Parte 11

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Elena Petroncini salió de Albania con un pequeño zurrón donde sólo había una muda para tres días y, envuelto en un trapo, un viejo violín vienés de la antigua casa Tim que llevó a Shkodra un violinista italiano en tiempos del bajá Alí de Ioannina a principios del siglo XIX.

El violín que llevaba en su bolsa Elena había comenzado su vida en Viena en 1770; participó en el estreno de a Las Bodas  de Figaro sólo 16 años después; viajó a la Venecia napoleónica en 1797, donde fue adscrito al Conservatorio para Niños Huérfanos de Santa María di Lorento. Allí cantó la obra de  Vivaldi, Marcello y Pergolesi; durante los inestables años del poder napoleónico llegó a Roma como ciudad libre e imperial en 1809.

Ésos fueron los grandes años del violín de la antigua casa Tim de Viena: participó en las grandes óperas de Rossini: L' italiana in Algeri, El Barbero de Sevilla, La Cenerentola. Pero en 1818 su dueño murió y fue vendido a un antojadizo y aventurero músico que se lo llevó consigo a Shkodra, la antigua capital albanesa, donde fue empeñado hasta que lo compró, 19 años después, Alí Ramiqi, el abuelo de Muradije Ramiqi, que lo hizo pasar de generación en generación hasta Elena, que ahora lo llevaba en su zurrón.

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Elena Petroncini no sabía a dónde  ir. Había que huir, pero no había adónde. Italia era su enemiga; Grecia tenía una dictadura e Italia amenazaba con invadirla, como hizo poco después; más al sur, las mujeres no tenían derechos y la música clásica no existía;Yugoslavia estaba en proceso de nazificación interna; y Bulgaria vivía en una continúa inestabilidad soportando la tensión entre los partidarios de Alemania e Italia, por una parte, y la URSS por otra.

No obstante, huyó. Se puso como objetivo Viena, la Viena de su violín, la Viena imperial donde la música reinaba. Cruzó Yugoslavia a pie, llegó a Bulgaria, entró en Rumanía y cuando estaba a punto de cruzar Hungría, última escala en su viaje hacia Austria, todo el país fue tomado por la Wehrmacht, la guardia de hierro alemana que asesinaba judíos y políticos para controlar el poder y para quien todo extranjero era un enemigo. Allí, Elena, cobijándose en una granja abandonada, cayó enferma. Ella pensó que jamás lograría recuperarse y se entregó a la muerte.

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Nicolai Faurenau, un judío rumano de antepasados suizos, la encontró moribunda y, pensando que también era una judía que huía, la cuido y la llevó en un pequeño carro a través de Hungría y el sur  de Austria durante más de nueve semanas en dirección a Suiza, la tierra de sus sueños.

En los Alpes, Nicolai también pensó que iba a morir. El penco que tiraba del carro apareció muerto una mañana, la moribunda desconocida seguía débil y sin poder ponerse de pie, y a él ya no le quedaban fuerzas.

Entonces, Nicolai y Elena se encontraron con un grupo de gitanos que huían de Austria también en dirección a Suiza. Él les pidió ayuda y ellos decidieron no dársela: cruzar los Alpes con enfermos era un lastre y un riesgo innecesario.

Pero Béla Cuza, la mayor de la familia, vio sobresalir de entre los trapos de la enferma el mástil del violín vienés de la antigua casa Tim que Elena llevaba consigo y, tomándolo, enderezó su puente torcido, lo afino y, acariciando sus cuerdas con el arco, tocó.

Fue un momento de paz en la Europa en guerra.

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Paradójicamente, Elena Petroncini sobrevivió el cruce de los Alpes, pero Nicolai amaneció muerto tras una dura noche de bajas temperaturas. Elena nunca llegó a cruzar una sola palabra con el hombre que le había salvado la vida y la había llevado a una tierra en libertad. Cuando ella comenzó a tomar conciencia de que seguía viva pensó que aún estaba en tierras rumanas, pero vivía con gitanos austriacos de procedencia rumana en tierra libre de Suiza.

Al despertar a la vida, al sentirse con una nueva oportunidad de vivir, bajó a la ciudad más próxima, buscó una orquesta y conoció a Lajos Trapolyi. Él la llevó con Adrian Troadec.

Adrian la cobijó en el sótano de su Petit Chocolat Troadec y comprendió, desde que apareció en la puerta de su pequeño comercio, que sus días de soledad habían terminado.

SABOR A CHOCOLATEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora