Parte 3

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13

Las negras habían perdido la calidad porque se intercambiaba una torre, de más valor, por una pieza de menos valor: un peón. Sin embargo, los dos peones y los dos alfiles, todavía en el centro del tablero, tenían un contrajuego considerable.

Tras muchos movimientos en una fase que se hizo un poco aburrida, Adrian Troadec comenzó a sentirse más animado.

Y entonces mirando aquel tablero y sintiendo su cuerpo despertar, fue cuando comprendió cómo conquistar a la inalcanzable Alma Trapolyi.

Adrian comprendió que Alma corría después de los conciertos porque necesitaba tomar algo dulce tras el esfuerzo físico y la tensión desplegada durante ellos.

Adrian Troadec lo supo entonces: la conquistaría con dulces chocolates.

14

Tras varios movimientos de espera de ambos reyes, Adrian rompió la tranquilidad del juego tomando un peón que estaba cubierto por un caballo.

La sorpresa de Honoré Louhans al ver ese arriesgado movimiento, cuando ambos contrincantes debían estar agotados, movimiento que ahora le obligaba a tomar el peón atacante por el caballo con el que lo cubría, le asustó de tal modo que decidió hacer huir a su caballo hacia el flanco del rey, desequilibrando la partida.

Adrian, entonces, avanzó su peón negro hasta la penúltima casilla, dejándolo en puertas de coronarse dama, obligando a que ambas torres blancas permanecieran allí inmóviles cubriendo ese peligroso movimiento, quedando así las negras en situación altamente ventajosa.

Después de esa jugada, Honoré Louhans, pensó un buen rato hasta que le ofreció la mano y le dijo:

- Ganaste de nuevo, Adrian.

15

Adrian volvió a Lausanne dispuesto a esperarla a la salida de los conciertos con una bolsa de bombones. Pero cuando los buscó descubrió que nadie en la ciudad los vendía.

Resignado con tal hecho, Adrian compró bollos dulces y se fue esperarla a la salida del concierto. Cuando Alma salió del concierto por la puerta de atrás de la sala lo vio apostado contra una pared bajo la mansa llovizna de fina nieve con un pequeño paquete en la mano. A Alma Trapolyi, más que nunca, Adrian le pareció un triste espectro alargado, desgarbado y descolorido.

Sin embargo, Adrian, que no pudo leer su pensamiento, corrió hacia ella dando saltos ridículos con sus enormes patas de alfiler chapoteando sobre la primera fina capa de nieve sucia y, sacando toda la sonrisa de la que era capaz, puso ante ella un paquetito envuelto en un fino papel, ya mojado, cerrado con una cuerdecita rematada en forma de lazo. Adrian pensó que sin duda estaba dando jaque a la dama. Y en vez de decir "jaque" dijo la primera tontería que le vino a la cabeza: "Dulces para mi chelista preferida".

Alma no supo que decir. Pero sí pensó que aquel cretino, si estaba allí con dulces en la mano, era porque no había podido oír su primer pequeño solo de violonchelo en la ejecución, esa noche, del Gloria de Antonio Vivaldi, cuando hacía de continuo acompañando a la mezzosoprano solista. Pero cuando concluyó este pensamiento, Adrian ya había abierto el pequeño paquete de dulces y lo que entonces vio le pareció a la joven Alma la metáfora de su portador: todos los bollos de azúcar mojados y arrugados como pure de manzana.

-No gracias, no me apetece- dijo- me esperan.

16

Y lo peor no fue que Adrian se quedará bajo la nieve, con los pies empapados, con un paquete de pure de bollos dulces en sus manos y cara de bobo, lo peor fue que verdaderamente alguien la esperaba aquella noche en la puerta de la sala de concierto.

SABOR A CHOCOLATEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora