Trampas.

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Patíbulo gruñó mientras desechaba la décima trampa vacía. La había colocado la noche anterior, al igual que todas las demás, con la esperanza de que algo (ya ni siquiera pedía que fuera conejo. Le hubiera bastado cualquier animalillo) se quedara ahí atrapado. Sin embargo, no había tenido suerte. Todas las trampas estaban, hasta el momento, vacías. 

Había tendido dos más junto a un riachuelo, pero se planteó la posibilidad de no ir a comprobarlas si quiera. ¿Para qué? Era gastar energías inútilmente mientras Wilda, su hermano (llevaban ya casi dos semanas juntos y aún no recordaba su nombre. ¿Alfred, tal vez?) e incluso Prudence dormían. ¡Qué felices eran! Sólo tenían que abrir los ojos bien entrada la mañana para ver que Patíbulo ya había cazado el desayuno. A veces fantaseaba con la idea de dejarlos tirados, irse de vuelta a Beads Valley, a la taberna del viejo Joe, y apostar con alguno de los parroquianos quién moriría primero: Wilda, Alfred o Prudence. Él apostaría por Alfred (y ganaría, estaba seguro) mientras se bebía un buen trago del mejor whiskey que Joe tuviera.

Pero entonces recordaba a Elizabeth, agonizante, recordaba como a Prudence le había tocado la carta de la muerte y como Loretta había dicho que no era una carta fácil de evadir, y aquello lo hacía proseguir. Hacía que dejara a un lado el rencor que sentía hacia el resto de sus compañeros por no esforzarse tanto como él lo hacía, por retrasar la marcha y espantar a las presas y que, en su lugar, se dedicara a comprobar si las pequeñas y sencillas trampas que había colocado la noche anterior habían atrapado a algún animalillo, el que fuera.

Algo en él le decía que se le estaba acabando el tiempo a Elizabeth. Algo en su interior le urgía a que encontrara a la bruja de aire y le diera caza, ¿pero cómo iba a hacerlo cuando era él el que aseguraba la supervivencia de su grupo? Sacudió la cabeza mientras se inclinaba y recogía algunas bayas moradas que Prudence le había dicho que era seguro comer.

No seas narcisista. Ellos serían capaces de arreglárselas sin ti, como todo el mundo.

Sí. Era probable que el chico, Alfred, fuera el eslabón débil, pero estaba seguro de que Wilda y Prudence encontrarían la manera de lograr que sobreviviera. Al fin y al cabo, Wilda conocía esos bosques, había mantenido alimentada a su familia y podría defender al grupo con su magia. Prudence también sabía qué podía llevarse a la boca, así como tenía un gran conocimiento sobre plantas y raíces curativas. Sí, se repitió. No lo necesitaban para nada.

¿Y por qué no se iba?

Patíbulo llegó hasta la penúltima trampa y, aunque parecía vacía a primera vista, vio al acercarse como un pequeño pajarillo del color del trigo se debatía por huir.

Lo mató rápidamente, en un movimiento mecánico que no le ocasionó ningún esfuerzo, ató las patas del animal con un hilo y se ató este al cinturón. Continuó su camino en silencio.

Quizá no se iba porque no quería dejar sola a Prudence. Era una chica agradable, al fin y al cabo, y le entristecería enterarse que algo le había sucedido por su culpa. No podía abandonarla ahora que ella parecía haber comenzado a confiar en él.

La segunda trampa había atrapado a un conejito gris por el cuello. Ya estaba muerto cuando Patíbulo lo liberó y se limitó a seguir el mismo proceso que con el pájaro: le ató un hilo al rededor de las patas y, a su vez, se ató este al cinturón. De nuevo en silencio emprendió el regreso a donde habían acampado aquella noche.

Los cuerpecillos de los dos animales (el del pájaro todavía caliente) rebotaban contra su pierna a cada zancada que daba, pero ni siquiera se dio cuenta de aquello. Después de que Wilda le dijera que se suponía que él, como cazador, tenía algún tipo de ventaja sobre las brujas, se había dedicado a sumirse en un calmado mutismo durante los días que llevaban ahí. Aunque pareciera una estupidez, trataba de discernir si se había operado algún cambio en su anatomía, en su comportamiento, en sus capacidades. ¿Oía mejor ahora? ¿Era más silencioso, quizá? A pesar de que lo analizaba todo con detenimiento, la única conclusión a la que había llegado era que todo seguía igual en él. La contienda contra Wilda no había despertado en él ningún poder que fuera a servirle de ayuda contra Beth Elmorth. No había despertado nada en él, simplemente.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora