XXIII

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Sábado 3 de mayo del 2014, 11h53 a.m.

Habían pasado cuatro meses desde la visita de Emma al hospital.

Alex había decidido reconocer a Claire definitivamente como hija. Por un momento analizó el no decirle a Madison que supo toda la verdad, pero se lo dijo. Madison se alteró cuando el anunció que se había enterado de todo, creyó que todos sus planes con Alexander se habían ido abajo, pero ella aún no entendía el amor que un padre lleva con sí. Por otro lado, los padres de Madison nunca se enteraron, fue totalmente confidencial para ellos. Alex iba a darle a Claire todo lo que un padre debe darle, pero cortó de raíz la mínima confianza que le había cogido a Madison.

A Emma efectivamente le habían dado de alta al siguiente día, y le mandaron los vitamínicos que nunca tomó. Dos días después, el 28 de enero, celebró su cumpleaños con los únicos que tenía: Bruno, Chloe, Noah y Alex.

Martes 28 de enero del 2014, 4h35 p.m.

—¡Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños, querida Emma, feliz cumpleaños a ti! —Todos cantaron al unísono y, al finalizar, aplaudieron. Emma sopló las velas mientras Chloe hacia bulla con un pitito.

—Gracias, de verdad —dijo Emma sonriente.

Se acercaron uno por uno a felicitarla, y plantarle besos y abrazos por su cumpleaños. Ella les agradeció porque en realidad no le habían dicho nada, Chloe la fue a levantar de la cama tal y como hizo el día que la llevó con una nutricionista.

Todos fueron a la cocina del departamento de Bruno y comenzaron a servir la lasaña que habían preparado para Emma. El único que no contribuyó fue Alexander porque se quedó parado junto a Emma.

—Oye, Emma —llamó.

Ella levantó la vista hacia él, dándole a entender que le escuchaba.

—¿Podrías acompañarme a mi auto? Quiero que me des tu opinión de algo.

—Claro.

Ambos caminaron hacia la puerta de entrada mientras Alex cuidaba que no los vieran. Tomó la mano de Emma para jalarla un poco hacia donde él iba. Emma se estremeció con el contacto, y aunque suene absurdo, sus latidos se aceleraron. Ella pensó que él tomaría el ascenso, pero  en cambio, subió las gradas. Ella frunció el entrecejo.

—¿Qué acaso tu auto está arriba?

Alex soltó una carcajada.

—Solo espera.

Aun teniéndola de la mano, subieron dos pisos más. Se encontraban en la terraza: era la segunda vez que Emma subía allí. Cuando entraron ahí, Alex se paró en medio de toda la superficie plana y dejó a Emma justo en frente de él. La soltó.

Emma no entendía nada de lo que Alexander tramaba y su pulso se aceleró más. Se imaginó cualquier cursilería para sus veinte. Alex comenzó a rebuscarse en los bolsillos internos de la chaqueta.

—¿Qué haces? ¿No íbamos a tu auto? —inquirió ella.

—Mentí—respondió él con total tranquilidad. Sacó una vela sencilla, las que venden en paquetes y te salen totalmente baratas.

—¿Qué diablos…? —expresó Emma en alto. Se imaginaba que le cantaría su cumpleaños feliz privado, sólo para los dos—. Alex, no es necesario…

—¿Podrías hacer silencio? —Alex sacó un encendedor también—. Párate recta —ordenó.

Entonces el pronóstico de Emma cambió a que Alexander iba a hacerle cualquier cosa depravada al aire libre. «Lo aceptaría si no tuviéramos vecinos», pensó. De todas formas, obedeció y se paró correctamente. Alex encendió la vela y se la entregó a Emma.

Una historia de bulimia másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora