Dentro de la cabaña

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-¿Helena?- preguntó Emilia confundida. Pensaba, al igual que todos los presentes, que Meg se encontraba sumida en un estado de total desesperación y pánico que ya estaba imaginando cosas que no eran.

Meg se encontraba recargada en la pared con la mirada vacía y la cabeza en las nubes, pero no transmitía tranquilidad, si no que cada parte de su cuerpo estaba tensa, sus dientes rechinaban al tallarlos unos contra los otros.

Por lo menos estaba mejor que en los minutos anteriores, pues desde el momento en que había empezado a escuchar cosas, había salido corriendo con intenciones de abrir la puerta e ir a buscar a Derek.

-¡Lo siento Meg!- susurró Roger, quien la atrapó en el camino y a pesar de sus golpes y patadas, no la dejo ir. La chica seguía forcejeando cuando llegó al cuidado de las demás, quienes intentaron consolarla, lo extraño era que no estaba triste, sino furiosa. Roger la miró con preocupación y se encargo de poner los muebles delante de la puerta, para que no se pudiera entrar ni salir.

-Se que es ella- susurró Meg para sí -¿me escuchas Helena? ¡Se que eres tú! ¡Esta es tu horrible manera de hacerme sufrir! Saber que Derek esta allá afuera y no poder hacer nada para ayudarlo ¡Los odio, déjenme salir!-

Pero el chico no se movió, estaba parado frente a la puerta y llevaba ahí desde que Meg había entrado ese estado, nunca la había visto así, parecía fuera de sus casillas. Aunque, para ser honestos era exactamente como el se sentía, pero no podía permitirse sentir en ese momento, mucho tenían ya con Meg para tener que preocuparse por el también.

Y es que a pesar de todo, sabía que si una parte de el comenzara a quebrarse, los demás se hundirían junto a él. Por lo menos tenía a Amelia, el simple hecho de verla junto a él lo hacía sentir seguro y en esos momentos era lo que más necesitaba.

Dianne estaba sentada algo alejada del resto, pues aunque todos fueran amables con ella a pesar de que prácticamente se había pasado todo ese tiempo agrediéndolos, no se sentía bien. De encontrarse en otra situación, ni siquiera estaría con ellos.

-Triste ¿no?- preguntó Clarissa acercándose a donde estaba ella. -Me pase la vida orgullosa de Meg, nunca se lo dije, pero una parte de mi siempre quiso ser igual que ella-.

Espero unos segundos y al aceptar que no recibiría respuesta, continuo hablando. -Me refiero a que es una extraordinaria persona, perdono a su padre por haberle hecho algo horrible que de haberlo hecho a mi, lo hubiera abandonado a su total suerte.

Ayudó a que dos personas finalmente pudieran estar juntos sin importar que no los conociera y ayudó también a una chica que la trató mal por mucho tiempo. Se que hasta ahora no habíamos hablado bien pero, siempre supimos lo que pensaban de nosotras.- murmuró con la garganta hecha nudos y los ojos ardiéndole. Dianne evitó mirarla pero la ánimo a continuar con una fugaz palmadita en el espalda.

-¡Aggggh! ¡Todo es mi culpa!. Si no la hubiera obligado a venir al dichoso viaje, no habría pasado esto, pero no, Meg es tan buena amiga que no le importó tener que vivir con las personas que más detestaba en el mundo y todo porque quería que yo cumpliese mi fantasía.

¡Dios! Soy tan tonta, de verdad creí que las cosas pasarían como en los cuentos, ya sabes, se conocen, se enamoran, se casan y vivieron felices por siempre. Bueno, creo que olvidaba el pequeño detalle de la bruja. ¡Felicidades Clarissa, vives en un cuento de hadas, tu sueño se hizo realidad!

¡Tan solo mira a Meg!, sin importar que nunca se había puesto así y me mata saber que todo es mi culpa, debería ir a luchar con esa bruja y defender mi puesto de mejor amiga porque siento que ya no lo merezco- masculló quebrándose por completo.

Un mes con el príncipe Where stories live. Discover now