#9 - Bajo la luz de la luna

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  • Dedicado a Andrea Mozo
                                    

◘◘◘CAPÍTULO NUEVE◘◘◘

—¿Cómo que te atacó?—inquiero, nervioso.

—Sí, no sé… —repone Cinthya, gimiendo. Está muy asustada—. ¡Nano nunca actuó así! Nathan, aquí hay algo muy raro.

Lo sé. Obviamente las cosas no están bien. Trago saliva y dejo escapar un suspiro. Mi mente gira como si estuviera nadando en el medio de un torbellino en el mar. Demasiadas preguntas; escasas respuestas.

—Iré a ver—exclamo, dando un par de pasos hacia adelante.

—Claro que no—grita Cinthya, tomándome de la mano con fuerza y chichándome hacia atrás. Su piel está sudada y caliente.

—¡Pero hay que hacer algo!—retruco histérico. Quiero ver cómo brillan  los ojos violetas del animal. Otra vez—. ¡No podemos dejar las cosas así!

—En serio, Nat, no te metas ahí dentro. Es peligroso—titubea—. Además… además, ya tengo lo que necesitamos.

Se voltea y me muestra una mochila de gran tamaño que lleva colgada en su espalda.

—Cinthya—digo, bajando mi tono de voz—, hazme caso…

—No voy a permitir que entres en mi casa—replica, interponiéndose entre el umbral de la puerta y yo—. Si intentas hacerlo, juro que grito con todas mis fuerzas.

Mierda. ¿Por qué tiene que comportarse de esa manera? Realmente necesito ver al perro. Necesito comprobarme a mi mismo, una vez más, que todo es cierto y que no estoy siendo víctima de una horrorosa pesadilla.

Respiro hondo y bajo la mirada. Mis ojos se posan en el corte que hay en la cara anterior de mi brazo. La escalofriante imagen de la chica misteriosa rasgándome la piel con un diente del collar, me estremece. Aún oigo su voz en mi cerebro, como una película rayada, repitiéndome sin cesar que si no encuentro su cuerpo en una semana, moriré.

—Está bien—me rindo, desganado—. No voy a entrar, ¿eso te conforma?

Cinthya asiente y esboza una sonrisa melancólica. Enseguida se da media vuelta, y cierra la puerta.

—¿Qué le vas a decir a tus padres?— le pregunto, mientras introduce la llave en la cerradura.

—Les dejé una carta—contesta—. Ellos casi no se preocupan por mí, así que me da igual. Desde que murió mi hermano, yo hago mi vida y ellos hacen la suya. Ni siquiera son capaces de mandarme un mensaje al celular para ver si estoy viva. Dudo que les inquiete mi ausencia.

Aprieto los labios y me quedo en silencio. Cinthya esconde más secretos, lo presiento. Cuando habla de su familia parece hacerlo con rencor, como si la hubieran lastimado mucho en el pasado...  Estoy cien por ciento seguro de que no me contó toda la historia. Falta una pieza pero, ¿cuál?

Dios. ¿Por qué me interesa tanto su vida? Es una fanática más, una de las tantas chillonas que me siguen a todos lados a través de internet y la televisión. Una más que me ama por lo que aparento ser y no por cómo soy en realidad. Una adolescente con las hormonas por las nubes, que lo único que busca es un beso o un abrazo de su ídolo…

... Una joven que accedió a ayudarme, sin pedirme nada a cambió. Una muchacha que voluntariamente se ofreció a ir conmigo a buscar el cadáver de la chica misteriosa, sabiendo de antemano que puede llegar a ser un viaje peligroso e incluso, mortal. Y a pesar de todo, en ningún momento se echó para atrás.

Aunque, ahora que lo pienso bien, el detalle de que mi propósito final es hallar una muerta, nunca se lo mencioné.

Carajos. Estoy muy confundido.

—¿Nos vamos?—exclama Cinthya, arrastrándome al presente—. Ya estoy pronta.

—Sí—concuerdo, rascándome la barbilla—. Vámonos.

Avanzamos en silencio por el caminito de piedras que nos lleva hasta la vereda. Hace calor y la noche está hermosa. Si no estuviera jugando una carrera a contrarreloj por mi vida, estaría sentado en la terraza del hotel bebiendo algo helado y disfrutando de las estrellas.

—¿Tienes algo armado ya?—me pregunta Cinthya, impaciente.

Estamos desplazándonos por una calle oscura y solitaria. Los faroles de luz que hay en cada esquina están rotos o tintinean. Por suerte, la luna nos baña con su resplandor plateado y hace que la visión no sea tan engorrosa.

—Mi idea es ir a la casa de mis padres y hablar con ellos, a lo mejor…

—¿Y no crees que es ahí donde irán a buscarte en primer lugar?—me interrumpe ella, cabizbaja.

Tiene razón. Mi antiguo hogar es un punto clave para encontrarme y es un blanco fácil para cualquiera, pero no se me ocurre nada mejor. No tengo ni una pista acerca de la chica misteriosa y su paradero, y mis padres son los únicos que pueden ayudarme.

—Sí, lo sé.

—¿Entonces…?

—Es difícil de explicar, ya te lo dije—hago una pausa—. Cinthya, por favor, no me apures. Ya sabes lo necesario.

—¿Cómo pretendes que te dé una mano si no colaboras en nada, Nathan? Yo pongo…

—¡Corre!—exclamo asustado, cortándola bruscamente. Ella, por un instante, se desconcierta, pero de inmediato reacciona y va tras mis pasos.

Marchamos a velocidad increíble por la penumbrosa calle y nos escondemos detrás de un contenedor de basura. El hedor es nauseabundo, pero soy consciente de que debo aguantarlo. Mi corazón late taquicardico en mi pecho y me cuesta respirar.

—¿Qué pasó?—me inquiere Cinthya, agitada—. ¿Por qué reaccionaste así?

—Policias…—replico, tembloroso. La nuca me arde y siento cómo me pulsa la sien izquierda—. Se acercaban policías.

—¿Y?

—No sabemos cómo terminó el concierto. Ni siquiera sé si lo hicieron. El hecho es que no podemos mostrarnos ante nadie—trago una bocanada de aire—. A lo mejor están rastreando la ciudad, buscándome. ¿O no?

La chica se encoge de hombros.

—Sí, es cierto—espeta, y acto seguido mete la mano en el bolsillo de su pantalón.

—¿Qué vas a hacer?

Cinthya me observa de reojo y me muestra un celular. Lo desbloquea y empieza a presionar sus teclas rápidamente.

—Voy a buscar en internet qué pasó con el show de “Seven Moons”. Alguna noticia tiene que haber.

Frunzo los labios. Sí que es inteligente. Me convenzo de que es genial tenerla de mi lado.

—Aquí dice que no hubo problemas, que…

Se calla. Sus pupilas se agradan, sus cejas se arquean  y se lleva la palma de su mano a la boca, sorprendida.

Entonces, sin perder tiempo, le quito el teléfono violentamente. Mi cerebro está siendo machacado contra mi cráneo y los músculos de mi cara se tensan.

—¿Qué mierda es esto?—exclamo en alto, espantado.

Debajo del título El Estadio Wimtong explotó en aplausos, hay una fotografía del grupo, donde Frank, Erick y yo le sonreímos al público, levantando los brazos con  felicidad.

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Gracias por leer la historia siempre. No olviden compartir, votar y comentar si les gusta.

Y no se pierdan el capítulo de mañana. ¡Uno de los mayores misterios saldrá a la luz!

NO ME DEJES CAER -Demonios de la Música #1-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora