Capítulo 1

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El cálido fluido carmesí resbaló por la comisura de mis labios y me hizo su esclava. Ansiaba más, mucho más. Mis brazos se aferraron fuertemente a su espalda y, de repente, como quien se acuerda de haber dejado abierta la llave del gas al salir de casa, lo solté y me alejé de él.

Observé horrorizada su cuerpo inerte. Yacía en el suelo, con una herida abierta en el cuello. La sangre, que manaba profusamente, teñía de rojo su impoluta camisa blanca. Me acerqué con tiento y recé a Dios (que lo más seguro es que me hubiera dado la espalda) para que aún estuviera vivo.

Cuando la esperanza y ese embriagador aroma entre dulce y salado, que acariciaba mis labios y abrasaba mis pulmones en cada respiración, se disipaban, escuché un sonido que salía de su boca y capté el leve movimiento de su caja torácica en lo que parecía un intento por respirar.

Me agaché para poder ver mejor el rostro de mi víctima. Las facciones eran las de un chico de más o menos mi edad. Acaricié su cabello de color caramelo, que se deslizaba sedoso entre mis dedos. Sus párpados comenzaron a abrirse y me permitieron ver unos hermosos ojos de un color miel con pinceladas de verde.

Al verlo tan bello e indefenso sonreí y dejé al descubierto mis incipientes colmillos, todavía enrojecidos con su sangre.

Me miró y el rostro del muchacho se descompuso.

—¡Monstruo! gritó.

Desperté con perlas de sudor en mi frente y las mejillas empapadas de lágrimas. Mi respiración estaba acelerada, aunque poco a poco volvió a su cadencia normal.

No sabía si la pesadilla se debía a lo lúgubre que se me antojaba mi nueva casa, lo alejado que se encontraba de todo lo que conocía o porque en los últimos días había hecho una maratón de películas de terror, cosa que, por otro lado, nunca me había causado problemas. Y es que era una fan declarada de este tipo de cine; en Zaragoza, mi ciudad natal, solía quedar los viernes por la noche para hacer sesión de pelis de monstruos, zombis y otras criaturas de la noche.

De hecho, mis obras literarias favoritas también eran de corte paranormal. Me encantaba leer bajo las sábanas y con la única luz proveniente de un marcapáginas con linterna comprado en un rastrillo de mi antiguo instituto. Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, Cementerio de animales, Entrevista con el vampiro, etc. Más tarde me aficioné también al formato digital, que resultaba muy útil para evitar los sermones por leer hasta altas horas de la madrugada. Si escuchaba pasos bloqueaba la pantalla hasta que se alejaban. El modo sigilo de la lectura.

Mi antiguo tutor no se cansaba de repetir que debía tener más variedad temática en mis lecturas, pero el consejo caía en saco roto: en más de una ocasión intenté engancharme a «libros serios», como él los llamaba, pero mi idilio con estos terminaba a las pocas páginas, dado que el sopor ganaba al interés. Y eso en referencia a novelas de ficción, porque si entramos en materia de autoayuda me declaro poco amiga de muchos de esos textos, ni los considero auto (ya que otra persona es la que intenta inducir al cambio), ni siempre ayudan. En mi caso, nada mejor para acabar en la librería con una bolsa repleta de novedades que un ejemplar sobre «cómo dejar de comprar compulsivamente». Seguro que me entiendes.

Quizá disfrutaba tanto de la literatura fantástica porque no me sentía demasiado guapa, ingeniosa ni repleta de talentos. Puede que por eso me gustara evadirme en mundos de fantasía, tramas de amores imposibles que se tornan eternos e historias repletas de misterios que resolver. «Siempre espectadora, nunca protagonista», pero mientras navegaba entre las páginas de un libro cualquier cosa parecía posible.

Sentía predilección por los de seres paranormales, templarios y leyenda artúrica, también disfrutaba con la novela romántica y algún ejemplar de poesía.

Los IniciadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora