Capítulo veintitrés

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—Es tu amigo—Tenía que convencerme—No te hará daño, ¿no?

Bieber no golpeaba así porque sí, no era tan mala persona, o al menos eso me decía yo misma. Busqué a Ryan por mi habitación y lo encontré cogiendo una madera que estaba escondida encima de mi armario.

—¿¡Qué haces!? —Grité—¿¡Te has vuelto loco!?

—Loco voy a estar si no me defiendo—Se quitó la sudadera que llevaba—Mira por la ventana.

Le hice caso y con miedo asomé mi cuerpo por la ventana de mi habitación. Justin llevaba unas gafas de sol, y golpeaba con un bate de béisbol las flores de mamá. Levantó su cabeza, y nuestras miradas se encontraron, me escondí rápidamente con el corazón a mil.

—No bajes.

—Tengo que hacerlo, no soy un cobarde—Intentó salir por la puerta, pero se lo impedí—Suéltame, Jude.

—Hablaré con él—Adelanté sus pasos—Quédate aquí.

Cerré la puerta, y esperé a que se tranquilizara, cuando lo hizo, bajé con miedo las escaleras. Volvería a encontrarme con sus ojos, solo pasó unas cuantas horas desde el beso, y a mí me pareció haber estado alejada de él, semanas.

Sin saber qué hacer, apoyé la mano en el pomo de la puerta, indecisa en moverlo o no. Lo hice, lo moví con lentitud, y atraje la puerta hasta mí. Cuando estaba a punto de verlo, una mano tiró de mi camiseta empujándome hasta Justin.

—¡No me pegues, por favor! —Supliqué.

—¿Jude? —Preguntó confuso—Lo siento—Me soltó de la camiseta—He creído que eras Ryan.

—No lo soy.

Me senté en el escalón de la puerta llevando mis dedos a mi cuello, en un momento la camiseta quedó marcada en mi piel, Justin cada vez era más fuerte, y no se controlaba.

Por unos momentos pensé que me golpearía sin dudarlo, y al oír mi voz, frenó aquella locura.

—Lo siento—Volvió a decir.

—¿Por qué te disculpas?,  ¿Por intentar pegarme? O ¿Besarte con Dafne? —Sus silencios eran estresantes.

—Pelirroja.

—¡Mi nombre es Jude!, ¡Jude!

Me levanté y quedé delante de él, apartó las gafas de su rostro, y me miró con tristeza. Repetía una y otra vez en mi mente que si era tierno era para dejarme a su lado, que su amor hacia mí, era por diversión.

—¿No sientes lastima por mí? —En cualquier momento me humillaría delante de él y lloraría—Estoy sufriendo por ti constantemente.

—No me voy a cansar de decirte que lo siento, lo siento mi vida—Cogió mi mano con la suya—Mírame a los ojos, por favor.

—Cada vez que te miro, te veo besándote con Dafne.

—Ha sido un grave error, te lo prometo.

—¿Y a noche?, ¿¡También un maldito error!? —Sus cuerpos se unieron sin importarle que ahora era yo quien estaba en su vida y corazón—Quiero que te vayas.

—¡No, no y no! —Sus manos se quedaron sobre mis brazos, acercándome a él—No lo voy hacer, y lo sabes.

Lo aparté de nuevo de mi lado, y volví a sentarme sin ver aquellos ojos color miel que tanto me gustaban. Tenerlo tan cerca me confundía, pero él mismo me confesó que pasó la noche junto a Dafne, y luego me buscó a mí para curar las heridas que nadie quería tocar.

No se puede querer a una persona que te hace daño, que incumple sus promesas. Mintiendo, y diciéndome que era capaz de cambiar para mí. Mentiras, y más mentiras.

Su padre le enseñó a golpear a un saco con tan solo cinco años, y desde entonces, a sus diecinueve años, no lo ha dejado, le encanta marcar sus nudillos en la piel de los demás. El dinero solo era una recompensa, y lo que más le gustaba era escuchar su apellido salir de las bocas de todos sus admiradores.

 Se sentó a mi lado, y pasó su brazo por mis hombros, lo aparté de mi lado y me alejé un poco de su lado. Rápidamente se acercó, acariciando mi mejilla con sus labios, enloqueciéndome, e impidiendo que mi corazón latiera.

—Déjame hacer mi vida—Dije en un susurro.

—Ahora es tarde—Tiró del collar que me regaló para acercarme hasta su rostro—Eres mi maldita droga.

—¿Dafne también?

—Jude, no empieces—Quería levantarme y volver a casa—Celebré la victoria, y estaba muy borracho.

—¡No es una excusa! —Me quité su regalo y se lo devolví—No quiero amar a una persona que cuando bebe es capaz de engañarme.

—¿Me dejas? —Asentí con la cabeza—¡No! —Se negaba—No puedes dejarme, tú no.

—¿Me dejas? —Asentí con la cabeza—¡No! —Se negaba—No puedes dejarme, tú no

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My tough boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora