Indígena.

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Martha suspiró reclinándose sobre la cama de su hermana.

La luz del atardecer se colaba entre las cortinas como si fuera humo. Las sombras se cernían sobre el rostro de Elizabeth, un rostro que, desde hacía dos semanas, no veía el sol.

Martha se estremeció. Su hermana llevaba dos semanas dormida. Los médicos no tenían idea de cuál podía ser el mal que la aquejaba, pero cada día se asombraban más con el caso de Elizabeth.

Aquel día, mientras salía del cuarto de Elizabeth para refrescarse, escuchó la voz de su madre. Sonaba ahogada, exactamente igual que llevaba sonando aquellas dos semanas.

-¿Todavía no saben qué le pasa a mi hija? -Martha no podía ver a su madre desde la posición en la que se encontraba, pero no era difícil imaginar la escena. Victoria con las manos unidas a la altura del regazo, el rostro pétreo y los ojos límpidos. Lo único que delataba su preocupación era su voz.

-No, Lady Victoria. Es un caso muy extraño -todos los médicos que habían visitado a Elizabeth habían dicho exactamente lo mismo-. Quizá es por la preocupación por la que está pasando, lady Victoria, pero...

-¿Pero qué? -En aquel punto, su voz sonó violenta. Seguía siendo ahogada, pero era como si alguien estuviera usando una soga para hacerlo. Martha apartó ese pensamiento de su cabeza y continuó escuchando.

-¿No se ha fijado? A estas alturas, su hija debería estar totalmente demacrada. Sin embargo, cada día se encuentra más hermosa.

Martha dirigió su vista al cuarto, a la cama en la que Elizabeth yacía. ¿De verdad su hermana lucía más bella? No se había fijado. Llevaba días mirándola sin verla. Dejo su escondite y se internó en la habitación. Se sentó en el mismo sillón en el que llevaba sentándose dos semanas y observó a su hermana en silencio.

Lo que el médico decía era cierto. Las mejillas de su hermana se habían redondeado, los labios volvían a ser rosados y voluptuosos. La escasa luz destellaba en su cabello dorado y arrancaba reflejos de las rubias y largas pestañas.

Martha ahogó una exclamación.

¿Cómo era posible? Recordaba el aspecto ajado que su hermana mostraba hacía unas semanas. ¿Cómo se había recuperado?

Liza es fuerte incluso estando inconsciente.

Apretó los labios en una mueca de disgusto. ¿De qué le servía haber recuperado la belleza física si todavía no había abierto los ojos?

Frustrada, golpeó la cama. Una vez. Y otra. Otra más.

-¡Liza! –Gritó, antes de darse cuenta de que posiblemente su hermana no pudiera escucharla. Sin embargo, en lugar de tenerse, agarró a Elizabeth por los hombros y la zarandeó-. ¡Liza! ¡Liza!

Quería gritarle cualquier cosa, lo que fuera, pero lo único que salía de su boca era el nombre de su hermana.

-¿Lady Martha?

Martha paró en seco, girándose hacia la puerta.

Amelié se encontraba en el quicio, indecisa. Tras ella, Cox la miraba con aquellos ojos oscuros que tan nerviosa la ponían. Una leve sonrisa se dibujaba en las comisuras de sus labios, y Martha se sintió enrojecer.

Liza se avergonzaría de verme así.

Se enjuagó las lágrimas y alzó la cabeza, tal y como había visto hacer a su hermana mayor mil y una veces.

-¿Necesita algo de mí, señorita Amelié?

La joven Lenoir carraspeó, le echó una mirada a Cox y finalmente asintió, sin mucha convicción.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora