvar la piel del reo. El señor, viendo el negocio y la oportunidad que se le presentaba, y por una cifra mínima solicitó también se le diera a la esposa del hombre, la cual era muy bella, argumentando que andaba escaso de servidumbre.

Arreglada la avenencia, se decidió, para acallar a la turba, escoger de entre los prisioneros que faltaban ir a juicio quemar sin más a un hombre cualquiera y su mujer u otra que hallasen tras las rejas. De otro modo se corría el riesgo de dejar a la muchedumbre insatisfecha y a riesgo que le echasen abajo el palacio de la magistratura.

El Rendar (once cuentos cortos)Where stories live. Discover now