18. El dúo de los chicos abandonados.

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Capítulo dieciocho: El dúo de los chicos abandonados.

Narra Robert:

—Claire... —susurré abriendo los ojos de par en par al abrir la puerta de mi casa y ver a la chica con el rostro enrojecido y...—. ¿Por qué lloras? —pregunté al instante. Mi respiración se agitó al instante y un dolor insoportable me invadió hasta lo más profundo de mi ser.

La chica, en vez de contestar, se lanzó a mis brazos y comenzó a sollozar en mi pecho.

Yo envolví mis brazos en torno a ella y me di cuenta de lo fría que estaba.

—¡Por Dios santo, te estás congelando! —exclamé sorprendido.

Me adentré sin soltarla y, justo cuando estaba maniobrando para cerrar la puerta, noté los pequeños puntos blancos que bajaban del cielo.

Claro, estábamos a mediados de noviembre y había empezado a nevar, era razonable que eso pasara.

Lo que no era razonable es que la chica que me volvía loco llegase helada y llorando a la puerta de mi casa.

La aparté un poco.

—Iré a buscar unas mantas para ti y, cuando vuelva, espero verte un poco más calmada para que me expliques lo que pasó, ¿bien?

Sin mediar palabra, ella asintió.

Me precipité a toda prisa por las escaleras.

Joder, ¿qué demonios podría haberle pasado? Claire Cleveland era una chica fuerte y alegre, prácticamente la palabra "llorar" no formaba parte de su diccionario.

Justo cuando terminaba de sacar las sábanas del armario, una idea fugaz pasó por mi mente.

¿Sería posible que...?

No, no me precipitaría a sacar ninguna conclusión antes de escuchar a Claire.

Bajé las escaleras a toda prima y la conseguí sentada en el sofá frotándose las manos.

—Aquí están las mantas —avisé intentando sonar animado y alivianar un poco el ambiente, sin embargo, Claire apenas y me miró.

Dios mío, sería capaz hasta de vender mi alma al diablo si con eso lograse borrar esa mirada de tristeza de los ojos de Claire.

Admito que incluso un pequeño nudo se formó en mi garganta, pero jamás permitiría que éste llegase a notarse en mi actitud. Ella necesitaba a alguien fuerte en quien apoyarse en este momento, no a un bebé llorón.

Me senté junto a ella y la envolví con las mantas que había buscado. Recostó la cabeza en mi hombro y la humedad de su cabello mojó mi camiseta. La envolví contra mí para ayudarla un poco a entrar en calor.

Guardé silencio.

—Hoy cumplíamos dos meses —comenzó a hablar—. Llegó de sorpresa a mi casa, me llevó un lindo regalo y luego me llevó a su casa para conocer a su madre. Todo iba perfecto... —Torcí la boza con disgusto al saber que hablaba de David, pero no dije nada—. Todo iba bien hasta que nos quedamos a solas en aquel despacho y... —Nuevamente, una ola de sollozos la atacó.

Procesé lo que había dicho y me tensé de inmediato.

Las palabras "nos quedamos a solas y..." anudadas a su reacción se repetían en mi mente.

Me sentí palidecer e inmediatamente una sensación de vértigo, más un sudor frío, comenzó a recorrerme el cuerpo.

Mis pensamientos se desviaron a un punto al que no quería llegar.

Inaccesible ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora