23. Debe ser un sueño

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Capítulo veintitrés: Debe ser un sueño.

Bien, definitivamente en estas vacaciones de invierno unos extraterrestres habían abducido a los estudiantes de mi instituto... O por lo menos esa era la explicación más lógica que conseguía al por qué todo el mundo me miraba como si fuese una especia de arma mortal.

Hoy iniciaba el último lapso... Los últimos meses que estaría en el instituto antes de llegar al momento de la promoción donde recibiría mi título, me despediría de mis amigos e iría a la tan temida y ansiada "universidad".

Esa idea me ponía en un estado de melancolía y alegría que era casi palpable, y completamente contradictorio. Por un lado, me emocionaba la idea de estudiar específicamente en un área sobre algo que me gusta y mudarme con mi hermano mayor... Pero por otro, la idea de dejar todo lo que conozco, despedirme de mi madre y de mis amigos, independizarme... Era tan emocionante como aterrador.

Mientras divagaba en mis propias ideas, Nathalia apareció a mi lado.

—¿Soy yo, o todos nos están mirando especialmente raro? —preguntó.

Ella, a diferencia de mí, lucía serena con la idea de que tuviésemos cientos de pares de ojos encima.

La miré consternada.

—Sabía que no era sólo yo. ¿Tienes alguna idea del por qué? —interrogué.

Ella sonrió con picardía.

—¿Tal vez se dieron cuenta de que has perdido tu inocencia? —alegó.

Dios, de nuevo con eso.

Les explicaré lo ocurrido: El día en que fuimos a la playa y me llevé a David a mi escondite especial, nos quedamos allí más tiempo de lo esperado y, ya que nadie sabía dónde demonios estábamos metidos, los chicos nos buscaron por doquier en vano y se fueron a sus casas. Ahora tienen su propia teoría de que David y yo nos fuimos a un motel o algo así.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que sigo siento virgen? —pregunté con exasperación.

Al principio el tema me avergonzaba, pero ahora no hacía más que molestarme.

Quiero decir, si van a estar bromeando con algo todo el tiempo, por lo menos que sea con algo que de verdad haya hecho.

Nathalia rió.

—Hablando un poco del tema, ¿dónde demonios está David? Es raro verte caminando sola por los pasillos...

—Oh, se iba a hacer unos exámenes de sangre esta mañana, así que llegará un poco tarde hoy —contesté. Nathalia me miró asustada—. Nada grave, tranquila, sólo son exámenes de rutina. Su mamá es un poco estricta con esas cosas —agregué antes de que comenzara a hacerme un millón de preguntas.

Ella me miró entendiendo.

—La señora Slerman debe de ser bastante rígida con el tema de la salud. Yo ni siquiera recuerdo la última vez que fui a un laboratorio, o a una clínica, ni siquiera recuerdo hace cuánto fue mi último resfriado —dijo.

Ojalá yo tuviese tanta suerte con los resfriados... Un poquito de polvo y mi nariz ya se parecía a la de Rodolfo el reno.

—¿Ni siquiera tomas vitamina C? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—Ni un poco —contestó.

Y eso seguía impactándome.

A eso le llamaba yo: El poder de unos genes de hierro.

Inaccesible ©Where stories live. Discover now