Capítulo 22

30 5 4
                                    

Varios oficiales desalojaron el local, dos de ellos se acercaron con las manos cerca de las esposas.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó el más fortachón.

—Nos han atacado, s-sus colmillos, ellos —balbució el chico que todavía aferraba el móvil con manos temblorosas. Las lágrimas rodaban por sus mejillas.

El policía se giró hacia nosotros.

—Le pregunto a esta pareja, no a ustedes —contestó el agente—. Putos chiflados —murmuró. A ojos de cualquier persona media, entre aquellos individuos y nosotros el dedo acusador siempre les señalaría a ellos. Pero como suele decirse: «Las apariencias engañan».

—Gracias por su rapidez, agentes, nos estábamos documentando para un trabajo escrito sobre las tribus urbanas y los locales clandestinos —improvisó Bastian—. Íbamos a dejar el recinto cuando nos acorralaron y amenazaron con esa... navaja. —Señaló la daga. Estaba en el suelo frente a Lazarus, que permanecía arrodillado.

—Un reincidente —comunicó el otro policía, que había verificado su identidad—. ¡Andando!

—Pero ¡son vampiros! —aseveró Lazarus con la locura en su mirada y un dedo acusador extendido hacia nosotros.

—Claro, chaval, y yo un unicornio. ¡Vamos a comisaría, a ver si una noche en el calabozo os aclara las ideas! —Les puso las esposas y se los llevó a la parte trasera de su vehículo.

—Chicos, ¿estáis bien? —preguntó otra de los policías.

—Sí, gracias a su rápida actuación. —Bas mostró su sonrisa y la mujer se sonrojó ante la perfección de la misma.

—Debéis tener cuidado. Es preferible documentarse con libros o, en todo caso, contactar con expertos. Nosotros estaremos encantados de ayudaros.

—Tiene toda la razón. Fue un terrible error. Dé por sentado que no volverá a pasar.

—Eso espero. ¿Queréis interponer una denuncia?

—Creo que no, estos chicos ya tienen demasiados problemas. —Bas empleó su tono más paternal.

—Estoy de acuerdo, mira que creer en vampiros, ¡nunca escuché algo tan absurdo! Vampiros, en fin. —Sacudía la cabeza, visiblemente divertida—. Quizá debáis acompañarnos a comisaría para relatar lo sucedido.

Bastian me dedicó una mirada cándida y retiró un mechón peregrino de mi cara. A continuación, clavó sus ojos ambarinos en los de ella y respondió:

—No será necesario, con los datos que les proporcionen los detenidos y el testimonio que haremos aquí y ahora será más que suficiente —respondió en un tono cortés y autoritario a la par.

La agente asintió sutilmente.

—Por supuesto. Suficiente.

Una vez en el exterior, narré todo desde el principio, a excepción del momento espeluznante que había vivido. Les hablé de la comunidad virtual, la quedada en el Balmoral y lo que habían intentado hacerme. El resto de invitados no sabía muy bien qué había sucedido, solo presenciaron el final de la pelea, aunque otro muchacho había sido drogado y era trasladado en aquel momento al hospital en ambulancia por un corte en la cara interna del antebrazo. Según escuché, la herida no revestía gravedad, pero debían limpiarla y comprobar si los utensilios empleados o sus agresores, ya detenidos, le habían transmitido algún patógeno o virus.

—Muy bien, hemos terminado aquí. Por cierto, ¿necesitáis que os acerquemos a algún sitio? —ofreció la mujer uniformada.

—No, gracias, tenemos medio de transporte —contestó Bastian. Después de despedirnos, escribió en su móvil y la limusina se acercó. Subimos sin mediar palabra y nos mantuvimos en silencio hasta el centro—. Te vendrá bien tomar el aire.

Los IniciadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora