Cena.

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-¿Dama de compañía? –preguntó Amelié, vacilante. Llevaba un vestido a la moda francesa de seda. Elizabeth había oído decir a su madre que eran vestidos de prostituta, con demasiado escote. Sin embargo, ella no encontraba una gran diferencia entre los escotes de sus vestidos y los de Amelié.

-Sí. ¿Qué problema hay? Te pagaremos, si es lo que quieres –respondió con los dientes apretados, mientras Cox, en silencio, hacia un esfuerzo por abrocharle el corset.

-El dinero no es problema –pareció ofendida cuando lo dijo-. Pero no sé si es buena idea.

-No te preocupes –la tranquilizó-. Las damas inglesas no son como las vuestras.

Le constaba que las damas francesas no eran sino frías sombras que acompañaban a las nobles a todos sitios, en silencio. Allí, sin embargo, eran más bien amigas fieles que lo compartían todo. Y eso era justamente lo que Elizabeth necesitaba para la tarea que iba a emprender: fidelidad.

Al ver que en el rostro de Amelié había aún un rastro de duda, Elizabeth se giró hacía ella y dibujó en sus labios una de aquellas falsas sonrisas que tan bien se le daban.

-Entiendo que declines mi oferta, querida. Probablemente casarte con un anciano y respetable héroe de guerra como James Connor te resulte más atractivo. Cox –dijo, dirigiéndose a su criada, antes de volver a girarse hacia el espejo- ocúpate de mi pelo.

Por el rabillo del ojo pudo ver como Amelié agachaba la cabeza, derrotada.

-Vale, Elizabeth, tú ganas. Pero ayúdame, por favor –suplicó, con la voz quebrada.

Elizabeth se levantó de un salto de su asiento y le cogió las manos, como si fuera su amiga del alma.

-Claro que te ayudare, Amelié. ¿Has traído lo que te pedí?

Elizabeth se había dedicado a estudiar el libro verde de su abuela en sus ratos libres, y había encontrado justo lo que buscaba. Junto a Cox, había conseguido todos los ingredientes que necesitaba, uno a uno. Sólo le faltaba el más importante.

-Sí –respondió, sacando de un saquito que llevaba atado al cinto un mechón de pelo castaño y ondulado-. Tuve que colarme en su cuarto cuando dormía.

Elizabeth lo tomó con cuidado, y lo guardó en el interior de su libro favorito: Las aventuras de Lord Fabian del Ferro.

-Prepararé los ingredientes –le dijo a Amelié, mientras se sentaba de nuevo y permitía que Cox atrapara su cabello en un apretado moño-. Cuando esté todo listo, tú solo tendrás que ponérselo en la bebida a tu hermano. Nada más.

Cuando la criada hubo terminado de engalanarla, Elizabeth se acercó a la ventana. La tormenta había cesado, y el terreno se encontraba embarrado. Entre unos pequeños matorrales, pudo ver como un pequeño zorro bebía de un charco.

-¿Funcionará? –preguntó Amelié.

Elizabeth se había dado cuenta de que aunque Amelié era menor, dominaba el idioma mejor que su hermano, el cual no podía evitar que se le escaparan palabras en su lengua natal todo el rato.

-Claro –lo dijo en el tono que usaba para decirle a Martha que las cosas irían bien, aun cuando no estaba segura de ello-. Será muy fácil. Y entonces –sonrió girándose hacia ella- podremos ocuparnos de hacer posible tu boda con ese chico del que me hablaste.

Elizabeth comenzó a contarle los pormenores de su plan mientras ambas esperaban que la familia Lenoir llegara para cenar.

Amelié asentía con la cabeza y no hacía muchas preguntas, sólo las necesarias. Cox, por su parte, se mantenía al fondo de la sala, con las manos cruzadas una sobre otra y la mirada fija en la puerta.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora