Capítulo 4: "Diferencia"

181 14 1
                                    

Caroline Beuss
Rojo Athenea

Capítulo IV
Diferencia

En la madrugada, Eri se había despertado para ir al baño, ésta observa el reloj. Eran las 4:15 AM.

En vez de retomar su sueño, subió las peligrosas escaleras que conducían hasta el piso superior donde estaban los ductos de ventilación. Una pequeña ventana era la fuente de luz de la gran y aireada habitación.

-    Las noches son muy tranquilas en este lugar –Pensó y dijo- No debí haber rechazado el acompañar a Víctor. Me gustaría ir a ver si está allá, pero no llevo preparado lo que había dicho. Aunque tal vez pueda comprar algo de la máquina expendedora del hospital.

Víctor se encontraban frente a la puerta de la entrada. Quería saber si ella estaba despierta pero importunar a esas horas en la casa de una jovencita sería algo imprudente. Esperó hasta ver alguna luz encendida que le dijera que ella estaba de pie, pero nunca sucedió. Por lo cual se retiró sin decir nada.

Eri no lo pensó dos veces y se preparó para ir al sitio de encuentro. Menos de una hora había pasado y ésta se encontraba en el lugar indicado: una banca cercana a un barranco cercado.

-    Espero que llegue –Pensó y minutos después se quedó dormida.

Alrededor de una hora y media pasó y él no había llegado.

-    Supongo que no viene… ya son casi las 6.30 am.

Ésta se levanta y camina por el lugar, dirigiéndose a la salida que estaba por detrás de laboratorio donde estudiantes y profesores se reunían.

-    Soy una aguafiestas, como siempre dañando todo. No puedo pasar un rato de tranquilidad por mis tonterías… cuanto detesto como soy –Dijo muy molesta.

En su distracción tropezó con alguien.

-    Disculpe –Excusó ésta, sin quitar la mirada del suelo y siguiendo su camino.
-    Señorita Eri –Dijo la persona con voz de sorpresa.

Su corazón se estremeció al darse cuenta que quien le habló era Víctor. Disimuladamente éste observó lo bien que a ella le sentaba su sencillo vestido color naranja con estampado floral con la cinta roja ceñida bajo el busto que le hacía ver un poco más voluminoso.

-    Siento que esté a esta hora por acá. Vine un poco más tarde porque había dicho que no vendría –Dijo simulando despreocupación.
-    Vine por aquí para dar un paseo –Mintió para excusarse.
-    Supongo que tiene tiempo para acompañarme -Insinuó el joven.
-    S-seguro – Respondió esta con nerviosismo.

Momentos después sucedía el acontecimiento que esperaban: La hermosa salida del sol.

-    Magnífica –Comentó Víctor- El lago se mimetiza con el cielo y parece parte del mismo como dos piezas iguales, como un espejo… las nubes se tornan de un brillante rosa-anaranjado.
-    ¿Mimetiza? –Pensó Eri- ¿Qué significará eso?

El joven tomó varias fotografías y observó el rostro de la confundida chica. Eri se puso muy nerviosa, pues no quería quedar como una persona poco culta.

-    El inteligente no lo es porque no pregunta, sino porque quiere saber –Citó refinadamente- Noté confusión en su mirada, por ello le aconsejo que siempre pregunte por lo que desconoce, ya que la única manera de salir de la ignorancia es aprendiendo.
-    Está bien –Respondió cortantemente por su nerviosismo.
-    Si pregunta mucho –Agregó- No significa que no sea inteligente, significa que no quiere quedarse con la duda. Ello me lo decía constantemente un profesor que me instruyó en el violín.
-    ¿Tocas el violín? –Preguntó emocionada la joven.
-    Solía hacerlo –Respondió y agregó- Pero me di cuenta que mi forma de demostrar el arte no era a través de la música, sino a través de la pintura.
-    Pareces muy apasionado por el arte.
-    Lo soy. No vale la pena vivir si no se hace lo que se desea –Y sonrió.

El joven guardó su cámara y guardó un lienzo que tenía dibujado un boceto del hermoso acontecimiento natural.

-    Pintaré el ocaso utilizando las fotografías que tomé. El tiempo en el que el sol se posa es muy corto, sobretodo cuando está amaneciendo.

El joven recogió sus cosas y posó al lado de Eri.

-    Es realmente temprano como para que esté por aquí en su día libre –Le comentó y se retiró.

Ella muy sorprendida se mordió los labios.

-    ¿Cómo supo que era mi día libre? ¿Yo le había dicho que no trabajaría? -Se dijo a sí misma.

Con vergüenza y decepción, corrió una gruesa lágrima de su mejilla. Jamás se había sentido tan avergonzada en frente de una persona casi desconocida. Era obvio que Víctor se había dado cuenta de su mentira, pero no pareció irritado por ello. Por otra parte, le demostró a Eri que sabía lo sucedido. Ésta divagó por la pequeña ciudad como si buscara consuelo. Pero sus pasos fueron detenidos por el vernáculo cuerpo de Edgard, el novio de Snow. Éste joven de 27 años, es el administrador del gimnasio de la pequeña ciudad, su musculoso cuerpo le hacía ver poderoso e impotente, esto junto a sus rudimentarios rasgos negroides.

-    ¡Eri, pequeña! ¿Cómo has estado? –Pregunta con su grave voz.
-    Edgard, he estado muy bien –Dijo tratando de disimular su tristeza.
-    Me dijo Snow que quieres entrar al gimnasio –Comentó apretando sus músculos.
-    Ehhh… -Dijo mientras miraba los enormes brazos del hombre- Si, estoy pensando entrar… pero no quiero ponerme tan fuerte como tú. Solo tonificarme…
-    Eso no es difícil, solo media hora de caminadora diaria y verás los resultados. Claro, acompañado de otros ejercicios. Ve mañana al gimnasio y te haré un descuento en la mensualidad solo porque eres amiga de mi nena.
-    ¡Muchas gracias! No sabes lo que me cuesta pagar las cuentas de el lugar donde vivo –Agradeció.

La joven se retiró, sin embargo se tomó la libertad de dar un paseo cerca de la playa.

-    ¿Cómo me pondré después que tenga un tiempo en el gimnasio? ¿Cuánto ejercicio me hará ver como una modelo?

Eri imaginaba el cuerpo de una modelo.

-    Ellas son muy delgadas… y no todas son voluptuosas. Aunque me falta un poco para ser tan alta como una –Pensó, cuestionando su físico.

Caminando cerca del puerto, ésta atravesaba una calzada cerrada y en ocasiones solitarias. Es entonces cuando un auto bastante grande que parecía ser un modelo de hace dos décadas, frena bruscamente al final de la calle. Una ráfaga de viento asustó a la joven quien miraba fijamente al conductor del vehículo.

-    ¡Me equivoqué! –Dijo algo despreocupado el joven conductor.
-    Debería ser más cuidadoso –Pensó Eri.

Éste bajó del auto y miró hacia el puerto.

-    No es aquí por lo visto. Debí haber ido a la izquierda –Se reprendió a sí mismo.

Al notar la presencia de Eri observándole, éste se acercó a ella rápidamente.

-    Oye niña, ¿podrías decirme donde está el bazar?

El joven era esbelto de largo cabello castaño oscuro, escondido bajo un enmarañado gorro para el frío, su piel era bronceada y sus ojos estaban ocultos tras unos lentes oscuros. Su mentón era fuerte, sus labios delgados y su nariz fina. Vestía con anchos pantalones color plomo, zapatos deportivos de patinador y una sudadera azul pálido que escondía una franela blanca.

-    Está a dos cuadras hacía allá –Dijo señalando la dirección.
-    Gracias nena, me salvaste el día –Respondió algo aliviado.

Éste fue hacia el lugar que buscaba en su automóvil.

-    Que extraño joven, parece perdido… tal vez no sea de Sigma –Se dijo a sí misma Eri.

Al pasar al lado del bazar, nota que éste entra al lugar con una caja bastante pesada. Eri abre la puerta del lugar para hacerle más sencilla su labor y éste le agradece guiñándole el ojo coquetamente. La joven algo avergonzada se retira sin decir una palabra.

Luego de haber caminado unos metros más adelante, Eri observa los abandonados parques del sector. Lucían grisáceos por la poca vida de los árboles presentes. El pasto había muerto y solo quedaban pocos metros cuadrados de éste. Grupos de botellas y latas de bebidas se encontraban en el suelo y habían sido lanzadas por los clientes del bar.

-    Sería bueno que estuviesen limpios estos parques –Pensó- Pero… tal vez alguien con más poder en la ciudad lo lograría.

Eri era desconfiada de su propia fuerza. A lo largo de su vida ha permitido que los demás tomen decisiones sobre ella, sin embargo era algo que deseaba cambiar.

-    Y si… ¿y si haciendo esto demuestro que soy una persona diferente a los demás? –Se preguntó a sí misma- Tal vez si muestro tener fuerza y confianza en mi misma, Víctor me hablaría más.

La joven acudió a su hogar y recostó en su cama. Miraba el techo, pero no observaba nada, pues su mente se hallaba pensativa. Sin embargo, éstos se esfumaron por el sonido de su puerta que era tocada por alguien que le visitaba.

-    ¡Eri te necesito un momento! –Gritó un joven al otro lado de la puerta.

Ella bajó las escaleras y abrió la puerta.

-    ¿Qué deseas Ari?

Ariel era un joven la misma edad que Eri. Era un joven de rasgos masculinos pero suavizados por su claro y largo cabello. Era el repartidor de periódico del sector.

-    Necesito saber si quieres que te traiga el periódico diariamente –Dijo el joven.
-    No gracias, no leo periódico –Rechazó Eri.
-    Es por eso que no sabes nada del mundo –Comentó Ariel alejándose.

La chica observaba como Ariel se alejaba de su hogar y caminaba cerca del gimnasio. Un joven boxeador que entrenaba constantemente en la sala de ejercicios, molestaba a Ariel por su cuerpo debilucho.

-    ¡No molestes, cacho de carne sin cerebro! –Gritó el joven tratando de deshacerse del fortachón.
-    ¡Quieto niño bonito, solo deseo utilizarte como saco de boxeo! –Dijo burlonamente el boxeador.

Eri cerró la puerta para no ver lo que sucedía. Deseaba ayudar pero no intercedió por no querer humillar a su compañero. Sin embargo, no quiso sentir remordimientos y corrió hasta el lugar donde se encontraba Ariel.

-    ¡Ariel! –Gritó la joven.

Éste le observó algo nervioso ya que el joven boxeador estaba a punto de golpearlo.

-    ¡Necesito de tu ayuda! –Dijo tomándole del brazo.

El joven, bastante extrañado caminó hacia donde le llevaba Eri. Ésta hablaba en voz alta para ser escuchada por el boxeador.

-    ¡Sé que eres un chico muy talentoso y por ello necesito que me hagas un gran favor!
-    ¿Qué crees que estás haciendo? –Preguntó algo molesto.
-    Te saqué del lío en el que estabas metido –Respondió en voz baja.
-    No necesito de tu ayuda –Respondió con enojo.
-    Pe-pero… -Dijo ella, mientras Ariel se zafaba de sus brazos- Ese tipo te estaba molestando.
-    ¡Eso no es de tu incumbencia!
-    ¿Por qué te molestas si te ayudé? –Pregunta muy confundida.
-    ¿Crees que es divertido ser salvado por una chica ante ese tipo?
-    No quería humillarte, pero ese tipo te iba a golpear.
-    ¡Eso no importa con tal que me le enfrente! –Le gritó el chico.

Eleonor quien estaba cerca del lugar, veía lo que sucedía pero decidió no aparecer importunamente.

-    Si no era la manera correcta de ayudarte, ¿cómo podría hacerlo?
-    ¡No entrometiéndote! –Respondió alejándose del lugar.

Ariel y Eri hablaban mucho cuando ésta última no trabajaba. El chico es un joven con habilidades en las artes escénicas y es por ello que es molestado por los boxeadores, ya que no demuestra ser realmente fuerte. A pesar de su atractiva imagen era algo inseguro de sí mismo, pero trata de disimularlo con una ególatra actitud.

Muy decidida, Eri acudió al gimnasio y habló con Edgard.

-    Por favor, yo pagaré el gimnasio completo cuando logre reunir dinero y hazle el descuento a Ariel.
-    ¿Por qué querrías hacer algo semejante?
-    Es un favor que quiero hacerle y no se de qué otra forma ayudarle. Por favor… -Rogó.
-    Está bien. Supongo que esto quedará en secreto ¿no?
-    Si, por favor. No quiero que Ariel se entere, se molestaría conmigo ¿Podrías invitarle al gimnasio y decirle que le darás descuento? Si se lo digo yo, tal vez se niegue.
-    Está bien, lo haré cuando le vea en la calle.
-    Trabajaré duro para poder inscribirme en el gimnasio… mientras tanto me esforzaré.

La chica bastante agradecida se retiró del lugar. Antes de salir del gimnasio se encontró al robusto hombre boxeador. Éste era calvo, llevaba mucho vello facial en forma de un candado, vestía pantaloncillos azules y guantes rojos de boxeo.

-    Oye niña, me quitaste mi saco de boxeo –Dijo molesto.
-    Disculpa, necesitaba un favor de tu saco.
-    Para la próxima te utilizaré a ti –Amenazó en broma.

Eri entendió la intención bromista y amenazadora del joven.

-    Lo siento, pero no serviría. Me desplomaría con el primer golpe –Respondió con tono burlón.

El robusto hombre rió a carcajadas con su grave y amenazadora voz.

-    Soy Armand. Practico comúnmente en el gimnasio. Mi entrenador me llama Destructor ya que he roto varios sacos de boxeo.
-    ¡Que impresionante! –Dijo con admiración, cubriendo su boca con sus manos.
-    ¿Qué hace una niña tan flacucha en este lugar?
-    Pensaba venir a tonificarme.
-    Pues si necesitas ayuda extra te puedo crear una sesión de ejercicios, será muy estricta pero estará bien.
-    Lo siento –Respondió algo nerviosa- Tal vez en otro momento cuando logre reunir dinero para el gimnasio.
-    No necesitas pagarme nada, lo hago por diversión. Me gusta ver a la gente sufrir por mis rutinas… no importa si no son hechas en este gimnasio –Y rió con su risa grave.
-    E-eh… -Tartamudeó- Bueno, me ayudarías mucho pero no soy tan fuerte.
-    Haré una lista de ejercicios, que luego le mostraré a Edgard. Soy quien le asiste, pues paso mucho tiempo aquí.
-    ¿Hacen torneos en este lugar?
-    Oh si, he ganado unos cuantos. Estás frente a toda una proeza –Dijo egocéntricamente.
-    De seguro que sí –Comentó fingiendo estar impresionada- Tengo que retirarme, un placer.
-    Anímate y ven un día a ver las competencias de halterofilia, ¡verás machos de verdad!
-    ¡Suena bien! –Dijo interesada- Puede que un día venga.

Al salir del gimnasio se encontró frente a frente con Eleonor quien le acompañó sin decir nada. Minutos después se encontraban en el parque, charlando.

-    Siempre he pensado que eres una persona que tiene potencial para mover masas.
-    Eso podría decir yo de ti que serás algún día candidata para alcaldesa.
-    Tal vez… pero ese es un sueño por el cual pienso luchar –Observó a su amiga y le dijo- Eri, tu no eres una persona tímida.
-    Si lo soy y lo he sido desde que me conoces, ¿por qué lo dices?
-    Una persona verdaderamente tímida no tendría la determinación para hacer lo que hiciste hace unos minutos en el gimnasio. Las personas tímidas ni siquiera se atreven a ayudar a las personas. Tu verdadero ser no es tan poca cosa como para ser alguien que vive ausente y es por eso que buscas la forma de ayudar. Tienes un espíritu bondadoso que busca confortar a las personas.

-    ¿Tú que sabes de eso?
-    Yo era así –Respondió interrumpiéndole.

Eri muy sorprendida le observó fijamente.

-    Hace mucho tiempo –Contó Eleonor- Me di cuenta que yo no era algo sino alguien y que no debía permitir que los demás me quitaran una cualidad que como ser humano tengo: una voz que puede ser escuchada, una voluntad que solo flaquearía cuando yo deseo. Y desde ese tiempo he luchado por lo que anhelo. Por supuesto que cuando gané el concurso de belleza me sentí más capacitada y segura, pero no es eso lo que me incentivó a ser fuerte. La verdadera belleza se encuentra en los ojos de los que la saben mirar.
-    ¿Por qué me dices todo esto? –Pregunta Eri, tratando de disimular la situación.
-    Deja de hacerte la indiferente. Es obvio que has desconfiado de ti misma durante estos días, desde que conociste al joven pintor. Y es por ello que has buscado formas de llamar su atención… sin embargo, ¿te has puesto a pensar que estás más bien en una búsqueda de tu verdadero ser? Lo que haces no es por aparentar sino por descubrir.

La chica no comentó nada al respecto.

-    ¡Jamás dudes que vales mucho! –Dijo en voz alta- No antepongas tus palabras a los hechos y sobre todo… Quítate ese filtro de dobles intenciones que pones sobre las acciones de los demás.
-    Desde hace tiempo… -Dijo la chica luego de un silencio- He estado tratando de descifrar quien soy en verdad. Desde que empecé con este afán de parecer alguien me he dado cuenta de cosas que hay en mi interior y que he ignorado… sin embargo, se que aún me falta saber muchas cosas más para sentirme completa.
-    Nunca te conocerás de verdad. No sientas que te falta algo para ser completa, alégrate de que descubriste algo que te hace sentir más llena –Aconseja Eleonor.
-    Luego de leer varios libros sentí un fuego en mi interior… una fuerza que emocionaba mi corazón tras muchas ideas que se cruzaron en mi mente. Aún así tengo miedo a expresar mis pensamientos, se que no debo ocultar mi forma de pensar, pero poco a poco iré revelando mis anhelos… -Y agregó con lágrimas en los ojos y una sonrisa en los labios- Dentro de poco me verás.
-    Así será amiga –Animó la chica.

Ésta le abrazó fuertemente.

-    No vuelvas a sentirte insegura… porque si lo haces nuevamente volveré para reprenderte –Dijo Eleonor.

Rojo AtheneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora