1

4.2K 254 72
                                    

Owen abrió los ojos.

La oscuridad se cernía sobre él, y el frío que sintió a lo largo de su cuerpo fue suficiente para darle a entender que ya no se encontraba en el Océano Atlántico, junto con James y Luna, intentando detener a Ben de crear un tercer punto de Tinieblas para así traer la Isla Opuesta a aquella dimensión. No. Había desaparecido tras una enorme capa de humo, transportándolo a otro lugar. Pero... ¿a cuál?

Se levantó con lentitud, temiendo que alguna parte de su cuerpo estuviera lastimada. En cuanto se mantuvo erguido, observó con atención a su alrededor. Parecía ser un desierto bastante abandonado, rodeado de nubes que amenazaban con soltar una lluvia torrencial; el viento levantaba grandes capas de polvo, y no le permitían ver más allá de los restos de algunos barcos que, seguramente en antaño, habían sido joyas de alguna línea de cruceros.

—Oh no...

Ya sabía dónde estaba. Reconocía aquél lugar... justo en aquellas condiciones.

Muchos años antes de conocer a Dylan, de sobrevivir a los peligros de la Isla a su lado, instruirlo en todo lo que sabía para hacer de él un gran líder y alguien que pudiera hacer lo que Owen no pudo, había mantenido una lucha mortal con su hermano.

Después del caos que causaron en la Isla, así como la muerte de muchos amigos suyos, regresaron al mundo real para proseguir con su contienda en un intento por matarse el uno al otro. Bill buscaba liquidar la Isla de una vez por todas, mientras que Owen buscaba vengarse por la pérdida de su esposa y de su hija. Desafortunadamente para ambos, y para el resto del mundo, su batalla devastó por completo la línea temporal, causando el consumo de la dimensión por sí misma, destruyendo todo por completo y dando comienzo a una dimensión oscura. Una dimensión consumida, devastada, perdida, reducida a cenizas. Un futuro que no existía a excepción de los recuerdos.

Y ahí se encontraba Owen en esos momentos.

En su propio mundo, hecho Tinieblas. En su propio tiempo.

—El que busque venganza, que recuerde cavar dos tumbas —dijo Owen mientras se levantaba, sintiendo todas sus extremidades en perfecto estado, y echando un vistazo a sus alrededores, añadiendo un chiflido—. No hay lugar como el hogar.

¿Cómo no recordar aquellas tierras profanadas y convertidas en oscuridad, ceniza, desierto y destrucción? Si él mismo había sido, casi, causa de todo aquello. Owen era el responsable de la pérdida de su hogar. De su tiempo.

Al verificar que se encontraba en perfectas condiciones, Owen comenzó a caminar por las arenas negras que, en antaño debió ser el fondo de aquella parte del mar.

Fort Lauderdale debía estar a unos cuantos kilómetros de donde Owen se encontraba. Por unos instantes, pensó en dirigirse hacia allá, pero las ruinas de la ciudad, así como las criaturas que habitaban debajo de sus suelos devastados, eran señal de peligro. No podía arriesgarse. Necesitaba un modo de volver al mundo real, por imposible que sonara.

El tiempo no avanzaba en aquella dimensión hecha pedazos. Sí, podía caer la noche, y al cabo de unas horas el sol volvía a salir, pero ya no quedaba vida. Era una especie de limbo. Los relojes, o calendarios, seguirían marcando el mismo día sin importar cuanto tiempo transcurriera. Owen estaba atrapado, y lo sabía.

Al cabo de unos minutos, logró ver algo entre la arena, por lo menos a unos cuantos cientos de metros de él. Debido a la distancia, al principio, creyó que serían manchas que sobresalían de las arenas, pero conforme se fue acercando, aquellas extrañas manchas se movían. Tenían vida.

—¿Qué tenemos aquí?

Según sabía, no quedaba nada vivo en aquella dimensión. Al menos no un ser humano, ya que todas las criaturas que Bill había llevado para desatar la batalla que pondría fin a aquél mundo pasaban los números que Owen había pensado en un principio.

Paralelo [Pasajeros #4]Where stories live. Discover now