Compromiso.

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Elizabeth Williams yacía lánguidamente sobre la enorme cama con dosel que presidía su cuarto.

Todavía no se había arreglado, peinado o vestido, pero de todos modos se veía hermosa, delicada, con el cabello dorado desparramado por todo el lecho y las mejillas sonrojadas por el calor.

Llevaba un tiempo muy aburrida. Lo único que hacía era dar largos paseos por el jardín y contar los días que faltaban para la boda. Ni siquiera los cotilleos del pueblo la divertían. Ella sólo quería ver de una vez a su prometido, pero le había garantizado que no iría a visitarlo a menos que sucediera algo realmente importante. Y morirse de aburrimiento no era algo realmente importante.

Alguien llamó a la puerta con cuidado, así que Elizabeth se sentó sobre la cama, con las manos en el regazo, antes de responder:

-Adelante.

La puerta se abrió lo justo para que su madre y su criada entraran.

-¿Todavía estás así, Elizabeth? Debería darte vergüenza.

-Lo siento, madre...

Victoria Williams la miró con desdén. La manera en la que solía mirarla siempre, de hecho. Victoria odiaba a sus dos hijas. Martha aún parecía ignorarlo, pero Elizabeth lo sabía desde que era una niña.

-Vístete de una vez.

-Sí, madre –respondió mecánicamente.

-¿Has visto a Martha, por cierto?

Elizabeth tardó un poco en responder. Martha, al igual que ella, tenía prohibido salir sola más allá de los terrenos de la mansión. Sabía que Martha se escapaba desde hacía unas semanas para ir en secreto al mercado, sin embargo, no quería crearle problemas.

-No. Supongo que estará dando un paseo por los jardines, madre. ¿Necesitas algo de ella?

-No. No importa. Y arréglate. Tu padre y yo tenemos que arreglar unos asuntos con la familia del hombre al que queremos comprometerlo. No es necesario que asistas, pero deberías saludarles.

-De acuerdo, madre.

-Tituba, arréglala. Haz algo con su pelo.

-Sí, Lady Victoria –dijo la criada inclinando la cabeza.

En cuanto su madre hubo salido, Elizabeth se levantó de la cama.

El largo cabello dorado le acaricio la espalda baja. Probablemente era una de las cosas que más le gustaba de su físico, exceptuando, claro, sus labios. Odiaba tener que recogerse el pelo, pero no tenía otra opción.

-¿Cuándo llegará esa familia? –preguntó Elizabeth mientras se quitaba el camisón que usaba para dormir.

-Dentro de un rato, Lady Elizabeth. Debería darse prisa.

-Claro. Ayúdame a arreglarme, Tituba.

-Como ordene, Lady Elizabeth.

Tituba la ayudó a ponerse el corset y un bonito vestido de color azafrán antes de hacerle un moño. Elizabeth volvió a sentarse entonces sobre la cama, y observo el jardín sin mucho entusiasmo.

-Lady Elizabeth... Si me permite, creo que debería salir más. Estar todo el día tirada en la cama, Lady Elizabeth, no es sano.

-No recuerdo haber pedido tu opinión, Tituba –respondió sin mirarla.

Elizabeth la odiaba, casi tanto como odiaba a su propia madre. Tituba había sido la encargada de cuidarlas a Martha y a ella de niñas, y parecía que se le había subido a la cabeza. Se creía con derecho de reñirlas o de darles consejos que a ninguna de las dos les importaban lo más mínimo. Martha parecía tenerle algún tipo de cariño, pero Elizabeth sólo podía guardarle rencor por tratar de suplantar a su madre, del mismo modo que le guardaba rencor a su madre por haber estado ausente todos esos años.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora