#11 - El Poder de la Música

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  • Dedicado a Katiana Cappiz
                                    

◘◘◘CAPÍTULO ONCE◘◘◘

—¡Cinthya!—grito, y me arrodillo a su lado. Ella no para de temblar, y sus ojos aún brillan con ese espeluznante color violeta.

Estoy aterrado. No sé qué hacer para que se detenga y vuelva a la normalidad. Quiero que pare de convulsionar de una maldita vez. No soporto verla sufrir de tal manera. ¿Y si se muere? ¿Y si no despierta más? ¿Si pierde la memoria?

Mierda. Necesito hacer algo pero, ¿qué? Me siento pésimo, como si estuviera enterrado en un barrial de líos sin solución. No puedo ir a pedir ayuda porque me reconocerían al instante y eso sería caótico. Tampoco puedo dejarla abandonada porque no podría cargar con la culpa... Carajos, ¿por qué me importa tanto?

Apoyo mis manos alrededor de su cabeza y acercó mi boca a su oído derecho. Ella no deja de moverse y eso me aterra.

—¡Por favor!—exclamo, sacudiéndola con cuidado—. Despierta. ¡Cinthya! ¡Despierta!

Nada. Mis palabras no surten efecto. Estoy empezando a alterarme. Debo actuar de inmediato. No puedo dejarla morir. No de esa forma.

Trago saliva y arqueo las cejas, preocupado. Mi nuca me quema y casi no siento mis piernas. Estoy agotado. Necesito dormir urgente… Pero no puedo.

Cinthya sigue boca arriba, moviéndose de un lado a otro descoordinadamente, con los párpados abiertos y sin pestañear. Estoy convencido de que si no hago algo pronto, ella…

No. No aguanto un segundo más así. Es mi vida o la suya… y no puedo tomarme el atrevimiento de dejarla tirada detrás de un contenedor de basura hediondo, en el medio de la madrugada. Tengo que llevarla a un hospital.

Me cuelgo la mochila en mi espalda y cargo a Cinthya en mis brazos. Pesa un poco, pero puedo sostenerla. Lo que me inquieta es la posibilidad de que se caiga al piso, por sus exagerados movimientos. Si eso llegara a suceder, los dos estaríamos perdidos.

Camino rumbo a la parada de ómnibus que hay en la otra esquina. La noche está en su auge, pero todavía hace calor. La calle sigue solitaria y solo se escuchan algunos perros ladrando. Eso me estremece.

Cinthya ha dejado de temblar. Está más calmada, aunque aún tiene los ojos violetas y duros como huevo. Está inconsciente, pero su pecho sube y baja al compás de su respiración, así que está viva. Me pregunto cómo llegó a ese estado. Estaba perfectamente bien hasta que…

Por supuesto. La canción en el celular hizo que ella entrara en ese trance. Frank me lo dijo: La música es un elemento muy poderoso, Nathan, y puede causar catástrofes si no se utiliza con precaución. ¿Cómo no me di cuenta antes? El perro, Nano, también se transformó al oír la canción en el cuarto de Cinthya. Se volvió más malo, sus ojos se tornaron violetas… Todo tiene sentido.

—¿Nathan?

La voz de Cinthya me saca de mis pensamientos y me devuelve al presente. La observo con atención. Sus iris son de color café nuevamente, y ahora parece un ser humano normal.

—¿Estás mejor?—inquiero, dubitativo. ¿Cómo confiar en ella?

—No me acuerdo qué me ocurrió, Nathan—repone, tocándose la cabeza—. No sé cómo llegue a estar en tus brazos—esboza una sonrisa tonta.

Me sonrojo y la suelto con cuidado. Ella se para y larga un suspiro. Se muerde el labio inferior y se encoge de hombros.

—Perdón por el momento que te hice vivir—murmura—. Lo último que recuerdo es la explosión del celular—se detiene y gime.

—Descuida, solo te desmayaste—miento, escudriñándola de arriba abajo. Todo parece normal otra vez—. Me pareció que lo mejor era llevarte a un hospital para…

—¿Estás loco?—me reprime—. No puedo permitir que te descubran. Hay una misión que debemos llevar acabo y…

—Pero tu salud es más importante que cualquier cosa—espeto interrumpiéndola, y ella posa su dedo índice en mi boca, callándome. Siento el calor de su piel en mis labios y eso logra erizarme. ¿Qué me pasa? Hace menos de veinticuatro horas que la conozco.

Contrólate Nathan, pienso.

—Vamos a hacer de cuentas que nada acaba de pasarme y continuaremos con lo que teníamos ideado, ¿está bien?—susurra, y sonríe.

Se gira y empieza a alejarse de mí, rumbo al contenedor de basura. La miro desplazarse, mientras su perfume queda rondando, como una nube de mariposas, alrededor de mí.

—Basta ya—me digo en voz alta, y corro a alcanzarla.

¿Cómo pretende que me olvidé de su rostro con los ojos violetas? ¿Cómo hacer desaparecer de mi memoria la imagen de su cuerpo convulsionando? Tendré que estar atento a cualquier cambio en su actitud.

—¿Qué te dijo Frank?—me pregunta, mientras pasamos por delante del contenedor y seguimos nuestro camino. Doblamos una esquina y a lo lejos reconozco una gran avenida—. ¿Qué es un Nyrond?

No respondo.

—Puedes confiar en mí—me incita Cinthya, bostezando—. Estoy de tu lado.

Supongo que tiene toda la razón. Si quiero que me ayude, tiene que conocer todos los detalles.

—No le entendí muy bien—confieso—. Pero es algo así como una criatura con poderes. Me parece que tiene mucho que ver con la música.

Cinthya frunce el ceño.

—¿Ah, sí?—murmura.

—Sí. Es más, me dijo que la música es un elemento que puede destruir o curar, y que si cae en las manos equivocadas puede ser muy peligroso.

—Todo esto es muy extraño—declara ella.

Es cierto, pero estoy demasiado fundido para seguir pensando. Necesito dormir o en cualquier instante me desplomaré.

—Quiero acostarme—exclamo.

—Yo también—repone Cinthya—. Y no te alteres, que tengo una idea para que no te descubran. ¿Llevas mi mochila contigo?

—Claro.

Me descuelgo el objeto y se lo alcanzo a mi compañera. Ella abre el cierre y saca un par de pantalones negros, una campera con capucha y una gorra de béisbol.

—Me voy a asfixiar con eso—reprimo, negando con la cabeza.

—Pues es solo hasta que entremos en la habitación del hospedaje. Mañana buscaremos la forma de encubrirte.

Asiento, arrepentido por mi repentino ataque de estupidez. Cinthya me está ayudando mucho, y no merece que la trate así.

 Le esbozo una sonrisa y ella me la devuelve.

—Perdón que no te deje quedar esta noche en casa pero…

—No tienes porqué pedir perdón—la interrumpo—. Sin ti no sé qué hubiera hecho. Gracias.

Nos quedamos mirando como idiotas, sonriéndonos, hasta que un sonido sordo y atronante corta la escena.

—¿Qué fue eso?—pregunta Cinthya, asustada.

—No sé—replico—. Pero vayamos ya a buscar ese hospedaje.

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NO ME DEJES CAER -Demonios de la Música #1-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora