Tormenta.

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No debían ser más de las seis de la tarde, pero ya parecía de noche. El cielo se encontraba encapotado, y el clima era inusualmente seco y pegajoso, señal inequívoca de que se avecinaba tormenta. No una de esas amables lloviznas de primavera que riegan los campos, sino una cruel tempestad veraniega que puede llegar a arruinarlos.

A pesar de saberlo, Patíbulo caminaba sin prisa. Al fin y al cabo, los rayos no les temen a las tormentas.

Hacía días que no salía de casa. El descubrimiento de lo que había en la biblioteca de su hogar lo había dejado anonadado. Pasó un par de jornadas pegado a la botella de whiskey, mirando con desconfianza la puerta de la sala desde la seguridad del pasillo. Sin embargo, aquel día había decidido que ya bastaba. ¿Desde cuándo se comportaba Alexander Patíbulo como un niño pegado a las faldas de su madre?

Había sopesado varias opciones para ir hasta el cementerio, pero finalmente había decidido que la mejor manera era pasar por el río. Beads Valley no sólo estaba rodeado por un buen número de pequeños lagos, sino que el río Weksna delimitaba su extensión por oriente. Esto, sumado a los lodazales producto de los lagos, hacía de Beads Valley una tierra harto pantanosa, con un clima pegajoso y, a ojos de Patíbulo, detestable. Los hombres que se ganaban la vida trabajando la tierra, debían plantar sus campos leguas al sur, donde el clima era menos húmedo y las cosechas arraigaban bien.

No es que a Patíbulo le gustaran especialmente los cementerios. Prefería evitarlos, como la gran mayoría de la gente corriente. Si por alguna razón se encontraba obligado a ir, se sorprendía a sí mismo leyendo los nombres tallados en las lápidas y buscando en el registro de su memoria el rostro de la persona en cuestión. Quizá no fuera algo tan horrible recordar a una ancianita y desear que tuviera un buen descanso eterno, pero en cuanto el nombre grabado hacía referencia a algún niño o niña que había muerto en brazos de sus padres, Alexander sentía como la soledad le apretaba sin piedad el corazón, y no podía evitar recordar a April.

April, la dulce y hermosa April, que no era ya más que un cadáver encerrado en una caja bajo la atenta mirada de un ángel inerte de mármol.

Qué no daría por quedarse en casa. Daba igual haciendo qué. Simplemente no quería dirigirse a ese lugar.

A pesar de todo, sabía que algunos misterios deben ser resueltos, le guste o no la persona involucrada en ello.

Cuando abrió con mano firme la puerta de la librería y se dio cuenta tras algunos segundos de que la sala no se trataba de una librería, sino de una armería, algo en su mente le hizo salir de la habitación y cerrar la puerta con llave de nuevo.

¿Qué demonios significaba todo aquello?

Aquel día, tras haber reunido el valor suficiente, se decidió a volver a entrar y a analizar todo aquello.

Si bien la sala era una armería, pues tres de sus paredes estaban cubiertas de armas de todo tipo, también era una biblioteca, porque en la cuarta había una librería. Ni siquiera le echó un vistazo a las armas, fue directamente a inspeccionar los libros.

La librería, por lo que pudo comprobar, estaba dividida en cuatro partes: los estantes de la parte inferior izquierda estaban dedicados a libros sobre plantas venenosas y medicinales, pero no culinarias. Los de la parte inferior derecha, eran para libros sobre armas. Los estantes de la parte superior derecha trataban sobre las "damas oscuras" o "descendientes de Lilith". Brujas, había pensado Patíbulo al devolver a su sitio un libro con tapas de cuero.

A Patíbulo le costó trabajo adivinar sobre qué trataban los libros dispuestos en el último trozo de librería. Casi todos eran antiguos, con las tapas ajadas y el nombre de un hombre en la primera hoja.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora