Capítulo 17

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Al despertar a la mañana siguiente, la habitación ya no giraba a mí alrededor, lo cual era estupendo. Concibo pocas cosas más frustrantes que soportar un sucedáneo de resaca sin fiesta que la preceda. Me había adelantado al sonido de la alarma, madrugar no estaba resultando tan terrible. Además, ese día Bastian estrenaba su título de novio. La palabra sonaba extraña en mi cabeza. Hashtag novio, no, eso tampoco ayudaba. Unos meses atrás me hubiera partido de risa con el tema, nunca fui de etiquetas y últimamente no hacía otra cosa que coleccionarlas.

Remoloneé un poco en pijama mientras miraba el móvil:

Ayer. 22:35

Sara: ¿Qué tal todo?

Ayer. 23:15

Sara: ¿Tan pronto me haces ghosting?😂😂😂

Ahora.

Lucía: Me quedé dormida, no había leído los mensajes. sorry.

Si te hago ghosting será con sábana y cadenas, uuuh 👻.

Si te hago ghosting será con sábana y cadenas, uuuh 👻

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¡Todo bien!, tengo cositas que contarte...

El salseo pudo más que la pereza de primera hora y no tardó en llamar. Le conté lo de la tarde anterior. Ella alternaba los «¿en serio?» con «¡no puede ser!» y al final añadió: «Te lo dije, tu vida es tan de main character ahora mismo que bien podrías tener tu propio tablón de Pinterest». Reí su ocurrencia y quise saber cómo se encontraba mientras me vestía el uniforme. A través del manos libres la escuché decir que se encontraba extrañamente emocionada con el nuevo curso, aunque seguía echándome de menos, confesión a la que respondí con un «y yo a ti». La voz de su abuela me llegó desde el otro lado de la línea: «¡Sarita, deja de parlotear o llegarás tarde!», continuaba en su línea: muchas exclamaciones pero todo corazón.

Colgamos con la promesa de mandarnos, al menos, un meme, gif o recomendación musical al día. Recogí el pelo en una cola de caballo y me maquillé al ritmo de Death By Rock And Roll de The Pretty Reckless, lo que contribuyó a que el delineador negro tomara mayor protagonismo. Cambié el agua a los tulipanes antes de llenar mi bolsa de tela hasta los topes. Pese a que el Royal era un instituto de primer nivel, no contaba con suficientes taquillas para todo el alumnado, por lo que los últimos en llegar pagábamos las consecuencias. Antes de salir del cuarto recoloqué la insignia que Bastian me había regalado.

Mis padres charlaban con Gladys y hacían sonar las tazas al giro de sus cucharillas. Di los buenos días y papá levantó el rostro y me dirigió una sonrisa amable.

—Hola, pequeña, tienes buena cara.

—Estoy preparado té, espero que te apetezca —dijo mi abuela.

—Por supuesto. Ya estáis aquí, me alegro. —Algunas veces, las dichosas conferencias habían durado un fin de semana entero. Mis padres solían acudir en pareja, pero cuando era pequeña mi madre se quedó en varias ocasiones para cuidarme y arroparme. Adoraba sentir la liviana pero protectora nórdica caer sobre mi cuerpo después del rito de «manteo» en el que ella la zarandeaba.

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