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Emma sollozó, casi en silencio, pero la tristeza estaba escrita en sus ojos. Ella se sentó en el sillón y continuó viendo la fotografía del bebé. No podía creerlo, se imaginaba que todo eso era una de las mentiras de Madison, pero ahí estaba la prueba total, la prueba irrefutable de lo sucedido.

Sus lágrimas caían como diluvio, y sus ojos se nublaron. Su ira y decepción la destrozaron. Sus sentimientos controlaban sus acciones. Tomó la fotografía, la rompió, y con mucha histeria, botó las dos mitades al suelo. Se echó en el sillón y comenzó a llorar en fuertes sollozos.

Alexander no soportaba verla así. Su corazón se partió en la mitad, era como el reflejo de la fotografía. Una vez que ella estaba echada en el sillón sollozando, él se acercó, se agachó en cuclillas y le acarició el hombro, tratando de causarle tranquilidad. 

Sin culpa, las lágrimas también inundaron sus ojos. Tomó la mano de ella y comenzó a plantar pequeños besos. Después, con su mano, retiró el cabello que cubría su cara y dio pequeños besos en sus ojos húmedos.

Ella se sentó y apoyó su cara en sus manos, mientras estas, estaban apoyadas por sus codos que yacían en sus piernas. Pronto sus manos también quedaron húmedas y las lágrimas caían por la intersección de sus dedos.

Alex se sentó al lado de ella, puso su brazo alrededor de sus hombros, le dio un pequeño jalón para que ella se recostara en su regazo. Las lágrimas de Alex caían en el cabello de Emma y las de ella sobre sus piernas.

—Emma —susurró Alex, acariciando su cabello.

Ella negó con la cabeza, y sus sollozos retumbaban en los oídos de Alex.

—Emma —volvió a susurrar, con la esperanza de que ella respondiera.

—¿Sí? —dijo, esforzándose.

—¿Por qué lloras así? —Él besó su cabello.

Emma sorbió con la nariz y se levantó bruscamente del regazo de él.

—¿No lo entiendes? —Se limpió las lágrimas.

Él negó con la cabeza, frunciendo los labios, pues no tenía el valor de pronunciar una sola palabra.

—Alex, después de que nazca el bebé... ¿qué? Tendrás que hacerte cargo del niño o de la nena, por más que no sea de la mujer que amas, es tu bebé. —Ella marcó la palabra «tu» para que Alex tuviera muy clara la idea—. Ser padre no es solo darle el dinero para que no le falte nada, ese niño o esa nena tiene que tener el amor de su padre, ¿me explico? 

Alex asintió, sometiéndose al sermón de Emma.

—Después no tendrás tiempo para pensar en «nosotros». —Ella suspiró—. Mira, yo te amo con todo mi corazón, y lo sabes, porque si no fuera así no estaría de esta manera, pero la verdad, Alex, yo no sé si debamos continuar con esto.

Alex sintió como su corazón saltaba a un barranco. Entendía a la perfección la insinuación de Emma. Ahora era él quien sollozaba sin consuelo. La miró a los ojos.

—Emma, por favor, no. —Su voz se partía y sus lágrimas nublaban su vista.

Emma tenía todo revuelto. Por un lado estaba Alex. A ella le dolía mucho dejarlo, pero también estaba ella. Sabía que sufriría mucho al verlo con otra mujer, es más, al verlo con la madre de su hijo.

—Yo no puedo. —Ella continuaba limpiando sus lágrimas.

Alex se arrodilló en frente de ella, la miró a los ojos y soltó:

—Dime, ¿te quedas o te vas? —Suspiró él.

Emma sintió como su corazón caía y se rompía en pedazos. Verlo así, tirando toda su dignidad a la basura sólo por ella, le hizo mal. Ella lo tomó de las manos y las entrelazó. Negó con la cabeza lentamente y lo miró a los ojos.

Una historia de bulimia másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora